2. Sumido en un caos

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Como su ritual de cada mañana, Keith se vistió y cepilló su pelo, no sin antes mirarse al espejo y volver a suspirar ya que, repetitivamente, se encontraba odiando cada centímetro de este. Se removió un poco su cabello porque tenerlo demasiado peinado le parecía incómodo, y bajo las escaleras sereno, con la intención de abrir la puerta y volver a la universidad, pero este se frenó en medio de la sala cuando la figura de su madre chocó frente a él.

-Keith, tenemos que hablar- dijo ella con cierto matiz de cansancio en su voz.

El mencionado deslizó su mochila por su brazo, y la dejó en el suelo, acercándose a la cocina para apoyarse en la encimera y observarla con temor. Su madre solo sacaba el empeño para querer mantener una conversación cuando quería pedirle que limpiara algo, o simplemente porque su programa de televisión se había acabado y se sentía aburrida.

-Hoy no irás a la Universidad- habría sido una agradable noticia si de su boca no hubieran salido las siguientes palabras- En cambio, quiero que asistas a un psicólogo que, personalmente te he buscado- Keith siempre pensaba que se auto atribuía el titulo como mejor madre cuando hacía este tipo de cosas, simplemente para intentar tapar el desprecio y los golpes que había recibido durante años.

-No iré a un psicólogo. -dijo rápidamente, despegándose de la encimera y cruzando sus brazos mientras su cabeza se dejaba caer hacia adelante.

-Claro que irás a uno -se acercó a él- ¿Cuánto tiempo piensas seguir huyendo de todo y de todos? Te guste o no, perteneces a este mundo, maldito crío. -llevó una de sus manos hasta el pecho de Keith, dándole un pequeño golpe y haciendo que este retrocediera un poco-

El pelinegro sabía que por muchos argumentos que intentara soltar delante de ella, quedarían en inútiles palabras, y simplemente se limitó a obedecer y subir al coche.

Su madre le había dejado frente a la puerta de un gran edifico, que parecía desgastado por los años, y mientras movía la mano hacía los lados en señal de despedida, sintió como su cuerpo comenzaba a temblar y un sudor frio recorría sus mejillas. Dentro, se encontró en una sala con dos personas más, esta era blanca y se sentía casi de hospital, con un aroma a canela que impregnaba la habitación y un profundo silencio, incluso más incomodo que el que vivía cada mañana en las comidas.

Cabizbajo y casi arrastrando sus pies, se sentó en una de las sillas, lo más alejado posible del resto, y evitando mantener contacto visual. Aunque sus esfuerzos por tranquilizarse cayeron como saco roto cuando un muchacho se acercó a él lentamente, tal vez con la intención de no asustarlo.

-Hola- soltó aquella voz desconocida, pero Keith aun era incapaz de alzar su rostro, así que la conversación terminó antes de lo esperado, y volvió el silencio.

-No tienes que hablarme si no quieres, solo quiero darte la bienvenida -en su corto campo de visión, observó la mano del chico extenderse hacia él, y entonces, como en un impulso inesperado, sus ojos se clavaron hasta el responsable de aquel acto gentil.

Y así fue, como quedó observando a un chico de piel oscura, y cabello corto que se removía sin mucho sentido por su cabeza, articulando una sonrisa y estirando su mano hasta él.

-H-hola...-tragó saliva, en un intento por al menos, dirigirle alguna palabra, y su mano empezó a moverse torpemente hasta la suya.

-Tu mano está temblando... No tienes que hacerlo si no quieres -y así, la retiró.

Aquella situación era demasiado extraña para Keith, y él, que nunca había dado el paso para una conversación, empezó a darle vueltas a lo que podría haberle estado pasando. Lo observó de nuevo de reojo, y por un instante, solo durante un segundo, quizás menos, se sintió en la necesidad de devolverle aquella pequeña y dulce sonrisa.

Unos segundos después, irrumpió en la sala un hombre de alta estatura, y con figura robusta, probablemente era de ese tipo de persona que se pasaba él día haciendo ejercicio. Tenía una mecha blanca en él centro de su pelo, que colgaba de él como si fuera un péndulo. Observó a su alrededor y después sonrió dulcemente al aire, sintiendose satisfecho de alguna manera. En ese momento, se percató de la presencia de Keith y se acercó a él.
-Hola, debes de ser Keith Kogane ¿cierto? Soy el encargado de esta consulta, como ves, no somos mucha gente, pero somos una pequeña familia y espero que puedas sentirte incluido en esta ¿si? -. Era demasiada información que el menor debía asimilar, jamás había visto a esa persona, y quien se encontraba en el otro extremo de la sala le hacia sentir incómodo, además, por si no fuera suficiente él caos del cual se estaba sumergiendo, un joven se había abalanzado hacia él (al menos para Keith fue así) y desde un primer momento, tuvo la intención de tener contacto físico. ¿Como querría pertenecer a esa familia, si ni siquiera podía medir sus palabras, o entender lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos?

Mis páginas queman, Lance.Where stories live. Discover now