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Una alegre canción hacia compañía a mi despertar, mientras el cálido sol de una mañana agradable lamía mi mejilla, como si el mismo Apolo entrase a desearme un buenos días. De esta forma me sería imposible el no despertar de buena forma, ¿no lo crees?. Eeran, un viejo pastor inglés que me viene acompañando hace ya bastantes años, yacía en el piso, esperando dos cosas; la muerte o su desayuno, lo primero que le fuese servido ante las fauces del animal.

—Buenos días, señor —dije de buena forma, mientras el cansado animal decidía dejarse llevar a las garras de la muerte, tenía días que simplemente dejaba de consumir cualquier tipo de alimento y siendo honesto, mi cartera no podría agradecer más aquel gesto de agradecimiento del animal.

Salí de la cama, mientras el tibio piso de madera rechinaba bajo mi peso, al salir del cuarto dejé la puerta abierta en espera a que Eeran decidiese o aventarse por las escaleras o simplemente ir a comer algo al baño. Para entonces dirigirme a la cocina, que se encontraba en el piso inferior, de uno de los estantes altos tomé un bowl verduzco mientras que con mi mano libre me hacía con una caja de cereales, dejando los ingredientes en la mesa central de la cocina, para alcanzarme del refrigerador un bote con leche, aunque antes. A su lado, había uno con un líquido ya cuajado de color rojo, con una etiqueta que rezaba algo ya ilegible por el tiempo, pero comenzaba con una "D" ... ¿Alguna vez tuve alguna niña con esa inicial?... quizá ni se llamaba así, pero solo n0 me poseyó la necesidad de aprender su verdadero nombre.

Una vez terminado el ritual de preparación y cuando me dispuse a dar la primer cucharada, la canción en la radio se detuvo. Fue entonces cuando mi perfecta mañana se vio interrumpida por el molesto sonido de un llanto, un llanto que casi se confundiría con grito que, si no fuese por que las casas aledañas a la mía se encontraban sin un alma dentro desde hacía años, estaría en graves problemas.

Me levanto molesto, más que molesto, furioso, soy tan bueno con ellas, que lo único que les pido a cambio es su silencio, no me interesa escucharles parlotear sobre lo mal que se sienten, principalmente porque solo parecía interesarles mantener una actitud quejumbrosa, misma la cual se reprochaba completamente de mi parte. Me encamino a la mesa de centro de la sala, la arrastro hasta que se aparta de mi paso y luego hago lo mismo con la alfombra azul oxidado que hacía juego con la sala. Debajo de esta sarta de cosas se encontraba la trampilla que abría camino al sótano, un lugar donde la única iluminación disponible sería la poca que se dejase colar detrás mío cada vez que entraba.

—Will, cariño, perdónale, es nueva. Le-le dijimos.

No la dejo terminar de hablar para comenzar con mi saludo cordial.

—Bueno, amores míos, en ese caso me alegra hacerles saber que en ese caso, se quedan sin agua. Le pueden agradecer a su querida amiga—mientras hablo puedo ver como bajan la cabeza—¿por qué tan pálidas?, deberían salir a tomar el sol de vez en cuando.

Una suave carcajada llena mi garganta y después el lugar. Para luego salir del sótano con la intención de ir a la iglesia, como el obvio y gran ciudadano que soy en este misero pueblo olvidado por dios.

Los extraños fetiches de William Page (+18)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora