Muerte

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Muerte:
Fin de la vida.
Vida:
Período de tiempo que va desde el nacimiento hasta la muerte de un ser vivo.

Lo del nacimiento nos queda más o menos claro. Ese momento en el que llegamos al planeta con un parto, una cesárea,...
Pero definir el momento de la muerte es grotesco. Según esas definiciones, no queda claro. Pone que la muerte es el final de la vida, pero que la vida acaba en la muerte. Por lo tanto, la muerte no e sin momento exacto. No todo el mundo está muerto en el mismo momento para todo el mundo. No hay un instante exacto de manera general en el que se pueda determinar que una persona ha muerto. La muerte es algo mucho más profundo que dejar de respirar, más profundo que que tu corazón deje de latir de pronto, más profundo que dejar de estar consciente para siempre, más profundo que no volver a pensar, que no volver a sonreír, ni a ver a las personas que te quieren.

A simple vista entendemos la muerte como eso, cuando biológicamente nuestro cuerpo decide parar para siempre. Descansar. Pero la muerte es mucho más. La muerte debe de ser mucho más, para que la temamos tanto. Un solo momento no puede darnos tanto miedo. Porque la muerte es algo progresivo. La muerte es un susurro, la muerte es una corriente de agua. Empieza en la cima de una montaña, cuando el cuerpo se plantea parar. Prosigue cuando decide descender por la ladera más alta, cuando el corazón, con la impresión, frena. Después, la corriente de agua a la que ya podemos llamar río, cae por las faldas de la montaña, llevándose a su paso árboles, animales, personas y arrancándoles lágrimas. La falda de la montaña es el momento de desolación. El río muerte llega al nivel del mar, y continúa su camino, depositando en las orillas lo que queda de los seres vivos que arrolló en la parte baja de la montaña. Los que querían a la persona muerta intentan llegar a nado a tierra, la vida, la esperanza, con todo lo que les queda. Poco a poco empezarán a construir una nueva aldea: plantarán árboles y plantas, y nacerán nuevos animales y personas. El río seguirá su camino, formando un delta, y desembocando en una bahía, la bahía del recuerdo. Un sitio resguardado en la costa, con playas de arena fina y dorada, y sol reluciente. Allí los habitantes disfrutarán de los recuerdos, bañándose en ese agua cargada de momentos especiales. Parece haber esperanza para la aldea.
Pero a la muerte la tememos por algo. Y es que al final de la bahía, entre dos rocas fuertes y oscuras como torres, hay un estrecho paso, temido por muchos. Los habitantes de la aldea no se atreven a llevar hasta allí sus barcas. Ese punto está alejado de la orilla, pero resulta atrayente para mucha gente perderse en esa región de agua que parece tan cristalina, limpia y segura. Sin embargo terribles sirenas, bestias malvadas y sin un ápice de bondad, llaman a los bañistas, atrayéndoles con sus promesas y bella voz. Algunos, dudosos, se acercan, pero las mareas lea arrastran a mar abierto. Al mar oscuro. Ellos lo llaman el mar del olvido. Y una vez entras en él, te resulta muy difícil que las sirenas del desaliento te permitan regresar a la bahía de nuevo.
La muerte son fases, y cada uno es libre de decidir en cual quiere que acabe todo para él. No hablaré del muerto porque yo nunca he fallecido, aunque algunas pérdidas si me han hecho sentir muerta. Como te tomes tú esto, es una decisión que te concierne a ti. Después de todo, hay leyendas que cuentan que en medio del mar del olvido, hay una bonita isla tropical. La llaman la isla de la indiferencia, y acoge cada vez a más personas.

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