Capítulo 18: Hacer lo Necesario

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Dimitri se sentía muy pequeño. Lo rodeaban personas de traje y él llevaba puesta su sudadera... Solo su sudadera, que caía hasta sus rodillas. Estaba sentado en una enorme silla de madera y sus pies no alcanzaban el suelo, así que los balanceaba. Frente a él estaba un hombre que conocía: El conserje del viejo departamento de Dana. Era grande como los demás y le estaba acusando.

-Este es el chico –decía, convencido. Señalándolo.

Estaban en el juzgado. Un juez sobre una tribuna sostenía en su mano un pequeño mazo listo para dictar la sentencia.

-Este es EL CHICO –repetía el conserje.

"No es verdad", quiso decir Dimitri, pero solo lograba emitir un llanto infantil y estúpido, que se atragantaba en su garganta como hipidos agónicos.

Entonces el juez rompió a reír y, uno a uno, los demás fueron sumándose.

-¿De verdad creíste que un niño podría salirse con la suya? –preguntó el Juez.

-Él fue. Él quemo los edificios- dijo el conserje.

-No eres nada más que un niño –dijo el Juez.

Y Dimitri se sentía cada vez más y más pequeño, ¿Dónde estaban sus amigos? ¿Dónde estaba Charlie?

Ya no podía soportarlo. Se empujó hacia adelante y cayó fuera de la silla, que parecía infinitamente lejana del piso. Tan lejana que el vértigo se apodero de él y creyó que moriría, un abismo, como el que se abría a sus pies cada vez que subía a la azotea y bailaba sobre el borde...

Entonces despertó.

Se había quedado dormido sobre su escritorio mientras investigaba. No recordaba haberse dormido, pero a través de su ventana pudo ver la franja de luz que anuncia el alba. Con un vistazo al reloj confirmó que eran casi las cinco de la mañana.

-No soy un niño –dijo en voz alta. Aun con la desagradable sensación de impotencia del sueño. Su voz salió apagada y cansada. Mayor.

Echó un vistazo a las hojas esparcidas sin cuidado sobre el escritorio. Fotos. Conversaciones de Facebook. Fondo de pensiones. Información de deudas. Permiso de conducir. Historial delictivo. Una cosa había llevado a la otra.

El nombre del hombre era Joseph Varella. Dulce. Con un dejo italiano. Pero su familia no era italiana. Trabajaba de conserje hace mucho tiempo. Antes había sido guardia de seguridad, pero un disparo en la rodilla acabó con esa etapa. No tenía estudios universitarios. Era drogadicto. Publicaba fotos con matas de hierba y docenas de botellas de alcohol. Mientras más aprendía sobre él, más desagradable le parecía.

No había pretendido... Acosarlo. Pero al llegar a casa ese día su cabeza daba vueltas y sentía que vomitaría si no hacía algo. Tenía que hacer algo.

Había comenzado entonces.

Dimitri reunió las hojas y las apiló en un montón. Luego sacó la llave que ocultaba siempre detrás del espejo. No es que pensara que una simple llave ofreciera mucha protección, pero como un acuerdo tácito, sus padres habían respetado aquel único privilegió de privacidad.

La introdujo en la cerradura del cajón inferior de la cómoda y abrió. Dentro solo había hojas de papel dobladas por la mitad y fotografías. Palabras no dichas. Muchas de ellas eran para Charlie, muchas para sus padres.

Tomó la última que había escrito y la desdobló para leerla:

"Charlie, sé que estás enojado y tienes dudas. Sé que no es fácil, aunque no estoy seguro porque. Pero por favor no me odies, por favor, por favor, por favor no me odies por lo que voy a hacer"

Hubiéramos Sido Reyes.Where stories live. Discover now