• Ángel •

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Una vez más, el día se convirtió en la noche. Alex lloraba, apoyada en la pared de aquella prision a la que tenía que llamar hogar.
Cada vez que cerraba los ojos recordaba el sonido del látigo contra su espalda desnuda, la sangre salpicando su piel, el dolor... Y las oraciones de su supuesto padre, que intentaba acallar los gritos de la joven.
Es cierto que había sufrido, y que aquel dolor nunca se borraría de su memoria, pero todo aquello no la había alejado de su propósito. Debía escapar, conseguir algo de dinero y moverse bien lejos de aquel maldito infierno llamado "casa De Dios".
Aunque tenía los ojos empañados por las lágrimas, logró apreciar una figura blanquecina que se apoyaba contra el quicio de la puerta.
- Un fantasma...- Susurró.- Viene a por mí.
Pero aquel ser no era un fantasma, era un ángel. El mismo ángel albino al que libró del dolor que ella había sufrido hacía apenas unas horas.
- ¿Por qué me salvaste?- Dijo Silas, mientras entraba en la habitación y se sentaba sobre su cama, junto a la chica.
- ¿Y por qué no iba a hacerlo?- Contestó, sin levantar la mirada del suelo.
- Porque maté a tu familia...- Le dolía la crudeza de sus palabras, le dolían sus actos. A Silas le dolía todo... Pero el dolor le purificaba.
- ¿Lo hiciste?- Clavó sus ojos en la piel transparente del albino.- ¿O fue mi padre el que te mandó a hacerlo?
- No fue el padre Aringarosa... Fue el maestro.- Cerró los ojos con arrepentimiento.
- ¿Y quien es el maestro?- Preguntó.
- No lo sé. Nunca lo he sabido, y supongo que nunca lo sabré. Solo sé que es mi salvador espiritual, y que le debo todos los favores y antojos que se le ocurran. Dios es un jefe exigente, y el Maestro es el secretario que nos manda para satisfacer los caprichos de este.
- Pues menuda gilipollez. - Dijo, mucho más alto de lo que le hubiera gustado. - Yo solo sé que sigo queriendo salir de este infierno, y lo conseguiré cueste lo que cueste.
- Te puedo ayudar. - Susurró Silas.- Todo sea por volver a tener una habitación para mi solo.
Y por primera vez en varios días, la chica rió. Rió como nunca había reído, rió aunque el comentario del albino no tuviera tanta gracia como ella pensaba.
Silas se sorprendió un poco, "Se le ha ido la cabeza" pensó.
Pero aquella risa no era de locura, era de la felicidad que le causaba el apoyo que le iba a brindar Silas. Porque era la primera vez que alguien se dignaba a ayudarla, y eso le hacía muy feliz... Aunque ese alguien fuera un asesino.

Ghost.Where stories live. Discover now