Día 39

92 13 0
                                    

Tras dos días intensos decido dormir hasta tarde hoy. Ayer pude hablar con mi jefe y pedir un día libre. Necesito descansar y reflexionar. Paso gran parte de la mañana en la cama. No hago nada. Sólo pienso. Casi a mediodía me doy una ducha. Dentro de un rato saldré a comer. He quedado con Marta. Hace varios días que no la veo. Ayer hable con ella por teléfono. La encontré bastante rara. No la culpo. Espero poder tranquilizarla.

Salgo de casa. Camino hasta una parada de autobús cercana. Espero paciente. Hace bastante frío. Subo la cremallera de mi chaqueta y meto las manos en los bolsillos. Una suave lluvia empapa despacio las calles. El otoño, el más frío del siglo, parece haberse instalado definitivamente en la ciudad. Una hilera de paraguas desfila delante de mis narices. La parada está repleta de gente esperando. Por fin aparece el esperado autobús. El tropel de gente sube de manera anárquica. Qué asco de humanidad.

El restaurante italiano donde he quedado con Marta está lleno de gente. La mayoría de ellos son trabajadores de empresas con oficinas en los edificios cercanos. Se creen grandes hombre que trabajan en grandes edificios, rascacielos. El centro de negocios de la capital está repleto de estos aprendices de empresarios. Ella y yo nos sentamos en una de las pocas mesas vacías que quedan. Agarra mi mano y me mira con cariño. Pensé que su actitud sería algo más distante. Sin embargo ella se muestra cercana y agradable. Hablo de lo que ha pasado en estos últimos días. Le explico que todo fue una confusión, una equivocación desafortunada de la policía. Ella escucha y asiente. Poco a poco veo desaparecer la sonrisa de su rostro.

La conversación casi se vuelve un monólogo en el que yo cuento algunas de las cosas que vi mientras estaba encarcelado. Pasamos casi dos horas hablando. Marta casi no abre la boca. Se limita a asentir y sujetar mi mano con fuerza. Me resulta un tanto extraño su silencio. Terminamos de comer y la acompaño un rato hasta su trabajo. Estamos a punto de llegar. De repente ella se para y me mira.

–Alguien llamó anoche a mi casa. No me dijo su nombre. Sólo que tú sabrías quién era. Me dijo que me contarías exactamente esto que me acabas de contar. También me dijo que omitirías algunos detalles, como el del cuchillo. ¿Qué hacías tú con un cuchillo allí?

Ambos nos quedamos un rato en silencio. Intento explicarme. Intento decir que todo fue una coincidencia, pero Marta niega con la cabeza.

–Lo siento mucho –dice, casi en un susurro–, pero creo que prefiero estar una temporada sin verte. Lo siento.

Ella se aleja caminando. Quedo allí, de pie, inmóvil, durante varios segundos. Ira. Rabia. Odio. Enfurecido giro sobre mis talones y comienzo a caminar sin importarme la dirección. Ese maldito bastardo me está robando la vida. Me roba a Marta. Juro que lo pagará caro. Muy caro.

Paso varias horas caminando sin cesar, sin rumbo fijo. Finalmente llego hasta mi casa. Entro en el portal y busco en el buzón. Espero encontrar una carta, una nota de mi Judas personal, pero esta vez no hay nada. Nada. Vacío. Mierda. Aprieto los puños con fuerza. Cierro los ojos. Mi cuerpo tiembla desbordante de ira. Subo a mi apartamento. Cierro la puerta tras de mí. Golpeo con fuerza una pared blanca, cerca de la entrada. Mi mano empieza a sangrar. No será lo único que sangre hoy.


Diario de un PsicópataWhere stories live. Discover now