>Siglo XVIII - Vestimenta Occidental

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Hola!!
Tengo muchos borradores que dejaba para seguir completando. Pero estoy tan borrada que no creo que tenga mucho más material. Así que los voy a ir públicando y cuando tenga más, serán nuevos capítulos!!

Abrazo!!

Autora: Meagan McKinney
Libro: RENDICIÓN
Siglo XVIII

—¡Vaya! —Dijo en voz baja—. La he roto.
Miró el trozo de cordón en su mano y luego ató el corpiño rápidamente lo mejor que pudo. Acuciada por tener que pagar el alquiler, se había visto obligada a vender meses antes las largas piezas de marfil que conformaban la ballena del corsé.

...
La tela era de seda de damasco blanca como la nieve, y el corpiño estaba decorado con una original lazada en la parte delantera.
Cuando Kayleigh se atrevió a mirar la tela más de cerca, observó que tenía bordado un dibujo apenas visible de hojas de parra y flores, Al lado del vestido había varios complementos: un par de zapatos blancos de seda de damasco con altos tacones franceses, una caja de terciopelo que contenía un par de hebillas de plata y marcasita para los zapatos, un abanico de marfil adornado con lazos púrpura y una máscara de seda negra.

...

Considerando que ya había oído demasiado, empezó a alejarse procurando que sus zapatos de raso no hicieran ruido.

...

LISA KLEYPAS
PORQUE ERES MÍA
Londres, otoño de 1833

A instancias de la dependienta, Madeline se despojó de la ropa y se quedó sólo con la arrugada camiseta de algodón y los pololos. Ruth miró recelosa la ropa interior y, mientras salía, musitó algo incomprensible. Cuando volvió al cabo de un minuto, la acompañaba la señora Bernard. La visión de la camiseta de Madeline, que le llegaba hasta las rodillas, hizo retroceder a la modista.—Terriblemente pasada de moda—comentó la señora Bernard, cruzando los brazos y sacudiendo la cabeza—. No puede llevar estas cosas debajo de mis vestidos, señorita Ridley; echarían a perder las líneas. Madeline la miró con una mezcla de preocupación y disculpa.—Señora, todo lo que tengo es igual.—¿Dónde están sus ballenas?—continuó la modista. El desconcierto de Madeline empezó a impacientarla un poco—. Su corsé, querida. ¿No lleva ninguno? Por amor de Dios, ¿cuántos años tiene?—Dieciocho, pero nunca...—Todas las chicas a su edad deberían llevar ballenas. No sólo es decente, sino saludable. Me sorprende que no se le haya curvado la espalda, yendo así, sin nada que la sujete. Preocupada, Madeline se esforzó por verse la espalda en el espejo, casi esperando descubrir una grotesca joroba.

Lisa Kleypas
Amor, ven a mí
1878
Se puso un vestido de terciopelo verde con mangas cortas y una faja vistosamente bordada con hilo de oro. Su crinolina le iba inusualmente ceñida, y era la mitad de ancha de lo habitual, y el resto de la tela le quedaba detrás y le caía. Heath había dado su visto bueno a su nuevo estilo con todo su entusiasmo. Las crinolinas convencionales eran tan anchas que, al sentarse, ocupaban la mitad de un sofá, impidiendo que un hombre se sentase a menos de un metro de distancia.

Lisa Kleypas
DAME ESTA NOCHE
1880

Addie frunció el ceño. Ella siempre había tenido una buena figura, pero esto era cuando las mujeres no utilizaban corsé. En 1930, las mujeres de edad llevaban unos corsés de barba de ballena, las mujeres de mediana edad utilizaban una versión más liviana del corsé a la que denominaban corselete y las jóvenes de la edad de Addie llevaban sólo un sujetador y una combinación de tela fina. Sin embargo, en 1880 regían unos patrones distintos y una cintura de setenta centímetros era considerada ancha. Todas las mujeres, tanto las jóvenes como las de más edad, llevaban unos corsés de barba de ballena reforzados con unas varillas de plomo y atados lo más fuerte posible.

Eva Ibbotson
EL DESTINO DE UNA CONDESA ~
1928

Anna, sensibilizada por su noble nacimiento, no habría elegido, para una sencilla cena festiva en una casa solariega, un vestido de color naranja bordado con cuentas de cristal y forrado con bandas de piel de mono, ni tampoco le habría parecido necesario añadir plumas de buitre tachonadas de diamantes a la cinta que le sujetaba los cabellos. Pero

Lisa Kleypas   SECRETOS DE UNA NOCHE DE VERANO     
Londres, 1841
Queridas Lillian y Daisy: Estoy dispuesta a jugar al rounders sólo si conseguís persuadir a Evie de que se una a nosotras, lo que, para ser honesta, dudo mucho. Y, a pesar de que no lo sabré hasta que lo practique, se me ocurren un montón de cosas más satisfactorias que golpear pelotas con bates. Por ejemplo, encontrar marido.. A propósito, ¿qué hay que ponerse para jugar al rounders? ¿Un vestido de paseo?   Querida Annabelle: Nosotras jugamos con pololos, por supuesto. No se puede correr bien con faldas.   Queridas Lillian y Daisy: La palabra «pololo» me resulta del todo desconocida. ¿No os estaréis refiriendo por casualidad ala ropa interior?¡No es posible que estéis sugiriendo que retocemos por el campo en calzones, como salvajes...   Querida Annabelle: La palabra procede de un, estrato de la sociedad neoyorquina del que nosotras estamos virtualmente excluidas. En América, los «calzones» son algo que llevan los hombres. Y Evie ha dicho que sí.   Querida Evie: No podía creer lo que veían mis ojos cuando las hermanas Browman me escribieron para informarme de que habías aceptado jugar al rounders en pololos. ¿De verdad lo has hecho? Espero, que tu respuesta sea negativa, ya que yo he dado mi consentimiento en función del tuyo.

...

Cuando levantó la cabeza de la almohada, Annabelle descubrió un par de objetos en su regazo que observó con total desconcierto. Se trataba de un par de botines atados con un alegre lazo rojo. La piel era suave como la mantequilla y estaba teñida con un elegante color bronce. Los habían lustrado hasta hacerlos brillar como cristal. Con el tacón de piel bajo y las suelas cosidas con diminutas puntadas, eran unas botas para darles uso, pero sin dejar de lado la elegancia. Estaban adornadas con un delicado bordado de hojas que cubrían toda la parte delantera. Mientras las contemplaba, Annabelle sintió que la risa comenzaba a burbujear en su interior.-Debe de ser un regalo de las Bowman-dijo... aunque sabia que no era cierto. Las botas eran un regalo de Simón Hunt, quien sabía de buena tinta que un caballero jamás debía regalar una prenda de vestir a una dama. Annabelle era consciente de que debería devolverlas de inmediato, y así lo pensó al tiempo que las sujetaba con fuerza. Sólo Hunt podía conseguir regalarle algo tan práctico y, a la vez, tan inaceptablemente personal. Con una sonrisa en los labios, desató el lazo rojo y alzó uno de los botines. Era muy ligero y supo, con tan sólo echarle un vistazo, que le quedarían perfectos. ¿Cómo se las habría arreglado Hunt para saber el número que ella calzaba y dónde los habría conseguido? Deslizó el dedo a lo largo de las diminutas y exquisitas puntadas que unían la suela a la brillante piel broncínea de la parte superior.-Son muy bonitos-comentó Philippa-. Demasiado bonitos para caminar por el campo embarrado. Annabelle alzó una de las botas hasta su nariz y respiró el olor limpio y agreste de las botas recién lustradas. Pasó la yema de un dedo por el suave borde superior y la alejó un tanto para apreciarla a distancia, como si fuera una valiosa escultura.-Ya he dado bastantes paseos por el campo-replicó con una sonrisa-. Estos botines me vendrán de perlas para caminar por los caminos de gravilla en los jardines.

Costumbres de épocaWhere stories live. Discover now