Capítulo 38: Salida a restaurante italiano.

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El cuarto estaba en repleto silencio. La oscuridad es tenue a comparación de ayer; apenas las cortinas dejan entrar la luminiscencia del sol. Y cuando me percato más allá de mi alrededor, miro que un brazo de Michael envuelve mi cintura con delicadeza. También, veo sus respiraciones: calmadas, incesantes, sin prisa.

Mis dedos se enredan en sus cabellos alborotados, despeinado, él se encuentra. Cosa que me fascina. Su cabeza, reposa en mi vientre mientras que el resto de su cuerpo en la cama; descansa boca abajo, así que lo único que tengo visible a plenitud de él, es su espalda ancha. Que, a decir verdad, no pensé que le dejaría semejantes marcas con mis uñas por la noche anterior.

¿Y qué decir? Solo hay serenidad en este cuarto. No puedo pedir más si es a su lado.

Pero una sensación se despierta en mi estómago y eso se llama hambre. Quiero levantarme, pero no quiero despertarlo, es algo tan reconfortante verlo dormir, descansando, con un sosiego impresionante.

Mi ojos se fijan en Mike una vez más y sin seguir analizando mis decisiones, retiro su brazo de mi cuerpo con mucho cuidado. Tomo la blanca sábana y esta abraza mi cuerpo desnudo. Camino descalza, con cautela por el gélido piso en el cual me percato de que nuestras prendas están por alrededor de la cama; esto es como un pequeño y romántico desastre.

Me detengo porque veo la camisa de Michael en el suelo, la tomo y esta de inmediato emana un delicioso aroma, es inevitable no disfrutar del olor. Me coloco la prenda y únicamente abrocho tres botones de abajo hacia arriba de la camisa, haciendo mostrar un ligero escote. Me causa un poco de gracia ya que es un poco larga, llegándome un poco más abajo de mi trasero.

Voy al pequeño refrigerador que se encuentra ahí; entre busco y solo encuentro los chocolates, leche, jugo de naranja y algo de fruta. Opto por tomar lo restante del jugo de naranja. Saco un vaso de cristal de los que se encuentran en un gabinete de la reducida cocina. Me sirvo un poco de jugo y en un sorbo me lo tomo todo.

Escucho cómo Michael se mueve en la cama, se gira a como anteriormente estaba y voltea hacia donde estoy; sus ojos, cansados, apenas y puede abrirlos, ya que los rayos del sol impactan en su vista; me acerco calmada a donde el y me siento en una esquina de la cama, contemplándolo.

—Buenos días, Mike— Murmuro dichosa.

Él, parpadea unas cuántas veces más y me mira sonriente. —Buenos días pequeña traviesa— Dice en tono picarón. Se incorpora en el acolchonado mueble y yo sólo lo veo.

Talla sus ojos con sus manos para luego estirar los músculos de su cuerpo. ¡Sí que durmió!

Gateo despacio hasta quedar a una corta distancia de su rostro, el me mira divertido. Me acuesto en mi almohada y el se acerca a mi frente para depositar un tierno beso.

—¿Qué quieres hacer?— Propone él.

De inmediato se me ocurre una idea. Algo que vino de repente, que sé que a ambos nos gustará.

—Que te parece si...— Exclamo a la vez que coloco el dedo índice en la comisura de mis labios. —Si vamos a un restaurante italiano que está por aquí— Exclamé sin más.

Unas ligeras sombras se avistan abajo de sus ojos, lo noto un poco cansado, pero sé que le fascina salir a desayunar a distintos lados.

—Qué flojera salir— Dice con tono exhausto. Se nota.

Este hombre no tiene remedio; al terminar de hablar se vuelve a acomodar entre las sábanas, acurrucándose y tapando su cuerpo con la cobija, me da mucha gracia sus expresiones, el de plano no quiere salir.

—Anda...vamos— Le digo mientras levanto la sábana para verlo, finje dormir y yo busco su punto débil para hacerle cosquillas. Afortunadamente no tardé mucho en hallarlo y de el brota una contagiosa risa acompañada de bruscos movimientos por la sensación que le causa, no para de reír y él me contagia su risa.

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