Capítulo uno

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El despertador del teléfono comienza a sonar sacándome de mi letargo, apago el repetitivo sonido mientras me incorporo en la cama contemplando el que será mi nuevo cuarto, al menos hasta enero.

Un pequeño armario al lado de la puerta de madera, carcomida por la humedad, el baño a la izquierda del mueble y mi cama justo delante. Saco las piernas de las sábanas admirando mis nuevos moratones, suspiro echándome el pelo hacia atrás y me levanto para coger la ropa.

Escojo un jersey gris de cuello alto con unos vaqueros azules, lamentablemente ahora vivimos en California, una de las ciudades más calurosas del país, pero por mi propio bien necesito que nadie se entere de mi silencioso sufrimiento.

Me doy una ducha rápida para luego anudar una toalla en mi cuerpo, cuando me veo en el espejo me es inevitable no sentir pena hacia mi misma. Tengo los brazos llenos de cardenales al igual que mi torso y mis piernas, me pongo los vaqueros notando como me bailan en la cintura cuando hace tan solo dos meses que me los compré y me iban perfectos.

Hace muchos años que no como bien, porque prefiero que mi hermano coma hasta llenarse y si queda algo, es para mí.

El jersey tapa las marcas de sus dedos en mi cuello, soy consciente de que no le gustan las mudanzas porque soy con la que paga su enfado.

Hay días que recuerdo aquella , donde no dejaba de sonreír, era feliz. A día de hoy mis ojos ya no tienen ese brillo que tenía hace ocho años. Ya no se puede ver a la Atenea de esa época, porque él se encargó de destruirla.

Me peino colocando estratégicamente mi pelo para cubrir parte de mi cara y tapar el golpe de mi mandíbula, me calzo unas zapatillas grises para abrir la puerta de mi habitación con sigilo. Escucho unos ronquidos que salen del salón e inevitablemente suelto un suspiro aliviada, por lo menos no tendré que lidiar con él esta mañana.

Apenas un par de pasos delante de mí descansa el hombre de mi vida, por el cual me levanto y lucho todos los días. Me adentro en el cuarto de Will viéndolo dormir abrazado al peluche que le regalaron sus tíos antes de marcharnos de San Diego. Me arrodillo al lado de su cama apartando suavemente unos mechones que caen sobre sus ojos, lo veo removerse cuando poso mi mano en su mejilla acariciándola con mi pulgar.

-Buenos días mi rey- le saludo notando como una sonrisa nace en mi rostro. Bosteza mientras frota sus ojos tratando de desperezarse. - ¿Listo para tu primer día de colegio?

Abre los ojos deleitándome con su adormilada mirada, abraza mi mano acomodándose sobre ella para usarla a modo de almohada.

-Ate, ¿tú crees que voy a tener amigos como en el otro cole? –me cuestiona y yo asiento sin ni siquiera dudarlo.

-Estoy segura que tendrás muchos amigos cielo y seguro que entras en el equipo de béisbol en el que vas a ser el mejor, como siempre- le guiño un ojo divertida viendo como de su rostro nace la sonrisa más bonita que yo he podido contemplar alguna vez.

Me levanto del suelo sintiendo como un latigazo en las costillas me quita el aire de los pulmones doblándome suavemente, a pesar de eso mantengo la sonrisa para no preocuparlo y le doy su ropa.

-Cámbiate, que yo voy a preparar las mochilas- asiente raudo y se levanta de la cama para coger la ropa.

Me doy la vuelta haciendo una mueca apoyando mi mano en la parte derecha de mi torso, si la paliza de ayer no me regaló una costilla rota me dio una fisurada que me traerá varios días de dolores.

Doy un paso para salir de la habitación de Will y escucho su dulce voz llamarme con suavidad.

-Ate...- me giro volviendo a poner esa sonrisa que no siento llegar a mis ojos, una sonrisa que sirve para no inquietarlo.

Amores extraños (EN LIBRERÍAS)Where stories live. Discover now