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Siempre te he considerado una persona poética, de aquellas que expresan sus sentimientos con un par de versos y lo declaman frente a un pequeño grupo de personas, la excepción era que tú no estabas rodeado de un grupo, tú estabas rodeado siempre de mí. Yo te hacía sentir completo y feliz, o tal vez eso es lo que decías para tenerme siempre de tu lado.
Una vez me declamaste y dijiste que yo era tu jardín del pecado, que en mí habían las flores; rosas, claveles, girasoles, más hermosos de todo el mundo. Que mis ojos eran las cascadas y el agua fluía, caía, delicadamente por estos. Que cuando reía, ese era la dulce melodía, que se repetía constantemente, en aquel jardín. Fue ese momento que me di cuenta que habías sembrado flores en mis pulmones y aunque fueran las más bellas, yo no podía respirar, y mientras el tiempo pasaba, yo empezaba a morir.
Estabas totalmente loco, pero por eso dicen que los escritores están en una locura sin cura; que están locos y necesitados de un amor tan perfecto y hermoso como el que relatan en cada uno de sus cuentos, pero sabemos que eso no es posible, así que necesitan imaginarlo, para así calmar sus ansias de una historia de amor. Nosotros, tú y yo, tratamos de escribir nuestro propio cuento de amor, dejar una marca en el mundo, pero nunca resultó algo. ¿Cómo se supone que iba a resultar si nunca te importé?
Actualmente ya han pasado dos meses desde que corté relación totalmente contigo, me declamaste un poema que tú mismo habías escrito.
«Exquisito adiós, exquisita despedida No me duele decirte adiós, amor de mi vida Yo soy un pecador y tú eres mi ángel Tantas mentiras, tantos suspiros Y hoy al fin te dignas a darte un respiro Ansiaba con pecar, ansiaba de soñar.
Soy débil ante tu toque maligno Porque soy un pecador y tu un ángel divino Tan inocente y débil comprado con mi imagen Soñaba día y noche con arruinarte Tocar tu fría y desnuda piel y atormentarte.»
Seguiste hablando, porque la declamación ya estaba en tu vocabulario de día a día, y yo escuchaba atentamente cada palabra que salía de tu fría y desagradable boca. Nunca fuimos algo, es la verdad. Yo, tu ángel, ansiaba de amor; me encontraba tan roto que cuando te vi no dudé correr hacia a ti, me enamoraste y me usaste con cada una de tus frases, como si yo fuese un ignorante. Creí que me ayudarías a salir de mi infierno, pero al contrario de eso, recogiste las piezas de mi corazón y las rompiste más, convirtiéndolas en diminutos pedazos, imposible que alguien las reparara en un futuro.
Una vez te encontré tocando el piano en el parque, era un pequeño piano portátil, la gente te miraba atentamente pero nadie se dignaba a acercarse, y ahí estaba yo, caminando lentamente hacia ti y sentándome justo al frente de la banca en la cual estabas sentado tú, escuchaba atentamente cada palabra y melodía que soltaba tu sabia –en ese momento– boca. En ese momento, en esos tiempos, no había tan siquiera un segundo que dudara en entregarte mi corazón.
