Capítulo 1: El primer invierno

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Su madre no quería un nombre común para su primogénito. Estaba convencida de que iba a ser un varón, había soñado con un niño correteando por la casa, esquivando a la servidumbre y escabullendose debajo de los muebles para evitar ser castigado por alguna travesura cometida. En cambio, su padre ansiaba una niña, y rezaba todas las noches para que al menos resultaran ser mellizos de distinto sexo. Pero su mujer pasó de la novena luna llena, y una madrugada de abril, Ello llegó al mundo. Al principio, ni a la partera le convencía ese nombre, pero con el tiempo, los tíos, abuelos y sirvientes acabaron acostumbrándose, al igual que el flamante padre. El señor Goldenstone malcriaba a su primogénito mucho más que el resto de sus parientes; para las fiestas de fin de año y el cumpleaños de su hijo, le obsequiaba hasta cinco juguetes más un libro de cuentos. La señora Goldenstone temía que acabaran endeudados y su hijo aplastado por la cantidad de juguetes variados que se acumulaban en su estantería. Tuvieron que pasar el cuarto de juegos a uno más grande cuando el piso de la habitación del pequeño Ello se convirtió en un campo minado de piezas puntiagudas, y la mujer evitaba mencionar que agradecía al cielo que no se la pasara obsequiandole mascotas, con tal de no acabar incentivando a su esposo para que llenara el establo de ponis o consiguiera una de esas largatijas gigantes que traían del Nuevo Mundo. Ya bastantes historias había escuchado de esos reptiles que mordían brazos o amputaban dedos de niños pequeños.

Ello aprendió a cabalgar a los tres años, arquería a los seis, pesca a los siete, acompañó a su padre en una cacería de jabalí a los ocho, y a los nueve años el señor Goldenstone estaba enseñándole a manipular el rifle, cuando el crudo invierno los dejó aislados en su mansión en medio del bosque, y decidió salir al lago frente a la propiedad a picar hielo para conseguir algunos litros de agua con la cual hidratarse debido a que se les había acabado el suministro.

Era una mañana nublada y gris, había salido sin compañía, por lo que no hubo nadie que evitara que cayera al agua helada cuando el hielo bajo el peso de sus rodillas se quebró, sin darle tiempo de gritar pidiendo auxilio. El agujero se cubrió rápidamente, no dándole la oportunidad de salir a flote, por lo tanto, nadie lo detectó a cientos de metros de distancia. Sí se percataron de la ausencia del señor Goldenstone, y lo buscaron en todos los rincones de la mansión, en la caballería y la armería, sin dar con él hasta tres días después, cuando una figura oscura empezó a flotar bajo la capa de hielo. La señora Goldenstone les había advertido a sus sirvientes de confianza que había tenido una horrible pesadilla donde su esposo caminaba de cabeza bajo la capa de hielo con la piel azulada y los labios morados, además de que tenía los ojos claros en vez de marrón oscuro. Terminaba tan alterada que la ama de llaves le obligaba a beber un té de hierbas para dormir, pero pronto le dieron la razón.

Ello estaba observando a los sirvientes y los empleados de la caballería partiendo el hielo con palas de pico hasta que lograron abrir un agujero y sacar el cuerpo que flotaba siguiendo la corriente de agua. Notó que varios hombres se cubrían las caras con las manos, que un par se inclinaron y vomitaron, y en el preciso instante en que el cristal del ventanal por el cual los observaba estalló por la presión del aire helado, un alarido femenino de horror retumbó en toda la propiedad.

Todos corrieron a consolar a su madre, y a él, nadie le prestó atención hasta el día del funeral. Recibió pésames por parte de conocidos y personas que nunca había visto hasta entonces, quienes decían ser amigos de su padre que se juntaban en algún lugar en particular o que no habían mantenido contacto más que por medio de cartas a lo largo de los años. Su madre no se despegaba de él ni dejaba de humedecer su traje de duelo con sus lágrimas. Ello trataba de hacer caso a las palabras de su abuelo, un sargento retirado con honores que había convencido a su hijo de dedicarse a la abogacía para poder pasar más tiempo con su familia y no acabar lisiado con una muleta por el resto de su existencia.

Cinder(Ello)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora