2. Azúcar para la segunda taza

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Noche saltó de la cama en cuanto el incesante pitido del despertador se dejó escuchar en el interior de todo el dormitorio. Al gato le molestaba sobremanera que un instrumento tan humano alterase todas las mañanas su ligero sueño. Rebecca alzó una mano e intentó apagar el aparato a ciegas, consiguiendo que éste fuera a proyectarse contra el suelo. Dio media vuelta sobre el colchón, enredándose más entre las sábanas y pensó en dormir un rato más. No le habría venido mal, pero Noche ya se había despertado y estaba de mal humor, así que ella tendría que hacer lo propio.

La rutina de aquella mañana no se diferenciaba nada de la que había seguido las mañanas anteriores y probablemente de la que seguiría a la mañana siguiente. Sus pies entraron en contacto con el frío suelo, despejándola ligeramente, fue al baño, se cepilló los dientes, se lavó el rostro, llegó hasta la ventana del salón, la abrió, miró hacia el exterior. Contempló el sol alzándose desde el horizonte. Noche requirió la atención de su dueña, se bajó del alféizar y preparó café.

Con una taza repleta de café humeante se acercó a su ordenador. La secuencia de fotografías aún permanecía en la pantalla desde que las dejara ahí hacía apenas unas tres o cuatro horas. Algunas eran realmente buenas. Desde el punto de vista de Rebecca, Yukiko era una buena modelo, natural, bella y sobre todo, exótica, fuera de lo común.

Acabó con el contenido de su taza de café y la dejó sobre la meseta de la cocina. Contempló nuevamente hacia el exterior. Aquella mañana también nevaba pero, a diferencia del día anterior, los copos eran gruesos y ya habían creado una gruesa capa blanca sobre el suelo. Los coches parecían recubiertos por un manto blanco que los camuflaba con el resto del paisaje. En aquel mismo momento recordó que ya no poseía un modelo masculino para el número de aquel mes.

Rebecca suspiró.

La revista Iconic de moda se especializaba en su publicación para el público femenino. Aún así, dos veces al año lanzaba un número masculino en el que se podían encontrar las tendencias que marcaban las pautas para el público del sexo opuesto. Para Rebecca, especializada desde hacía años en la fotografía de modelos femeninas, no se le hacía nada fácil trabajar con hombres. O más que fácil, no había terminado de gustarle la figura masculina a través del visor de su cámara. Para ella no había nada más hermoso y sensual que la figura de una mujer reflejada en las fotos que tomaba. De cualquier manera, la joven había conseguido asquearse de su trabajo al muy poco tiempo. Para su gusto, su desempeño en aquella empresa no era más que el de resaltar la superficialidad y plasticidad de modelos supuestamente perfectas con figuras de ensueño a las que cualquier chica joven o mujer desearían seguir los pasos. La falsa figura femenina.

Noche ronroneó paseándose alrededor de los tobillos de Rebecca, haciendo que la chica saliera de sus ensoñaciones. Al fin y al cabo, a pesar de estar terriblemente asqueada por su trabajo y su propia vida, no se decidía a hacer nada por cambiarla. ¿Por qué entonces, si no pretendía poner todas las cartas disponibles sobre la mesa, se planteaba siquiera lo aburrido y monótono de su situación?

Le echó una última ojeada a las fotos, de las quinientas que contenía la carpeta, se decidió por las cincuenta mejores, las apartó y se alejó nuevamente de allí. Recordó de repente, mientras se servía la segunda taza de café de la mañana, el extraño sueño que había tenido. En él, Carrie aún vivía y se esmeraba en ofrecerle a Rebecca aquella sonrisa que tanto la serenaba. Carrie le sonreía en cada momento. Caroline le sonreía a pesar de lo estúpido de la situación.

En el exterior hacía un frío terrible. El ambiente era, hablando con más exactitud, gélido. Los copos de nieve tan inmaculados como siempre, se habían espesado de una forma considerable en comparación con la nieve más bien fina del día anterior. El suelo acumulaba ya, a aquellas horas de la mañana, más de veinte centímetros de nieve. Corría una brisa fresca que hacía a más de uno estremecerse bajo sus gruesos abrigos de lana.

La cara oculta de la lunaWhere stories live. Discover now