Mike

534 31 0
                                    

No duré mucho tiempo acostada, es más, me levanté a las pocas horas al escuchar un tenue sonido en la planta superior. Casi imperceptible para el oído humano, pero lo suficiente para despertar a Roquet de golpe. Me miró en busca de respuestas, pensando que yo había hecho el ruido, pero negué al mismo tiempo que le hacía una seña para quedarse ahí sentado. Me levanté y usé mi instinto para ubicar la fuente del sonido.

Lentamente subí por las escaleras a la planta superior, lugar donde se seguían produciendo más y más ruidos como los anteriores, pareciera ser que alguien buscaba con creciente fervor algo entre las muchas cosas del primer piso.

Y apenas ingresar a la planta lo ví. Un hombre robusto con ropa desgastada escudriñaba entre los diferentes baúles que habían en la enorme habitación. Lo veía correr de uno a otro, tambaleándose y buscando con dificultad. Debería estar borracho o eso aparentaba. Ningún hombre completamente sobrio entraría a un cuartel abandonado y no se espantaría al ver sangre por el suelo y los muros. Me erguí, avanzando hacia él. —¿Qué haces aquí? —pregunté con voz dura y seca, la cual se fue dispersando por el hueco edificio. El hombre se sobresaltó—. No deberías estar husmeando en lugares que no te pertenecen.

Su ceño se frunció antes de acercarse, riendo, hacia mí. —¿Y quién eres tú para decirme eso? Este lugar no te pertenece —comentó, arrastrando las palabras a medida que las decía. Entorné los ojos—. Es más, yo llegué primero.

A medida que se acercaba más, podía notar detalles que a la distancia no podía observar: poseía una densa barba bastante descuidada que desde cerca se podía notar las pelusas y basuritas que quedaban estancadas ahí. Sus ojos, intensos ojos verdes ocultos por una oscurecida piel causada por la falta de limpieza y la constante exposición al sol. Además de una intensa hediondez que, de no ser porque conocí a Roquet unas horas atrás, podría asegurar que es uno de los peores olores que he sentido en toda mi existencia.

—¿En serio? —pregunté, levantando una ceja mientras esperaba a que llegara frente a mí—. Porque he pasado todo el día aquí y es la primera vez que te veo.

Él pareció dudar sobre qué decir o hacer, aún moviéndose con dificultad en su lugar. —Sí pero... Yo había ido a comprar.

Rodeé los ojos. El hombre no pareciera estar en su sano juicio, por lo que decidí dejarlo ser e ir a terminar mis nuevas labores. Aún habían manchas de sangre que no iban a desaparecer tan fácilmente del lugar.

Me disponía a buscar algún lugar donde guardaran las cosas de limpieza que los humanos solían usar, cuando sentí una sombra moverse detrás de mí, amenazante y con un objeto en la mano. Me giré justo a tiempo para atrapar del cuello al hombre quien, con cuchillo en mano, se disponía a atacarme.

Lo miré con semblante serio, como el que mi padre solía usar cuando hacía alguna maldad y los arcángeles lo reprendían a él. Pero de parte del hombre no recibí la misma sonrisa tímida y avergonzada que yo ponía; una sonrisa afloró de sus labios al mismo tiempo que dejaba caer el cuchillo sobre mi brazo, ese que lo mantenía cautivo. Solté un alarido de dolor al ver como este atravesaba mi cuerpo, pero no dejé de aplicar fuerza en su pequeño cuello. Es más, usé más fuerza, sorprendiendo al hombre.

El terror en sus ojos al notar que no sangraba, ni hacía ademán de que me molestara el ataque no fue lo que me tomó desprevenida, sino mi forma de no detenerme siquiera a pensar de que era un simple humano. Un ser frágil.

Lo solté de golpe, dejándole un poco de espacio para respirar. Me quedé observando cómo intentaba recobrar el aliento, casi olvidando el cuchillo encarnado en mi piel. Me quedé plasmada al notar que estaba perdiendo mi norte. —¿Qué mierda eres? —soltó como un gruñido de su garganta. No me sorprendió ver el odio en sus ojos mezclado con resentimiento y arrepentimiento. Suspiré.

—Este lugar no es para ti. Vete —me limité a decir antes de girarme nuevamente y alejarme de él. Aproveché de sacarme el arma del brazo y arrojarla por ahí, lejos del alcance del hombre y volver nuevamente a lo que me disponía a hacer, cuando una amarga risa me tomó completamente desprevenida.

—No eres de este planeta —comentó él, como si hubiera descubierto algo—. Y si te vendo a la televisión de seguro me haré rico —volvió a reír, pero no le di mucha importancia.

—O de seguro te creerán loco —comenté al mismo tiempo que visualizaba un pequeño armario militar. Me acerqué a comprobar su contenido—. Intentalo, veamos cuanto tiempo tardan en meterte al manicomio.

—Te crees superior a nosotros, los humanos —soltó de repente, caminando nuevamente en mi dirección sin un dejo de duda o vacilación—. Pero en el fondo eres una gran puta alienígena.

—Cuida tu boca —me limité a reprenderle mientras sacaba unos trapos y baldes, entregando un par a él, el cual me miró sorprendido—. Si te quieres quedar aquí, vas a tener que ayudar.

Tomé mi balde y mi trapeador y bajé hasta el piso donde estaba Roquet para luego dirigirme al baño y llenar mi balde. Aún recuerdo las veces que mi madre me contaba como su ahijada servía a un grupo de humanos en los quehaceres del hogar, siendo uno de los trabajos que más le gustaba el trapear. Y si bien no estaba segura de cómo se hacía, suponía que no debería ser tan difícil. —¿Quieres que limpie todo este lugar? —el hombre me había seguido con sus cosas en las manos, mirándome con cierto asco.

Sonreí. —Sí, pero primero preferiría que te limpiaras a ti mismo. Desde el Cielo pueden sentir tu olor... —dije, abandonando las duchas esperando que él no me siguiera.

Para mi sorpresa, Roquet se encontraba en el mismo lugar donde lo había dejado. Tranquilo y jugando con unos insectos. Sonreí para mis adentros al verlo ahí, tranquilo. Viendo al chico y recordando al hombre que se encontraba aún en el baño, un pensamiento surcó mi cabeza, el cual no dudé en decir en voz alta. —¿Por qué ninguno de los dos tiene un Ángel?

Roquet se giró para verme, sonriendo ampliamente, a lo que yo respondí de la misma manera. ¿Y dónde están los Ángeles de las personas que le hicieron algo a ellos?, me dije para mis adentros.

Sumida en mis pensamientos, noté muy tarde la posición defensiva de Roquet y la forma en la que le gruñía a algo detrás mío. Y antes de que me diera cuenta, mi cabeza ya había impactado con dureza contra el suelo.

Roquet se dispuso a atacar al mismo hombre a quien había aceptado dentro, mostrando sus colmillos y una ferocidad en su mirada. Pero antes de que pudiera hacer algo, un disparo se propuso contra su pecho. Un gruñido de dolor y no más movimiento de su parte. —¡No! —grité antes de intentar levantarme, pero el hombre volvió a disparar varias veces contra mi pecho. El dolor se extendió completamente por todo este y lágrimas comenzaron a rodar por mis ojos. Me era imposible moverme.

—Que buena persona eres —comentó el hombre, sin dejar que lo vea, y aunque lo hiciera, mi vista no se apartaba del inerte cuerpo de Roquet. La impotencia y rabia gobernando cada milímetro de mi cuerpo—. O mejor dicho, monstruo —rió burlescamente—. Deberías saber que en este mundo, no debes confiar en nadie. Los humanos no somos de fiar.

Y dicho esto, pisó mi espalda con odio, produciendo que dejara escapar un gemido de dolor, para luego salir corriendo de vuelta a la entrada principal.

Pensé en lo que los Ángeles me habían inculcado. En la idea de que la bondad estaba en cada ser humano y que es nuestra culpa que pierdan el camino. Pensé en los años de entrenamiento que buscaban acabar con gente como yo. Con Caídos. En lo perfectos que son los Ángeles y que había que luchar contra los Demonios para mantener la paz.

Pero decidí olvidar todos esos pensamientos para comenzar de nuevo. El Cielo no tomará las riendas de mi vida. No me dirá que puedo y no hacer.

Esta vez no.

El traidor (La caída del Cielo #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora