Capítulo XVI

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Skay

Todo mi cuerpo se sentía entumecido y me costaba horrores mover los diferentes músculos y articulaciones.

Cuando me desperté tras haber perdido la consciencia, todavía no había acabado de asimilar los acontecimientos del día anterior. Mi vida acababa de dar un giro de ciento ochenta grados sin poder evitarlo y la causa de todo aquello que me estaba pasando era nada más ni nada menos que Alice. La chica había resultado ser peligrosa al fin y al cabo. ¿Qué iba a hacer a partir de ahora? Algo en mí todavía no había olvidado el efecto que ella había sido capaz de causar en mí. Envidia, odio, rencor... pero también fascinación, atracción y deseo.

Y además, no podía evitar pensar en lo que los Dioses podrían pensar de mí si le hacía el mínimo daño a la chica. Alice era la legítima heredera al trono de los cálidos y, por lo tanto, era capaz de interactuar con estos. Un hecho que yo, por muy buen rey que pudiera llegar a ser, jamás sería capaz.

Me senté en la camilla de la enfermería y miré a mi derecha, la cuidadora de Alice dormía tranquilamente en una camilla próxima a la mía.

Me quedé unos instantes de esa forma, sentado en silencio, observando a los demás pacientes y pensando en el gran misterio que había tras Alice, hasta que la puerta de la enfermería se abrió de repente para dejar paso a una chica.

Se trataba de Diana, la mujer con la que me habían prometido desde el nacimiento. Aquella mañana llevaba un ligero vestido colorido que se encontraba abierto por el vientre y dejaba ver sus abdominales. Además, resaltaba sus largas piernas y su bella figura en forma de reloj de arena. La verdad, era que Diana era una chica muy guapa, con su cabello rojizo y rizado y su mirada seductora, podría conquistar a cualquier hombre que quisiera. Sin embargo, yo había estado tan acostumbrado a ella, que cada vez que la veía con un vestido tan seductor me parecía completamente normal.

Diana iba a ser mi esposa dentro de poco, pero yo la veía como una hermana.

A la chica se le iluminó la cara al verme y exclamó mientras se acercaba a mí:

- ¡Me alegro tanto de que estés bien!

A continuación, se sentó en frente de mí en la camilla y me abrazó con dulzura, llenándome de calidez. Yo permanecí en silencio y me sentí reconfortado en sus brazos, ya que así era cómo debía estar y no pensando en una extraña forastera que lanzaba flechas de hielo. Sin embargo, Diana no tardó mucho en sacar el tema que yo trataba de evitar:

- ¡Esto es una locura! Estoy escuchando todo tipo de rumores sobre una chica fría que jura ser hija de la reina Opal. Dicen que te atacó con hielo... Debes de estar pasando por un momento muy duro. – dijo la muchacha intentando comprender cómo me sentía yo en realidad.

En ese momento no supe qué decir, ya que en realidad Alice no parecía haber querido hacer daño a nadie. Simplemente no tenía ningún control. Por ese motivo, me quedé callado con la cabeza cabizbaja, hasta que Diana se atrevió a cogerme por la barbilla y obligarme a mirarla. Entonces, comprobé la preocupación que había en sus ojos y se apoderó de mí.

Conocía perfectamente el aprecio que me tenía aquella muchacha, pero aun así era incapaz de mirarla como debía. Mi obligación era amarla, siempre lo había sido, pero había fracasado en mi intento. ¿Cómo podía obligarme a mí mismo a amar a alguien tanto como para querer pasar el resto de mi vida con esa persona?

Ni siquiera me sentía mínimamente atraído hacia ella, por muchos vestidos atrevidos que pudiera ponerse, era incapaz de verla de un modo que no fuera amistoso.

A continuación, Diana se acercó todavía más a mí y juntó los brazos disimuladamente para que el canalillo que había entre sus pechos se estrechara. Aquel intento de que me sintiera atraído hacia ella, me hizo sentir todavía peor, ya que era capaz de ver lo frustrada que se debía sentir al saber que yo no sentía nada romántico por ella.

En realidad, Diana nunca me había confesado su amor, pero yo sabía que para ella nuestro matrimonio concertado no se trataba tan solo de una mera obligación y aquello me partía el corazón.

Aquel tan solo había sido un intento de los muchos que había hecho para conseguir algo conmigo, pero no pude evitar tener la incertidumbre de que esta vez era diferente. Quizá se debiera a que había escuchado acerca de Alice y sus posibilidades de ser realmente la heredera al trono. Un cambio de esta magnitud también cambiaría la vida que a Diana le habían montado conmigo, ya que esto podría romper nuestro acuerdo de matrimonio.

- ¿Estás bien? – le pregunté a la muchacha cuando me di cuenta de que su rostro se encontraba a escasos centímetros del mío.

Por mi sorpresa, Diana permaneció en silencio, cerró los ojos por unos segundos y después me miró de nuevo. A continuación, me cogió la cara con sus finas manos y acercó su boca a la mía.

No podía moverme a causa del dolor que sentía cada vez que lo intentaba, por lo que no pude hacer otra cosa que aprovechar que Diana había hecho el paso e intentar sentir lo que debía.

Los labios de la muchacha eran dulces y su boca se movía con una habilidad que creía inexistente hasta ese momento. La verdad, es que no sabía que Diana supiera besar tan bien. Aquel beso no podía semejarse a los que ya había dado, en los cuales había habido choque de dientes y demasiada saliva de por medio. Me sorprendí a mí mismo al encontrarme siguiendo el beso con ganas.

Poco después, me vi abriendo un poco la boca para dejar que su lengua acariciara la mía.

No podía creerlo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué besaba a Diana cuando lo que deseaba era besar a Alice? No había podido olvidar lo que había sentido con tan solo tocarla y por ello, no podía ni imaginar lo que sentiría si la besara de la misma manera que estaba besando a Diana.

Cuando finalmente la chica se apartó, finalizando el beso, pude ver que sus mejillas estaban sonrojadas y que definitivamente la temperatura de su cuerpo había subido.

Entonces, me sonrió para demostrarme que había quedado satisfecha con el beso y se marchó sin decir palabra.

Me mordí el labio inconscientemente y volví a estirarme en la camilla como si nada hubiera ocurrido, rindiéndome por fin a un sueño profundo.


Fría como el hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora