11

522 112 66
                                    


27 de junio, 1930


La psicosis se había apoderado de mí, no podía negarlo. Y sabía perfectamente cuando había comenzado y dónde. Solo cinco días atrás, en la cafetería... por culpa de esa conversación con los padres de Frank. Todavía podía sentir sus miradas, todavía podía escuchar sus palabras retumbando en mis oídos sin descanso. Culpándome, culpándome, culpándome... ¿Pero de qué? ¿Por qué? No había hecho más que amar a Frank desde el día que mis ojos se encontraron con los suyos. Era amor, amor puro, amor real y ellos me hacían sentir culpable por eso.

No podía soportarlo, y en el fondo sabía que tarde o temprano iban a venir a intervenir en nuestro final feliz. El mundo externo iba a adentrarse en nuestro paraíso terrenal y entonces todo iba a estallar... y no iba a poder seguir cuidándolo, no iba a poder seguir cerca suyo porque iban a arrebatármelo. Lo sabía, demonios, lo sabía. Ellos querían quitármelo, apartarlo de mí para siempre. Y yo simplemente no podía soportar eso. No podía vivir sin Frank, no podía...

Fue quizás eso lo que me orilló a salir de casa a mitad de la noche y conducir durante veinte minutos hasta Utica con la única intensión de comprar un arma. Nunca antes había tenido un arma en mis manos, pero mientras crecía de lo que más hablaba mi padre junto a mi hermano menor era de armas, así que siempre me manejé un poco en el tema aun cuando nunca disparé un arma por mí mismo. Compré un revolver de alto calibre, el vendedor me habló durante veinte minutos sobre las características de sus armas y me enseñó a cargarla. Compré cartuchos extra aunque quizás no iba a necesitar ocuparlos y luego pagué. Mientras conducía de regreso a casa sentía que tenía una bomba de tiempo guardada en la guantera... era aterrador saber que llevaba un arma hecha para matar a tan poca distancia de mi mano. Pensé en tirarla, pero la necesitaba... no iba a atacar a nadie, no iba a matar a nadie. Sólo quería defenderme. Defendernos.

Los días comenzaron a avanzar y la necesidad de dormir desapareció, también el hambre y el cansancio. No necesitaba nada más que el amor que él me entregaba y abrazado a su lado, con el revólver en el velador esperé a que alguien se atreviera a venir a separarnos. Pero eso no pasó... hasta, bueno, hasta que tocaron la puerta. Y al no abrir de inmediato siguieron insistiendo.

Los nudillos golpeaban la madera con la misma fuerza que mi corazón golpeaba contra mi pecho. Llevé una mano a frotar mi cabello sucio y luego mis ojos cansados, con nerviosismo cargué el revólver y bien sujeto a mi mano abandoné la cama, no sin antes besar sus labios por última vez. Mis piernas temblaron cuando toqué el piso, y lento fui avanzando hasta salir de la habitación. Cerré la puerta a mis espaldas y me adentré en la sala de estar. Los inciensos habían regresado porque el hedor a descomposición lo había hecho también. Los nudillos seguían golpeando, y solo se detuvieron cuando abrí la puerta, y me asomé a mirar.

— Hueles terrible —es lo primero que mi hermano menor dice.

Escondo el revólver a mis espaldas y correspondiendo a su insistencia abro un poco más la puerta, invitándolo a entrar para poder cerrarla de una vez por todas. Temía que alguien extraño fuese a colarse dentro cuando no estaba mirando. Mis ojos nerviosos se cruzan con los suyos, y durante largos segundos me inspecciona e inspecciona también la casa. Buscando.... ¿Buscando qué? Yo lo miro también, trae un periódico bajo el brazo.

— Hola también, hermano —digo a mi vez.

— Gerard... hermano, tenemos que hablar —suena acongojado, yo me encojo de hombros y lo invito a tomar asiento en la sala. Y lo hace. Cada quién en un sofá de un cuerpo, a lados extremos de la mesita de centro. Las flores están muertas, quizás hace cuanto tiempo.

beyond ・ frerardWhere stories live. Discover now