3. Los restos de la tercera taza.

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Los últimos días habían sido, para Rebecca, los más largos de la historia. Las últimas noches, las más cortas. Y todo por culpa de Ashton Fellon, modelo, próximamente actor, mujeriego compulsivo y tremendamente profesional en su trabajo.

Hasta aquel punto en su vida, Rebecca no se había topado con ningún otro modelo que se tomara su trabajo tan en serio. Yukiko, la modelo más estable de la revista Iconic, quedaba superada con creces por la profesionalidad del moreno. Lo que la cámara captaba no era más que lo que Rebecca creía el interior de Ashton. Pero todo lo que ella veía a través del visor era demasiado oscuro para pertenecer a aquel chico, cargado de eternas sonrisas y bromas que harían reír hasta al más estirado del edificio. Y aquello era algo que hacía que Rebecca cada segundo lo odiara más. Parecía ser alguien tan tremendamente complejo como lo era ella misma y lo odiaba por aquello. En su mente, una conexión por semejanzas no estaba permitida ni en un millón de realidades distintas.

La rubia suspiró frente a su segunda taza de café aquella mañana. Se restregó los ojos con fuerza mientras se arrastraba a sí misma de vuelta a la realidad. Aquella noche la había pasado en vela frente al ordenador, trabajando en sus fotografías para la revista. La fecha límite de entrega se encontraba cada vez más cerca y, aunque la joven ya disponía de todo el material necesario, siempre ocurría en los últimos días previos a la entrega. Su cuerpo no conseguía relajarse. Podía incluso morder la tensión, palparla y aún así no podía lanzarla lejos.

Se dejó caer en una silla frente a la diminuta mesa que poseía el salón y contempló por la ventana hacia el exterior. Noche saltó sobre su regazo, acomodándose sobre las piernas descubiertas de la joven. Ronroneó durante algunos instantes y entonces se dispuso a echar un sueñecito. Rebecca bebía de su taza de café con lentitud, sin apartar la mirada de la ventana que la conectaba con el exterior. En verdad, a ella no le hubiera gustado una conexión con Ashton, o por lo menos, eso era lo que se decía a sí misma. Después de una noche en vela, su cabeza ya no podía pensar más, las palabras se enredaban en su mente incapaces de crear una sola frase coherente que poder decir en voz alta.

Tras terminarse la segunda taza de café, se puso en pie y fue al cuarto de baño. La misma rutina de siempre. Tras una ducha se contemplaba al espejo, todo seguía igual, sus sombras negras enmarcaban sus ojos como cualquier otro día, su cabello seguía igual de despeinado que de costumbre. Pero a ella le daba igual. Entonces se acercaba hasta el armario en su habitación y rebuscaba en los desorganizados cajones hasta dar con un pantalón deportivo. Pero aquella vez hubo un ligero cambio. No dio con ninguno.

El teléfono sobre su mesita de noche comenzó a vibrar. La joven se acercó y cogió la llamada, llegando nuevamente al armario, emprendiendo una segunda búsqueda de un pantalón de deporte.

–¿Cómo te encuentras?– resonó la voz de Emely al otro lado de la línea.

–Estoy perfectamente, hermanita. No tienes que llamarme cada dos días para comprobar que aún no he decidido tirarme por la ventana– soltó Rebecca a bocajarro, pretendiendo hacer una broma pesada.

–Eso no ha sido gracioso, Becca. Ya sabes que me preocupo por ti– le reprochó su hermana. Rebecca se cambió el móvil de mano –. El otro día te marchaste sin decirme nada más. Te esperé por si volvías, pero no lo hiciste. No quiero que pienses que estás sola en tu vida.

–No lo estoy– confirmó Rebecca, cambiándose de nuevo el móvil de mano–. Es solo que yo he decidido no hablar con nadie. No creo que eso sea ilegal.

Emely suspiró al otro lado de la línea, hastiada de toda aquella situación.

–De acuerdo, Rebecca. Haz lo que te venga en gana. Al final siempre haces lo que quieres.

La cara oculta de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora