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El aire frío de la noche se colaba por las fosas nasales de Yeison. A las tres de la madrugada, las calles estaban inmersas en un manto de densa neblina que humedecía el asfalto, otorgándole un halo de incertidumbre de no saber qué había veinte metros más adelante.

—Yeison, es hora, el guatón Menares nos espera —indicó Danilo expulsando el humo del cigarrillo que estaba fumando. Pisó la colilla y empezó a caminar.

—Ese hueón me tiene aburrio con sus hueás. —Yeison pateó una piedra y empezó a caminar con las manos en los bolsillos.

No solo estaba aburrido del guatón Menares, hacía rato que estaba aburrido de esa población, de ver la miseria, los círculos viciosos, de ver generaciones de jóvenes que se perdían en las drogas, el alcohol, la delincuencia. De trabajar incesantemente para mejorar esa parte del mundo, pero los resultados eran casi invisibles. Intentaba animarse a continuar con esa vida, recordándose a sí mismo que alguna vez fue uno de ellos, y que estuvo a punto de ser uno más del montón y de alguna estadística macabra. Debía ser paciente, constante...

Todos los días agradecía que Ángel hubiera intervenido en su vida, fue el padre que nunca tuvo, a pesar de ser solo seis años mayor que él. Desde aquel día, habían pasado doce años, y ya no quedaba casi nada del chiquillo rebelde e impulsivo que alguna vez fue.

Caminaron rápido para espantar el frío, el vaho salía tibio por sus bocas y narices. Yeison estaba inquieto, ese tipo, Menares, estaba jugando con fuego, sus hombres habían intentado hacerle quitadas de droga sin resultados favorables, y el ambiente en general, estaba caldeado desde hacía un par de días.

Se encontraron en una calle estrecha pero iluminada, cosa que no tranquilizaba en absoluto a Yeison. Su instinto estaba alerta, apretó la mandíbula, y de manera discreta, tanteó su arma.

Todo estaba en su lugar. Pero eso tampoco sosegó esa sensación de que las piezas no encajaban del todo.

A medida que avanzaban se iba revelando la figura oronda de Menares, el tipo era grande, de todos lados, era como un gorila obeso. Estaba solo, o al menos, eso parecía. La neblina podía ocultar a más hombres sin levantar sospechas.

Quedaron frente a frente, midiéndose con las miradas. A Yeison le aburrió el estúpido juego.

—¿Pa' qué me llamaste, Menares? —inquirió altanero, pero sin alzar la voz.

—Quería pedirte disculpas por lo que hicieron mis cabros la otra vez.

—¿Ah sí? Agradece que no le di un tunazo a uno de tus hijos pa' que amaneciera pintao en el suelo.

—Mira, sé que la hueá está brígida. Por eso te llamé po'h, loco, pa' no seguir agrandando la hueá.

—¿Me querí ver las hueas de colore'? —increpó harto de que lo tratara como si fuera estúpido—. Tus cabros hacen lo que vo'h les mandai. Hace rato que vení echándome el ojo. No soy hueón.

—Sí. Sí lo eri. —Sonrió Menares de una manera siniestra—. Eri entero hueón, conchetumare...

Yeison solo escuchó el estruendo de tres disparos a sus espaldas y dolor. Trastabilló y cayó aparatosamente al suelo azotando su cabeza contra el pavimento.

No podía ser. Yeison estaba confundido, parpadeó con dificultad, todo era borroso. De inmediato notó que la cabeza le sangraba y formaba un charco tibio alrededor de ella. Sintió miedo, porque no quería morir en ese lugar. No así, ni siquiera había vivido su vida como él deseaba, sin máscaras.

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