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Dejó caer la cabeza contra la dura superficie de la mesa sin cuidado alguno y luego gimió de dolor ante el impacto, lo que provocó que Maureen bufara con fastidio.

—¿Podrías dejar de lucir tan miserable?— rogó la rubía chica.

—No— Ian cerró los ojos sintiéndose peor que nunca y creía tener todo el derecho de lucir jodidamente miserable. —Estoy deprimido.

—Tú lo que estas es despechado. —La chica se acercó y  le revolvió suavemente el cabello mientras con la otra mano sostenía una taza de leche. —¿Sabes? Aún no puedo creer que te haya rechazado. Si eres tan adorable...

—Créeme que yo tampoco puedo.

Hacía una semana desde que Miller se había ido de su apartamento diciendo que todo había sido un error. Ian se sentía enojado, triste, pero especialmente humillado. Esa sin duda había sido la relación más corta de la historia, durar solo un para de horas...era deprimente.

Por otro lado, al menos ya sabía algo más acerca de Miller. Aquella tristeza que siempre estaba presente en su mirada se debía a la muerte de ese chico...Levka. Frunció el ceño con molestía, no lo conoció pero no le agradaba mucho.

—¿Y por qué no lo llamas?—sugirió la chica. —Invítalo a tomar algo y habla con él, sedúcelo...

El ojiazul sonrió avergonzado y se encogio de hombros.

—No tengo su número.

—¡¿Qué?! Tienes que estar bromenado ¿anduviste tonteando con él y no pudiste pedirle el número?

—Es que lo olvidé, tenía demasiadas cosas en la cabeza.

—Ajá, perdiste el tiempo comiendótelo con la mirada y te olvidaste de detalles importantes.

—¡No es mi culpa que sea tan jodidamente atractivo!

—si, lo que digas.

Ian no quería pensar más en eso y además tenía ganas de comer cosas dulces, muchas. Aprovechando que era su día libre, decidió que iría al supermercado por un poco de helado y tal vez chocolates...y galletas y papas fritas.

—Iré por helado ¿quieres qué te traiga?

—Si, que sea de vainilla.

—Bien, vuelvo enseguida. —Tomó sus llaves y salió a la calle.

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El super no estaba lejos y por eso decidió ir caminando en lugar de montar el autobus, necesitaba despejar su mente con desesperación. No lo consiguió, Miller era en lo único que podía pensar, en sus lindos (y tristes) ojos verdes, en su boca que parecía estar hecha para besar y en ese cabello largo que le sentaba tan bien...estaba perdidó y todo era culpa de ese castaño que se rehusaba a salir de su cabeza y especialmente de su corazón.

El problema en toda esa situación era que definitivamente no tenía la más minima oportunidad, al menos eso pensaba y es que si Miller seguía enamorado de su ex, que encima estaba muerto, Ian tenía todas las de perder. Podía intentar acercarce de nuevo a él, conseguir su número no sería difícil, solo debía hablar con Eliz y...¡No! Le aterraba lo que su jefe pudiera decirle.

"Te dijé que no te ilusionaras con MillerSeguro como el infierno que no quería escuchar eso saliendo de la boca de su jefe.

Tardo al rededor de diez minutos en llegar al super y cuando entro se fue directamente al area de los congeladores, en busca de su preciado helado. Había tantos sabores que fue realmente difícil elegir solo uno, así que terminó llevando uno de fresas con queso, el de vainilla de Maureen y uno de pistacho (solo porque era verde como los ojos de Miller). Mientras hacía su camino a la caja se topó con la estantería de las galletas y su cesta fue añadido un paquete de oreos, y más adelante estaban las papas fritas, que tristemente eran más aire que producto.

Pagó su compra mientras pensaba en las posibilidades de sufrir un coma diabético...y cuando estuvó afuera se arrepintió por no haber tomado una botella de vodka, aunque la verdad es que no era partidario de curar las penas con alcohol, eso sólo lo volvía todo más difícil.

Se quedo parado afuera del super con la vista clavada en el cielo ligeramente nublado. ¿Cuánto tiempo más pasaría para que Miller volviera a la cafetería? Porque eso de que lo evadiera era más doloroso que ser rechazado.

Una mano cayendo sobre su hombro lo hizó soltar un pequeño grito y giró la vista listo para replicarle a quien lo había asustado. Su voz murió cuando se topó con unos ojos oscuros que lo veían con diversión.

—Hola Ian— Susurró el tipo con voz fría y de cierta manera, cruel.

Ian sintió como si alguien le diera un puñetazo en el estomago e ironicamente su cabeza quedo en blanco, justo lo que había estado deseando minutos atrás.  Victor lo observó con las oscuras cejas arquedas y apreto el agarre que mantenía en el hombro del chico.

—¿Qué paso? ¿No saludas?

—N-no se quien eres...—Su voz temblaba y sus manos empezaban a hacerlo así que las apreto en puños.

—¿Por qué sera que no te creo?— el tipo suspiró con fingido pesar y luego sonrió —Por cierto te sienta bien el cabello blanco— acerco sus labios al oido del chico provocando que se estremeciera con desagrado—aunque me gustaba más tu cabello castaño.

—¡Aléjate!

Ian se hizó a un lado de manera abrupta casí cayendo al suelo. Eso no podía estar pasando, ese tipo no estaba ahí...pero lo estaba.

—¿Sabes? Ahora que lo recuerdo, nunca te dije mi apellido— su sonrisa despareció y sus ojos se endurecieron dándole un aire intimidante —¿Quieres que te lo deletreé?

El ojiazul nego con movimientos rápidos que hicieron doler su cuello, el miedo empezando a transformarse en pánico. Sin pensarlo más se dio la vuelta y hecho a correr de vuelta a su apartamento.

—¡Un día de estos pasaré a la cafetría para charlar! —Gritó victor.

Sus ojos se cristalizaron mientras corría tan rápido como su cuerpo se lo permitía. Las lágrimas no tardaron en aprecer y en medio de todo ese miedo y esa confusión, su mente trato de brindarle un consuelo, algo que lo hiciera sentir seguro. Cruzó en un esquina, se detuvó y cerró los ojos dando largas bocanadas para tratar de restablecer su respiración; tras sus parpados una imagen apareció nitida, era Miller y sus ojos verdes. Lo hacía sentir seguro aun cuando no lo tenía cerca. Estaba jodido.

Siguió avanzando con pasos temblorosos deseando nunca haber puesto un pie en Cold Mountain, ni cuatro años atrás, ni en ese momento porque al parecer solo obtenía cosas dolorosas de ese lugar. ¿Cómo iba a lidiar con eso? Con un loco que la tenía contra él sin ningún motivo y con Miller que le había roto el corazón.

—Maldita suerte...—Susurró dándole un vistazo a la bolsa que llevaba en las manos. Con el movimiento de la carrera los tarros de helado se habían destapadó y se habían convertido en un desastre.

Un desastre justo igual que su vida...

El dilema del lobo (Lunas Opuestas #2)Where stories live. Discover now