Capitulo 28: Paz

1.8K 224 103
                                    

Narra Félix:

Vencimos a Zeus.

Vencimos al rey de los dioses. El hombre más poderoso de todos.

Vencimos al mal. A nuestro enemigo.

Vencimos nuestros egos, logrando pelear en equipo.

Después de todo, la frase es cierta.

La unión hace la fuerza.

¿Qué sigue ahora? Me siento satisfecho, pero al mismo tiempo perdí el propósito en el que estuve trabajando todos estos meses.

Ya no hacía falta luchar. Al menos no de forma inminente.

El sol brillaba más que nunca. Un cielo celeste denotaba lo que era un hermoso día.

Te extrañaré, papá.

Curioso o no, esa fue la primera y única vez que pensé en Apolo como si fuera mi padre.

La muerte de nuestros seres queridos puede sacarnos lo mejor o lo peor de nosotros mismos.

Agotado, me recosté en el asfalto caliente. Cerré los ojos e inspiré bien profundo, intentando encontrar paz. Algo que no había conseguido en mucho tiempo.

Un llamado de Sophie me trajo de vuelta a la realidad.

—Félix —insistió Sophie que intentó tocar mi hombro y tropezó, dejándonos nariz con nariz. Pude sentir su respiración por unos segundos, hasta que ella se levantó un poco incómoda—. Lo siento, ¿estás bien?

En ese momento me prometí que no iba a dejar pasar otra oportunidad como esa. La próxima vez le daré un beso apasionado.

Pensé en decirle algo como "estaría bien si me dieras un beso", pero no me resultó adecuado.

—Sí, bien. ¿Qué sucede? —me retuve a responder.

—Unos canales de televisión acaban de llegar. Quieren entrevistarnos —respondió.

Me pregunté cómo los periodistas tenían los huevos para entrevistarnos. La Batalla había sido espeluznante y mágica.

Supongo que el equipo del FBI ya advirtió sobre nuestras buenas intenciones.

En cuanto sus camionetas estacionaron, una decena de periodistas comenzaron a correr hacia nosotros, peleándose por ver cuál llegaba primero.

Cuando se acercaron lo suficiente, nos atacaron con preguntas de lo más variadas y dispersas.

—¡Cállense! —gritó Ares irritado. Los periodistas se estremecieron al escucharlo—. Nosotros les explicaremos quiénes somos, pero necesitamos que guarden silencio hasta que se les indique lo contrario.

Ares le echó una mirada de aprobación a Atenea.

—Hola a todos —dijo observando a una de las cámaras que tenía enfrente—. Yo, aunque parezca difícil de creerlo, soy Atenea. ¿Recuerdan aquella diosa griega que estudiaron cuando eran niños? Pues aquí la tienen. En carne y hueso. Seguro habrán estado pensando un montón de conjeturas y teorías acerca de los poderes que los vienen atormentando hace meses. Posiblemente haciéndolos creer que nosotros éramos los malos de toda la película —explicó Atenea suspirando.

»Y claro que tenían razones para creerlo. Nadie les estaba dando explicaciones. Por eso decidimos que hoy seríamos totalmente francos con ustedes. Sí, tú. El que está escuchando tras esa pantalla.

Nuestro mensaje va para todos ustedes.

Los dioses griegos existen. Hemos venido a luchar para salvarlos y vencer a nuestro mayor enemigo: Zeus.

Es cierto que podemos parecer hostiles, porque en un principio varios de mis colegas han venido a asesinarlos. Pero eso ha cambiado. Todo ha cambiado.

Nos unimos bajo un mismo propósito, y ahora ya no está en nuestros planes combatir contra ustedes.

Varios de nosotros desapareceremos. Tal vez nunca nos vuelvan a ver.

Pero sepan que estaremos ahí. Si hace falta, para ayudarlos.

Para salvarlos de hasta las más temibles amenazas.

Y si es necesario, para salvarlos de ustedes mismos.

Cuídense, humanos —concluyó Atenea. Los periodistas se quedaron boquiabiertos.

Ninguno atinó a decir nada. Simplemente nos dejaron ir, sin hacernos siquiera una sola pregunta.

Nos alejamos de la zona de combate, donde yacían los cuerpos moribundos de muchos de nuestros aliados. Solo pretendíamos escapar de todo, de todos.

Pude sentir en mis compañeros la misma nostalgia que yo sentía. Ese mismo sentimiento que nos indica que, al menos por ahora, el deber ya no nos llama.

No había nada que decir. Bastaba con caminar en silencio hacia quién sabe dónde.

De pronto Atenea me frenó en seco. Los demás, al ver que habíamos dejado de avanzar, hicieron lo mismo.

—Félix, tengo que contarte algo —me dijo la diosa de la sabiduría.

—Adelante —contesté. Se la veía nerviosa.

—Tú... —balbuceó.

—Vamos, dilo.

—Tú eres mi hijo. No eres un semidiós —confesó sin más.

—¿S-soy un dios? —tartamudeé.

—Sí. Por eso eres tan poderoso, hijo mío —respondió. No sabía que decir. Atiné a darle un abrazo, pero no podía creerlo.

—¿Por qué no me lo dijeron antes? —pregunté. Una lágrima cayó en los hombros de quién ahora era mi madre.

—Eras la joya escondida de los Defensores. Para que pudieras participar en la Batalla, nadie debía saberlo. Te mantuvimos oculto con Apolo durante mucho tiempo. Lo único que lamento es no tenerlo aquí —admitió en un sollozo. Ahora la que lloraba era Atenea.

—Chico, tienes una decisión importante que tomar. Los dioses volverán al Olimpo, y tú tienes la posibilidad de hacer lo mismo. Puedes quedarte aquí o venir con nosotros —sugirió Ares con una mezcla de seriedad y amabilidad. Desde el momento en el que decidió dejar de combatir, le tengo mucho respeto. Gracias a su decisión podremos tener paz.

Observé a mis compañeros. Por un lado, semidioses. Por el otro, dioses.

—Oye Sophie, ¿quieres que vayamos a tomar algo?

La Batalla por la humanidad ha concluido, pero la labor de los Defensores siempre se mantendrá vigente.

Nos verán volver, humanos.

--------------------
¿Continuará?

Elegidos: Batalla por la humanidadWhere stories live. Discover now