XXXIV: Preparativos para el juicio

2.3K 230 158
                                    


Jessio y Pales caminaban a la par.

La soberana miró de reojo al gran maestro de la Academia de Magia. No le simpatizaba Jessio. Para nada. Desconfiaba de él desde el momento en que su padre comenzó a enfermar y el hechicero pareció no preocuparse demasiado por hallar una cura.

Pales se consideraba una mujer racional. Detestaba dejar que fueran sus emociones las que guiaran su comportamiento. Sabía que, a pesar de todo, no tenía motivos válidos para dudar del hombre que durante quince años ayudó a traer prosperidad al humilde reino de Catalsia, sin otro vínculo con esas tierras más que su amistad con su padre. Y a pesar de todo, ella jamás había podido fiarse de quien había llegado ser el primero dentro el consejo real.

Esta vez, no obstante, la situación era distinta.

Nadie de todos los que la rodeaban conocía mejor que Jessio la situación que giraba en torno a Winger. Él había sido la persona que lo conoció el mismo día de su llegada a la capital. Él fue su tutor por casi medio año. Él sorprendió a Winger la noche del incendio. Él era un experto en el arte de la magia y poseía conocimientos acerca de las fallas en la Cámara Negra y los demonios que habían ido apareciendo en los últimos meses.

Por eso lo había nombrado como su representante en el juicio que iniciaría en diez días.

Jessio sería el encargado de dirigir la imputación contra el acusado, ordenar el relato de los testigos y tratar de convencer a los miembros del jurado de la culpabilidad de Winger.

Pales no estaba del todo satisfecha con esa designación. Pero era lo mejor que tenía...

—¿Se encuentra bien, su majestad?

La pregunta del hechicero la tomó con la guardia baja.

—Por supuesto —se rearmó ella de inmediato.

—Si bien seré yo quien hable en su nombre durante el proceso de enjuiciamiento, le pido por favor que encarrile mi discurso en el momento en que este comience a flaquear en algún punto relevante.

Cómo detestaba Pales que Jessio apoyara el filo del cuchillo en su propio cuello, como queriendo así demostrar la transparencia de sus intenciones...

—De acuerdo —se limitó a contestar la reina.

Un momento después, ambos atravesaron las puertas que conducían al recinto donde el juicio se llevaría a cabo.

—¡Reina Pales! —exclamó Milégonas al verla entrar. Se hallaba en compañía de algunos de sus ministros, y al parecer había estado ocupándose personalmente de la supervisión de los preparativos de aquel salón—. Como puede observar, ya todo está listo para el proceso.

Con un amplio ademán recorrió el lugar. Era una habitación espaciosa y rectangular, con paredes de roca blanca y muebles de madera maciza. Había numerosas filas con asientos para que el pueblo presenciara el juicio desde allí. La tarima del juez albergaba una silla que miraba hacia un taburete simple y sin respaldo. Era el banquillo de los acusados.

—No esperaba menos dedicación de vuestra parte, rey Milégonas —dio la reina su aprobación—. Ahora solo me falta conocer a los miembros del jurado.

—Lo hará ahora mismo —indicó el soberano—. Siete sabios que han asesorado a los reyes de Lucerna por generaciones —enfatizó—. Que pasen.

Obedeciendo la voluntad de su rey, un servidor del palacio se encargó de abrir una de las puertas laterales e hizo ingresar a siete personas. Eran hombres y mujeres de edades muy avanzadas, salvo quizás por el miembro más alto del grupo, que aparentaba unos treinta años; Pales luego se enteraría que se trataba del inmortal conde Milau de Párima. La reina también notó que su general, apostada en la entrada del recinto, saludaba con un gesto sutil a una de las ancianas, y supuso que esa dama de maquillaje colorido y vestido esmeralda era la bruja Ruhi del monte Rui.

Etérrano II: El Hijo de las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora