Capítulo 5

4 1 0
                                    

Las verjas estaban oxidadas. Las malas hierbas crecían a lo largo de todo el extenso muro, que no parecía tener fin. Allá, enterrado bajo los altos árboles, erigidos, quietos, expectantes cual soldados, había un imponente edificio, con gigantescos ventanales que no dejaban ver el interior, debido a que estaban tapiados. Una olvidada fuente, llena de hojas y suciedad, se encontraba en medio de una pequeña plaza. En frente de ésta, la mansión. A la izquierda, una destrozada caseta de mantenimiento. No se veía la parte de atrás. El viento hacía gemir las copas de los árboles, violentamente. Las nubes tapaban el sol, y todo parecía más abandonado. Entre cada piedra que formaba la senda hacia el edificio principal había insectos, que correteaban de aquí para allá. Y ante todo, silencio. No había vida. Las puertas estaban cerradas. El taxi paró en la entrada, justo delante de las verjas. No sabía si este era el lugar al que queríamos ir. No me daba buena espina, y tampoco tenía la sensación de que siguiese activo. Coloqué, suavemente, mis manos sobre las verjas. Clarissa se situó detrás de mí. Tocó el timbre, a mi derecha. Esperamos. Nada. Nos miramos, y entendiéndonos, dimos un pequeño rodeo a la finca. Alrededor del recinto no se encontraba ninguna otra vivienda. Simplemente, un extenso prado verde, mojado, y con la hierba demasiado alta.

-¿Y aquí hay alguien? –Pregunté, sacando a relucir todas mis dudas.

-Ni idea. Parece que no, pero por mirar…

El manicomio estaba rodeado de un muro de cemento bastante alto. Las ventanas tapiadas no nos daban demasiadas esperanzas. Justo por una zona donde la “muralla” se encontraba más deteriorada, hallamos una entrada. Era un agujero no muy grande, ocultado por algunos matorrales. Nos colamos, con bastantes dificultades, dentro. Un aire gélido se notaba en el ambiente. Te hacía temblar. El silencio era sobrecogedor. Nos acercamos a las puertas, muy despacito, sin hacer demasiado ruido. Sí, aquel lugar no estaba habitado. Colocamos, tanto ella como yo, las manos sobre las puertas. Empujamos. Se abrieron de par en par, para dejar ver unos grandes focos en el techo, que daban una luz pálida al recibidor. La suciedad hacía presencia en todos sitios. Se respiraba un ambiente asfixiante. A cada lado se abrían más salas, pero estaban completamente oscuras. Como no. En las esquina se diferenciaban unos altavoces, rodeados de telarañas. Una ráfaga cerró las puertas. Y de repente, una voz chirriante, dura y rota resonó por toda la sala.

-Llegaron y las trajeron consigo. Nos hicieron daño. ¿Qué le importa al mundo unos pocos locos menos? Naaada. Con suerte no están aquí. Pero sí abajo… Ya no queda nadie. Solo yo. Aguanté. Pero no por mucho tiempo. Os veo. Hm, gente nueva, eh. ¿Podréis luchar contra ellas? –Soltó una carcajada, descosida. Su voz alternaba entre susurros y casi lamentos, de aguda a más grave, una y otra vez a lo largo de sus diálogos.

-¿Quién eres? – Alcé la voz, mirando en todas las direcciones posibles.

-Soy el recuerdo de las almas que aquí se encierran. El cancerbero que guarda la oscuridad de vuestro mundo. Estoy vivo por eso. Me dejaron como advertenciaaaaa. Encerrado, y sin ningún humano más. ¡Me cansa su idioma! Es repugnante.

-¿Su idioma? ¿El de quién?

Unas interferencias se escucharon por los altavoces. Sonidos idénticos al crepitar de las llamas. Miré a Clarissa. Me encogí de hombros. Qué estaba pasando en este maldito manicomio. Ese hombre no estaba cuerdo, pero su voz tenía una seguridad en lo que estaba diciendo que me… sobrepasaba.

Los focos se apagaron. Flup. Sin más motivo. La oscuridad nos rodeó. Noté una especie de caricias en mi hombro, que después se hicieron más intensas. Y al final tenía la sensación de que unas manos invisibles me aferraban el brazo, rodeándolo y estrujándolo. Comencé a respirar agitadamente.

-Clarissa, la linterna. Por favor. Rápido. Algo me está agarrando. Socorro.–Las palabras salieron precipitadamente de mi boca. Ella, a duras penas pudo buscar en la mochila que llevaba en la espalda. La presión aumentó. Unos dedos fuertes rodearon mi garganta. Caí al suelo, angustiado. No podía respirar. No podía hacer nada. Me sentía atrapado en algo que no sabía lo que era. Ayuda, intenté decir. Pero nada salía de mi boca. Mi alma quería escapar del cuerpo físico. Gritaba por separarse de mí y abandonarme. La linterna. Clarissa la agarró, y aún tardó en encontrar el botón para encenderla. Cuando lo hizo, casi por arte de magia, la presión se esfumó. Retomé el aire, arrodillado en el suelo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 05, 2014 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Lo que alberga la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora