trois

242 15 1
                                    

Llévame a casa, tengo mi auto nuevo y mi arma,
Viento en mi pelo, tomando tu mano, escucho una canción;
Llévame a casa, no quiero hablar sobre las cosas que vendrán
Sólo levanta tus manos en el aire, pon la radio,

Porque no tenemos nada de que hablar
Como el futuro y esas cosas
Porque no tengo nada en que pensar
Ahora que él se fue, no puedo sentir nada”.

—¿Quieres más?—Su ronca voz acariciaba mis sentidos, la agitación de mi cuerpo sobrepasaba los niveles de temperatura, el calor me inundaba.

Sus manos pasaban por mis caderas, apretando ambos lados con una dureza inimaginable, aquél tacto era como cera en plena llama, maldición, cómo ardía. La humedad de sus labios hacía vibrar mi piel, dándole aquél toque de frescura. Mi excitación palpitaba, me retorcía en toda mi ilusión, sentía el quemar de su incitante caricia en lo más profundo de mi ser. No podía más con esa tortura, anhelaba suplicarle por mí vida, confesarle qué quería en realidad, que deseaba su propia esencia, pero sólo los jadeos del más grande placer hacían eco en mis cuerdas vocales.

Me miraba, queriendo deciframe, sonreía como aquella pintura en la parroquia a la cual mi padre visitaba cada Domingo, dónde los pecados se ilustraban así mismos, analizaba cada parte de mi desnudo cuerpo, riendo frente a mí con ese caliente sentir. Y seguía ahí, sobre mi cuerpo, pasando la lengua sobre sus rosados labios, sin decir absolutamente ninguna palabra. El sudor entre nuestros cuerpos hacía más caliente el acercamiento impuro compartido en aquella escena, mientras que mis sentidos conectaban cada parte de mí con los recuerdos de mi amante.

—¿Tienes miedo, Mickey?—Susurró con ese maligno matiz que ponía de punta los vellos de mi cuerpo. Mi respiración era pesada, me faltaba el aire, podía percibir el calor en toda la habitación, sofocando cada sentido en mi persona. La electricidad corría por sus manos, rozando la parte superior de mis pechos, causando aquél estruendo de sonido salido de mi boca. Quería más, mucho más.

Cada fibra de mí lo deseaba, lo necesitaba, lo pedía.

—Voy a matarte—El frío me abordó y la inmensidad de correr llegó a mí. Su agarre se forzó, apretaba mis muñecas, soltando una carcajada traumática, aquel deseo había desaparecido, siendo reemplazado por el miedo. El tono azul verdoso de sus hipnóticos ojos ahora era de un intenso rubí, brillaban como el fuego vivo, quemando las vidas de los mortales; escuchándose las súplicas de esas pobres almas en pena. Mis palabras estaban encerradas en la cárcel de mis pensamientos, mientras que cada gota de mi sufrimiento se hacía presente. Estaba atrapada, hecha un desastre, tenía mi corazón, mis fuerzas pedían escapar, la dureza de su querer aumentaba con cada movimiento en contra de mi delicado ser ¿Qué me había traído aquí? ¿Qué era lo que quería? Corría y corría, sin escuchar razones de lo que verdaderamente anhelaba. Quería ser amada todas las noches, quería saber que él era sólo mío, respirarlo, que me diera vida. Aquél dolor en mi cuello palpitaba en vibración por todo mi cuerpo, mis pulmones carecían del aire exterior, queriendo explotar, dejándome más rota de lo que ya estaba, me sentía perdida, a cada minuto siguiente, la vida se me iba frente al rostro del miedo.

—¿Te gusta, no es así?—Enfurecía, acercándose peligrosamente mis labios, probando el dulce y doloroso pánico de mi alma. Sus fuertes manos tomaban mi torso, acoplando su cuerpo al mío como una pieza perdida de rompecabezas, asfixiante, era como una fosa llena de alguna toxina en la cuál había tropezado por accidente.— ¡Respóndeme, carajo!—Gruñó encajando sus dedos a cada lado de mí cuerpo, todo había pasado tan rápido, tan placentero y tan enigmante, mi futuro se había acogido en los bolsillos de un ser divino, sublime en toda la extensión de la palabra, aquel ser que de noche aparecía para robar toda mi esencia, todo brote de vida en mi ingenuidad.

¿Qué estaba mal?

Quería ser extrañada como cada noche, que me dijera lo mucho que me había pensado. Quería ser besada como si fuera la última vez, que me tomara y me sintiera, deseaba que me susurrara al oído que no podía comer, que no podía dormir, que él no podía respirar sin mí. Me había olvidado de mí nombre y de todo lo que alguna vez amé, excepto de él, jamás se iría de mi cabeza.

—Necesito probarte...—Gimió en mi oído, pasando su lengua entre mi cuello. Sabía lo que él quería, lo sabía perfectamente, él ya no me dejaba tener el control, siempre había sido su juego, esa pequeña marioneta que dejaba apostar cualquier cosa por sentirse tocada, de ser amada, de sentirlo todo, calmando su jodida hambre. El escozor en mi sangre ardió, el plasma en mis venas me abandonaba, podía sentir mi muerte en aquella mordida directa a mi vida, sus labios suavizaban el tacto de su lengua con mi piel erizada, poco a poco me sentía más apagada, mis párpados pesaban, las lágrimas en mis mejillas se mezclaban con la melancolía en mi inútil intento de gritar, no habría ayuda, nunca había nadie, pero a su  lado, todo desaparecía, todo era  tan irreal,, tan alusivo a mi demencia, él me daba amor.

He debido cruzar una línea, he debido perder la cabeza, porque todo estaba aquí y a la misma vez, se iba.

La luz del sol se colaba entre las persianas que adornaban mi ventana, el aroma a café se hacía presente como cada mañana en mi monotonía. Otra vez lo había hecho, nuevamente me veía teniendo esos extraños sueños con un desconocido al cual jamás había mirado fijamente. Era posiblemente la tercera noche en la que lo veía adentrandose en lo más profundo de mi mente, haciendo de mis sueños una película misteriosa que siempre cambiaba con la medida del tiempo. Al caer la noche me veía envuelta en sus ojos, en esas joyas que parecían el más profundo mar, tan bello pero terrorífico a su semejanza.

—¡Mickey, el desayuno está listo!—La cambiante voz de mi padre hizo estruendo en mis oídos, zumbando en cada parte interior de los mismos. La pesadez de mi cuerpo se acomodó en todo su esplendor, dolía a morir.

En un dos por tres me vi frente al espejo, buscando rastros de la noche anterior y lo miré. Aquella marca rojiza y morada en la parte superior de mi cuello, tal como la mezcla de colores en una paleta de artista, recorría sangre cuagulada en los finos cortes de un asesino.

No había sido ningún sueño, él había estado aquí.

Con la misma maldita hambre...


Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 14, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

AgonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora