3. El chico del bus

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Un día soleado, el calor se sentía fuerte en el ambiente.

Las gotas de sudor resbalaban desde mis sienes cayendo hasta mis mejillas, recorriendo todo mi rostro, me encontraba esperando el bus de las 9:00 am, no era nada nuevo que se retrasara.

La mayor parte de los días que debía salir en la mañana debía hacerlo con al menos media hora de anticipación, pero esta vez no fue así, me tomé un poco más del tiempo debido, aproveché a apuntar algunas cosas en mi libreta, Elena, mi compañera de habitación tenía un desorden terrible en la alacena, me distraje mucho intentando dejar todo lo mejor organizado posible, ¡rayos! Lo hubiese dejado para más tarde, pero ya no había nada más que hacer, era el momento de armarme de toda la paciencia del universo.

Estando sola en la estación, en medio del bullicio urbano, los pitidos de las cornetas, el sonido de los autos al despegar, me puse a observar el panorama, visualizar cada detalle: como volaban las aves con sus lindos plumajes alentando a sus polluelos en compañía, las personas caminando, unas muy apresuradas, otras con pasos lentos y mirada reflexiva, un perrito de la calle algo grisáceo por el polvo y suciedad, la hermosa vegetación que se acoplaba perfecto con los edificios, a pesar de ser una ciudad, esa mescla de premura y calma al mismo tiempo, contradictoria.

En eso, llegó el bus, por suerte estaba casi vacío. Una señora, un anciano y dos chicas ocupaban algunos asientos. Me dispuse a escoger el lado de la ventana, suele ser mi favorito, era una buena oportunidad para elegir el asiento que me pareciese lo más cómodo posible.

El bus inició su recorrido, se estacionó en la siguiente parada, allí siempre comenzaba el suplicio, la gente corría tras el único bus que en 30 minutos de espera llegaba, el estrés, el desorden se apoderaban de los pasillos. Busqué en mi bolso los audífonos, para disfrutar de la música, así distraerme un poco, pero jamás los encontré. Recordé con amargura el haberlos dejado en el bolsito naranja que me llevé al parque el martes pasado.

— ¡Perfecto! ¿Ahora cómo escucharé mi canción favorita?—me quejé casi en susurros para mí misma.

Estaba distraída con la vista hacia la ventana, el ruido me aturdía pero intentaba mantener la calma, los sitios ajetreados siempre me habían provocado mucha ansiedad, de repente, sentí que alguien tomó asiento a mi lado, al voltear, le vi.

Suéter gris, camisa verde que cubría su cuello, un bolso misterioso con un estampado de galaxias, cabellos de tono caoba, pecas en sus mejillas y piel de porcelana. Parecía todo un personaje de novelas juveniles que narran los libros.

Al notar que le observaba, me miró fijo y sonrió, creo que en ese instante se notaron mis mejillas a punto de explotar, era evidente mi nerviosismo.

Bajé y desvié la mirada, sumida en mi embrollo de pensamientos.

« ¡Qué oso he pasado! Ahora creerá que le andaba escudriñando, ¡No voltearé más! No, no, no»

—Disculpe, ¿sabrá qué horas serán?— preguntó el joven.

Sentía mi mente explotar, mi diálogo interno no paraba de sabotear.

« ¿Qué? ¡Qué! ¡¿Me habla a mí?! ¡Me ha hablado a mí! ¡Jodidas mejillas, dejen de calentarse! Va a descubrir que me ha parecido muy apuesto»

Me armé de valor, intentando parecer lo más calmada posible, respondí a su inquietud.

—Oh, sí—le miré con recelo, revisando el reloj de mi muñeca— Son las... 10:30 am.

Después de pensar por unos segundos, continuó — Perfecto, voy a buena hora ¡Muchas gracias señorita!

Le miré, me atreví a mirarle, juro haberme perdido por unos instantes en esos dulces ojos brillantes color café.

—No te preocupes—le sonreí y volteé de nuevo a concentrarme en la vista de la ventana.

Hubo un prolongado silencio, algo incómodo, aunque mi timidez no me permitía hablarle, quería escucharle dirigirse a mí.

—Por cierto, ese libro que tienes en tus manos, es muy hermoso. Si te gustan los finales armoniosos, ese va a encantarte, puede que alcance tus expectativas, alcanzó las mías.

Le miré de nuevo, un poco sorprendida sin quitar la mirada de asombro y emoción, esa emoción que nos da a los lectores, cuando encontramos a alguien "de nuestra especie", sobre todo, del mismo gusto literario. Sonreí, esta vez de forma espontánea.

— Espera... ¡¿lees?! Digo, es que actualmente los que leemos somos pocos.

—Las coincidencias de encontrarte a alguien con el mismo gusto literario en el bus, son pocas. También escribo, de hecho hoy voy a eso, a reunirme con unos amigos para culminar una canción que he compuesto y grabarla.

— ¡Wow! es fascinante. Siempre he tenido mis momentos de inspiración, pero no me he atrevido a mostrarlos a nadie, he preferido escribir para mí.

—Apuesto a que debes ser muy buena. Algún día desearía leerte, por cierto, ¿cuál es tu nombre?

—Clarisse, Clarisse Bolton

—Yo soy Paulo, Paulo Benavidez.

Abrí mi libro, tomé una hojita de rayas que había arrancado de mi libreta y la coloqué en sus manos. La tomó cuan preciado tesoro y comenzó a recorrer su mirada con ansias, emoción y admiración en cada línea.

—Este escrito lo hice hace unos días, de hecho, eran sólo pensamientos, no lo escribí en el momento, sino cuando organicé mis palabras.

Al culminar, su vista se encontró con la mía expectante.

—Me siento la persona más afortunada de leerte— sus ojos brillaban con intensidad.

Sonreímos sin quitarnos la mirada, una risa espontánea acompañada con un poco de nervios surgió.

—Quisiera escuchar tu canción.

— ¡¿De verdad?!

—Sí, de veras, también apuesto a que debe ser muy hermosa.

Cerró sus ojos unos instantes y comenzó a tararear hasta cantarla, su voz sutil y profunda, era un dulce alimento para el alma.

Quedé estática, una lágrima rodó por mi mejilla. Llegó a mi corazón, sus palabras y su melodía.

—Es... ¡hermosa!

—Muchas gracias, no tan linda como tú, puedo asegurarte que sonaría más bonita con mi guitarra—respondió sonriente, notaba el calor pronunciado de sus mejillas, después de todo no había sido la única en sonrojarse.

Le detallé por un breve instante, sus pequitas y mejillas sonrosadas era la combinación más perfecta de un rostro que había podido apreciar hasta ahora. Ya era la 5ta estación del viaje, aún me faltaba un poco para llegar a mi destino; por su parte, me percaté de que ya era momento de despedirnos.

—Espero un día tomar un libro en mis manos y llevarme la grata sorpresa de ver tu nombre, Clarisse, la dulce chica que conocí en el bus, la hermosa chica que me dio la hora y me dejó un poco de su esencia, mostrando a este simple mortal, sus escritos celestiales.

—Yo, espero un día sintonizar la radio y escuchar tu canción, que me llenó el alma.

—Ha sido todo un placer conocerte, ya he llegado a mi destino. Espero tengas excelente día.

Fueron sus palabras antes de decirme adiós, acompañadas de nostalgia.

Ambos no apartamos la mirada, en esos breves segundos de despedida. Ojalá se hubiese detenido el tiempo, para disfrutar un poco más de su compañía. Tomó sutilmente mi mano y plasmó un delicado beso, electrizante.

Se levantó, pagó con su ticket y alcanzamos a despedirnos con las manos a lo lejos.

Allí estaba yo, viéndole alejarse entre la multitud, sin saber si algún día el destino nos cruzaría de nuevo.

ESCRITOS CORTOSWhere stories live. Discover now