Capítulo 17: Bajo su merced.

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Esto ya era demasiado. No solo la tenía encerrada en su ático, incomunicada del mundo, sino que también le había puesto un perro guardián. La opinión que tenía de Torturador había cambiado bruscamente. No es que Carlos el Torturador le cayese bien, pero tampoco lo detestaba como a su hermano. Parecía ser el único de todos ellos que tenía sentimientos y no se comportaba como una máquina de matar. Ahora no lo quería ver ni en pintura. Lo tenía todo el día pegado a su trasero, prácticamente acosándola. Lo único que le faltaba era vigilarla mientras estaba en el wáter o duchándose. ¿Era realmente necesario ponerle un carcelero? ¿Acaso podía huir?

La soledad la estaba consumiendo poco a poco. Delante de ellos, se hacía la fuerte, la Marina luchadora; pero por dentro sentía que las fuerzas se le estaban yendo. Temía flaquear y rendirse a él. 

Sentada sobre el parque de su dormitorio, escuchó abrirse la puerta del ático. Gracias a que ya llevaba unos días encerrada, sabía la rutina de todos. Rosario no podía ser, pues ya debía estar en su casa. Por lo tanto solo podía ser su perro guardián o...

- ¿Qué haces sentada en el suelo? 

... su mayor pesadilla. 

Actuó como si no estuviese ahí, como si no lo hubiese escuchado. Tal vez tenía suerte y se largaba resignado.  

- ¿No piensas hablar? - sin haber sido invitado, entró y se apoyó sobre uno de los pilares de la cama.- ¿Acaso no me has echado de menos? - sonrió con petulancia. 

- Tendrías que importarme para que te echase de menos. 

¡Toma esa, cabrón! Sintió gran satisfacción al ver que la mejilla le temblaba de furia. Nada le producía más placer que herirle su orgullo. 

- Antes de que te des cuenta, estarás locamente enamorada de mi, muñeca. No podrás vivir sin mi. Incluso serías capaz de morir por mi. 

La seguridad con que lo dijo, la asustó y lo hizo mirarlo pálida. Jamás lo amaría. Podía obligarla a vivir con él, hasta forzarla en la cama; pero nunca lo amaría. Solo había amado a un hombre en su vida y él mismo se había encargado de destruirla para cualquier otro. 

- Nunca. 

- Aunque me encanta verte enloquecida, me muero de hambre. Llevo unos días de mucho trabajo y nada me apetece más que disfrutar de una maravillosa cena con mi mujer.

Lo miró asqueada. Solo de escuchar que él la creía su mujer le daban ganas de vomitar. 

- No soy tu mujer, cabrón. - rechinó los dientes. - Así que me temo que vas a cenar solito. 

- Levántate. 

Sabía que eso era una orden. No iba a aceptar un "no" por respuesta. La arrastraría si era necesario con tal de que cenase con él. 

- No quiero.

- No pienso repetirlo dos veces. - gruñó con los brazos cruzados. 

Desafiarlo no era una buena idea, pero rendirse ante sus deseos era todavía peor. No pensaba retroceder. Se quedó callada y sentada, rezando porque no quisiese empezar una fuerte pelea. 

Desafortunadamente, Alacrán no pensaba pasarle de una. Se acercó en dos pasos a ella y la levantó a la fuerza, haciéndole daño en el brazo. Esta forcejeó para soltarse, pero no era rival para él. 

- ¡Quédate quieta!

Tuvo que dejar de sacudirse, pues solo conseguiría hacerse daño a si misma. 

- Ahora, - la miró fijamente. - ya podemos cenar. 

Aunque intentó soltarse de su férreo agarre, no pudo y este la condujo hasta la planta de abajo. Marina lo detestó todavía más al obligarla a sentarse en la mesa. 

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