Capítulo 19: "Un ataque al corazón".

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Debió de quedase dormida en el baño, porque el distante timbre del teléfono la despertó con un sobresalto. Se interrumpió, pero poco después volvió a sonar.

Salió de la bañera y se envolvió en una toalla mientras corría al dormitorio, antes de que volviera a colgar.

-¿Sí?

-¡Holly! Gracias a Dios que estás ahí. ¡Tienes que venir a MacCom, ahora mismo!

Reconoció la voz de la secretaria de su padre, aunque la mujer estaba completamente fuera de sí.

-¿Qué pasa?

-¿Es tu padre, creo que ha sufrido un ataque al corazón o algo así. Nada más llegar se metió en su despacho, y hace unos tres minutos escuché un ruido sordo: se había caído al suelo. He llamado a una ambulancia. Holly, tiene muy mal aspecto. ¡Tienes que venir enseguida!

Una súbita punzada de terror le atravesó el corazón. ¿Habría sufrido ese ataque por su culpa? Estaba tan furioso cuando se marchó.

-¿Holly? ¿Sigues ahí?

-Voy para allá.

Soltó el teléfono y corrió a ponerse algo, lo primero que encontró: unos vaqueros, una camisa y un par de tenis. Luego, después de recoger las llaves, voló escalera abajo.

Cuando llegó al aparcamiento de MacCom, la ambulancia estaba aparcada a la puerta. Echo a correr hacia el despacho de su padre.

-¡Holly! –Exclamó la secretaria de Ryan nada más de verla-. Los paramédicos lo están atendiendo. Están haciendo todo lo posible.

-¿Puedo verlo? –intentó pasar al despacho, asomarse al menos.

-Lo mejor será espera hasta que esté en condiciones de que se lo lleven. Han avisado al helicóptero de rescate. Al parecer ha tenido un ataque grave. Tendrán que llevarlo al hospital de Auckland.

De repente le flaquearon las piernas y tuvo que dejarse caer en la silla más cercana. Finalmente los paramédicos le pidieron que entrase. Habían logrado estabilizar a su padre y esperaba la llegada del helicóptero para dentro de diez minutos. Se quedó horrorizada al ver su palidez. Le habían puesto una máscara de oxígeno.

-¿Se podrá bien?

-Eso depende en gran medida de él mismo, señorita.

-Es un luchador. No se rendirá –replicó. Por muy furiosa que estuviera con él, la perspectiva de perderlo le aterraba. Ryan Mackenzie había sido el puntal de su vida.

Cuando llegó el helicóptero, todo el mundo se puso en movimiento.

-Lo siento, señorita, pero no hay sitio en el aparato. ¿Sabe de alguien que pueda llevarla hasta Auckland?

-Yo la llevaré.

Holly se giró en redondo al oír la voz de Matt y se lanzó en sus brazos.

-He venido tan pronto como me he enterado. No te preocupes, se pondrá bien –la consoló, estrechándola contra su pecho-. Tu padre es un hombre duro de pelar.

Matt sintió el temblor de sus hombros, estremeciéndolos por los sollozos, mientras el helicóptero despegaba y ponía rumbo hacia el norte.

-Es culpa mía, Matt. Tuvimos una discusión horrible cuando volví a casa. Todo es culpa mía.

-No, Holly –le acarició cariñosamente la espalda-. No es culpa tuya. No estaba bien, y desde mucho antes que tú vinieras. Varias personas se lo comentaron, pero ya conoces a tu padre. Él siempre tiene que tener la última palabra.

Matt se esforzó por reprimir el tono de censura de su voz. Era lo último que necesitaba escuchar de Holly en aquel momento. Una punzada de culpa le atravesó el corazón. No era la discusión con Holly lo que había desencadenado el ataque cardiovascular de Ryan Mackenzie, estaba seguro de ello. No, había sido la confirmación de que el contrato que había podido garantizar la supervivencia de su empresa, había sido transferido a su compañía rival. Aquello había sido el clavo final de su ataúd.

Matt se dio cuenta de lo literal que sonaba esa expresión, pero se esforzó por reprimir todo sentimiento de culpabilidad. No había cabida para el remordimiento. Ryan Mackenzie hubiera jugado limpio en su vida, nada de todo aquello habría sido necesario.

Guió a Holly a su coche y la ayudó a subir. Tenía el rostro bañado en lágrimas, pero ya no sollozaba. Estaba haciendo acopio de toda su fuerza interior, intentando recuperarse desesperadamente.

-¿Qué haces? Por aquí no se va a la autopista.

-Necesitarás recoger unas cuantas cosas, Holly. Tu padre estará algún tiempo en el hospital. Sólo te llevará diez minutos hacer una maleta y enseguida nos pondremos en camino.

Se recostó en el asiento, aliviada.

-Gracias, no sé lo que habría hecho sin ti. No estoy en condiciones de conducir.

-Hey, ¿para qué están los amigos? –le tomó una mano y se la apretó.

Una vez en la casa, empaquetó lo mínimo imprescindible. Matt llamó al ama de llaves de su padre para informarla de lo sucedido. Veinte minutos después estaba en la autopista rumbo al hospital.

-¿Por qué no intentas dormir un poco? –le sugirió Matt.

Parecía agotada, la tensión y el cansancio se reflejaban en cada uno de sus rasgos.

-Lo intentaré.

No tardó en quedarse dormida. Matt pensó en Ryan Mackenzie, en el aspecto que había ofrecido cuando lo cargaron en el helicóptero. Envejecido, frágil. Experimentó una punzada de compasión, y otra aún más fuerte, de remordimiento. Apretó con fuerza el volante. No necesitaba ni la una ni lo otro. Hacía mucho tiempo que había planeado aquello, la caída de Ryan Mackenzie. Y ahora estaba ocurriendo.

De todas formas, el asunto de su salud era distinto, él sólo era responsable indirecto de aquel ataque. Mackenzie llevaba mucho tiempo sin cuidarse. Y había vivido bastante más años que su padre. Se obligó a relajarse mientras pisaba a fondo el acelerador.

No había espacio en su vida ni para la compasión ni para el remordimiento, sólo para la satisfacción de ver terminado su trabajo. Y para ver culminada su dulce venganza de ambos Mackenzie, la del padre y la de la hija. 


Dulce Venganza ©Where stories live. Discover now