Capítulo 3: Una bala y un trago de Whisky

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—Mierda —susurro mientras el chico frunce el ceño.
—¿Esperas a alguien? —pregunta él, incómodo. Yo lo miro y me quedo en blanco y sin respuesta. En realidad, me olvido de lo que me acaba de decir. Todo esto ocurre durante unos siete segundos hasta que recupero la voluntad y vuelvo a mí misma.
—Quédate aquí —le ordeno y él asiente, aunque no estoy muy segura de que me vaya a obedecer.
Voy a la mesilla de al lado del sofá y agarro una pistola y le lanzo otra a él. No me fío de él, como no me fío de nadie, pero desde que entró en casa no puedo dejar de pensar en lo que me acababa de confesar. Por ello, supongo que pensé que darle el arma podría darme las respuestas que quería. Al menos, tendría la oportunidad de salir vivo.
—¿Sabes usarla? —le pregunto yendo hacia la puerta. Él no niega ni afirma, tan solo se encoge de hombros.
Se oye otro ruido seco y roñoso desde el jardín. Yo me acerco hacia la cocina, donde hay una puerta más directa a fuera, pero decido no salir porque si hay alguien y éste no tardará en entrar. ¿Por dónde? Esa es la cuestión. Por ese mismo motivo ignoro el timbre y escojo ir por el pasillo que conduce hacia mi habitación. Así podría despejar la casa empezando por el final. Y, por suerte, llego a ella con éxito. Todo está oscuro excepto por el rayo de luz tenue que proviene de la luna y pasa a través de la ventana que hay en frente de la cama.

Recuerdo que el arma aún no está cargada. Con cuidado me coloco contra la pared. Oigo unos pasos sordos acercarse hacia mi posición actual. Sin embargo, estos pasos dejan de colarse por mis oídos y ahora tan solo oigo la respiración de alguien muy cerca. Cierro los ojos y cojo el arma con las dos manos. La cargo.

Uno. Dos. Tres.

Noto como la pistola se apoya en una superficie a medio metro de mí.
—Eh, eh, que soy yo —susurra el objetivo al que estoy apuntando. Es mi invitado misterioso, al que le dije que no se moviera del salón. En cierto modo, siento una sensación de protección. Al asegurarme de que es él –algo de lo que aún necesito una respuesta válida– bajo el arma de golpe.
—Te dije que no te movieras de allí —le digo mientras me acerco a él. Sin pensarlo, ahora estamos a unos pocos centímetros el uno del otro.
—No por cuánto tiempo —contesta sin remordimientos mientras se encoge de hombros.
Eso me obliga a empujarle contra la pared y mi respiración se agita ligeramente al igual que la suya cuando nuestros cuerpos se tocan. Mi mano está en su pecho y noto como sus latidos cogen velocidad hasta que yo los puedo percibir. Unos segundos más tarde, se oyen disparos.
—No vas a hacerme caso, ¿verdad? —le pregunto mirándole a los ojos. Es un poco más alto que yo así que tengo que alzar la cabeza para hacerlo.
Él solo aparta la mirada de mí y mira por encima de mi cabeza, justo hacia la habitación a mi espalda, de la cual noto un aire ligero y gélido que hace que cierre los ojos.
—¿Quién eres? —sigo persistiendo en la cuestión al abrir los ojos. Él pasa la lengua por su labio inferior y gira la cabeza en mi dirección para volver a conectarnos visualmente. Su mandíbula se tensa y se relaja y repite esa acción un par de veces. Pero no dice nada.

Decido apartarme de él y seguir con la búsqueda, pero él me agarra de la cintura y evita nuestra separación. Yo enarco las cejas y él gira suavemente su cabeza a unos cuarenta y cinco grados hacia la derecha. Justo en ese instante, levanta su brazo derecho y aprieta el gatillo haciendo que un sonido grave y sonoro inunda la casa en un eco.

Yo pestañeo un par de veces antes de dirigirme hacia al que ha apuntado este misterioso hombre y observo que no es ninguno de los míos por el arma que agarraba con la mano. No dudo en inspeccionar al intruso. Registro en los bolsillos de su chaqueta y pantalones, pero solo veo una foto de dos niños. Me da por guardármela y me fijo en la herida que tiene justo en su pecho izquierdo. Y vaya puntería. Cuando me giro, veo los pies de al que me ha salvado la vida y me levanto despacio, quedando a muy poca distancia de nuevo de él. A continuación, veo una sombra y no dudo en disparar por encima del hombro del chico, sin dejar de mirarle a los ojos. Él se gira y se oye el cuerpo que cae a suelo picado. Vuelve hacia mí. Esta vez me mira sorprendido, con la boca entreabierta.
—Aún me debes una respuesta —sentencio aún con el brazo estirado.
—No creo que sea el momento ahora —replica sin dejar pausa entre nuestro diálogo.

Yo tan solo me doy la vuelta y empiezo a caminar hasta llegar al jardín para ver si les ha pasado algo a mis otros dos guardias. Me acerco a la piscina pero oigo algo no muy claro desde donde estoy. Levanto la mirada y diviso algo entre los arbustos. Pero hay alguien detrás de mí que me apunta y a muy poca distancia.
—Como te muevas, disparo —es una voz femenina. Aunque el timbre sea grave se la nota temblorosa. Aprovecho ese momento y me giro hacia ella —. ¡No te muevas! —me ordena algo desconcertada. Eso le hace perder el equilibrio y se vuelve a colocar en su posición con los pies en paralelos y un poco separados entre sí, cogiendo el arma con las dos manos y mucha fuerza. Estoy a contraluz, por lo tanto, solo puedo ver su pelo rizado y corto como si fuera una sombra muy contrastada con el fondo y algo del perfil izquierdo de su cuerpo por las luces que provienen de los focos de arriba de la fachada y de las luces del interior de la casa.
—Estás cometiendo un error —le advierto con tono divertido aunque sin cambiar mi gesto serio. En realidad, debería tenerle miedo, y no digo que no lo tenga, pero ella no debe saberlo y me divierte el temblor de sus manos mientras me apunta a la cabeza.
—Tira el arma —replica evitando mi advertencia. Entonces veo a Jace en el salón y él me pregunta si necesito ayuda con la mirada. Yo me río y me agacho para dejar el arma en el suelo, pero antes de soltarla, apunto a la pierna de mi asesina personal y disparo causando que ella se tuerza de dolor y suelte su arma del tirón. Yo corro a por ella y dejo a la chica atrás cuando me dirijo a la puerta de cristal y la deslizo, pero se rompe en cuanto la toco.
—Eso les va a costar muy caro —enarco una ceja.
Jace dispara al hombre que ha intentado matarme hace unos cinco segundos causando que suelte un grito. Después de dicho acto, el joven que tengo frente a mí jadea de dolor.
—¿Qué ha pasado? ¿Te han dado? —me acerco a Jace y lo aguanto del brazo cuando se inclina hacia mí. Baja la cabeza y me enseña una herida en el lado derecho de su cintura, un poco más abajo de sus costillas —. Mierda. No te muevas —le ayudo a tumbarse en el sofá —, ahora vengo.
Corro hacia el baño donde tengo un maletín blanco con una cruz roja en la tapa de arriba, exclusivo para emergencias. Lo abro y busco unas pinzas y una toalla para no dejar que pierda más sangre. Al salir del baño, oigo un tiroteo viniendo de la playa. Decido ignorarlo y centrarme en Jace, así que me apresuro para llegar cuanto antes donde descubrí que lo habían herido.
—Ten, aquí tienes. Aprieta fuerte —le dejo la toalla en la herida donde no deja de salir sangre y él empieza a presionar con fuerza sobre la zona. Le acerco un whisky que hay en un mueble y un vaso y él me sonríe.
—Ve —me pide sin a penas pronunciar nada más.
Yo niego con la cabeza y me quedo a su lado. Cojo las pinzas e intento adentrarlas con mucho cuidado dentro de la herida. Él cierra los ojos apretándolos con fuerza y produce un sonido inspirando aire por su boca, entre sus dientes encajados. Yo me muerdo el labio al ver su reacción y oír que los disparos se van disipando a medida que pasa el tiempo. Él acerca su mano con el vaso hasta arriba de whisky y le da un sorbo. Me lo ofrece después y yo no dudo en cogerlo, pero no para beber de él sino para echárselo encima de la zona donde le han pegado el tiro. Él tensa su cuerpo de golpe repitiendo el mismo sonido de antes.

Tengo las manos llenas de sangre pero vuelvo a presionar con la toalla. Jace agarra mi pelo e intenta tirar de él, pero cierra los ojos e inspira y expira por la boca, haciendo que su cuerpo se relaje. Entonces coloca su mano sobre mi cuello y empieza a deslizar sus dedos por mi nuca. Parece que encuentro la causante de su dolor y con mucho cuidado tenso las ramas de las pinzas para atrapar la bala que se ha incrustado en su páncreas. La retiro con cautela, mordiéndome los labios por la concentración que esta actividad conlleva. Él no deja de acariciarme, a veces, con mucha intensidad. Finalmente, veo la bala entre las mandíbulas de las pinzas y la coloco en su mano libre. Acerco la toalla su túnel interno rojizo y dejo que el presione por mí. Apoyo mi cabeza en el sofá sentada en el suelo y suspiro hasta que oigo pasos acercándose a nosotros. Me levanto y cojo el arma de Jace que está en el suelo. Al presentarse parte de mi equipo, suspiro aliviada y bajo el arma.
—Ya era hora —ruedo los ojos. Rea se corre hacía Jace y lo abraza cuando Miguel y Trey se ocupan de colocar sus brazos en sus hombros para sacarlo de ahí.
El resto del equipo asiente con la cabeza y empiezan a adentrase en mi casa.

Yo vuelvo a quedarme sola en el salón. Doy una vuelta sobre mí cuando oigo que hay algo revolviéndose en mis arbustos. Suspiro exhausta. Lo que me faltaba.
Sin embargo, no me muevo porque aparece el tío sexy que se había presentado en mi casa antes de todo que pasara todo este caos, detrás de mí. Cierra la puerta y se acerca a mí.
—¿Quién es esa? —señala a la chica haciendo un gesto con la cabeza, aún en el suelo.
—Le dije que cometía un error —contestó yo encogiéndome de hombros. Ahora ella intenta levantarse pero una de mis chicas la coge y la lleva a la cocina arrastrándola.
El chico me mira y yo paso mi brazo por la frente ya que tengo sangre en las manos. Él me acerca la botella de whisky y me la ofrece. Miro hacia el alcohol y poso mi mirada en él. Cojo la botella y tomo un sorbo. Más tarde, él repite mi acción.

Mi Mejor ArmaWhere stories live. Discover now