Ir entre orillas vencido y por vencido, llorar

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De aquella tarde no recuerdo mucho, el encuentro fue pequeño, lo que se quedó por decir mucho, no sabia cuanto te había extrañado hasta que esa manera horrible de tildarme el nombre se clavó en mi mente.

Esa segunda vez las cosas parecían cambiar, tu lucias diferente como si el tiempo hubiera logrado su cometido, como si hubieras podido madurar, y yo por supuesto, seguía siendo la misma, con tan solo unas pocas huellas más en el corazón.

Lo primero como era ya costumbre... el reclamo.

–Ya te he dicho es MAYTE – Te abrace no supe cómo, fuerza del hábito, tal vez.

– Tú siempre serás mi mayté– entre mis brazos a mi oído te escuché decir, y era cierto, no mentías, fui de muchos, pero siempre tuya.

La llegada de Isabel interrumpió aquel melancólico reencuentro, te despediste para volver a tu lugar, mientras Isabel y yo evitamos hablar de tí, ella siempre supo entender que este amor por ti no era algo para compartir, creo que sabía que ni siquiera a mi misma me lo pudia explicar.

El día transcurrió, volví a casa, y aquella calma con la que inicie el día, toda se perdió, ¿el cantar de los pájaros? Ya no pude oírlo más todo lo que podía oír era a tí, llamarme una y otra vez... Mayté.

Tomé entonces la decisión, la que hizo esta historia volver a nacer, tú ya lo sabes, esa vez fui yo quien llamé.

– Mayté– sonabas como agua en el desierto, que ridículo verdad, que así sonaras tú, que te negaste siempre a ser esencial.

Me sorprendió saber que tenías mi número guardado, yo en cambio tuve que recurrir a una vieja agenda y esperar que lo conservarás.

Contrario a aquella primera llamada, tu no estabas sorprendido, sonabas sereno y calmo, bueno siempre sonaste así, siempre que intentabas convencerme de empezar de nuevo, pero curioso es que esa vez no tendrías que convencerme de nada, me habías destrozado el alma con tu partida y aun así, prefería tu tormento a mi calma.

– ¿Qué tal está Europa? – pregunté, como si en verdad me importara. Como si quisiera algo más que el sonido de tus palabras.

– Me odio al sentirme tan lejos – te oí decir y por supuesto me helaste la piel, no recuerdo si alguna vez te lo dije pero esa manera precisa de citar canciones, jamás dejo de impresionarme... no tenía que preguntar, sabía que no me hablabas de Europa, pero te equivocaste en una cosa, esa canción de Serrano, no te pertenecía, esa, esa era mía. – Yo odio perseguir tu rastro... – así es como debí contestar, hubiera querido sorprenderte con la rapidez de mi respuesta, pero en cambio no te ofrecí más que mi silencio, esperando que con el comprendieras, lo que había causando en mí aquella referencia, precisa y perfecta.

Cuando menos lo esperaba sacabas toda la melancolía en mi, aquella tarde no fue diferente, me acompañaste a llenar el vacío de nuestras agendas, asumí que solo eso íbamos a hacer en nuestras vidas, – momentos vacíos– a diferencia de aquella primera Mayte, la segunda ya sabía que esto no habría de durar, sabes, esa esperanza que se guarda sin querer él "quizá esta vez se quedara" había desaparecido. Tú siempre supiste que algún día lo haría, no pregunté y no lo quiero saber, pero seguro no fui en la única a la que mirando a los ojos le prometiste no habría nunca, eternidad.

Caminaban tus dedos por mi espalda desnuda al amanecer, y debiste intuir, que en mi mente nada se antojaba más que construir en tu pecho un hogar, porque al tomar mi rostro en medio de la oscuridad, afirmaste que lo único seguro sería el final.

– Debería marcharme ya – dijiste, y me rompió en mil pedazos saber que preferías el frío de la madrugada, que entregarte al calor que mis brazos te daban, podía ver en tus ojos que dentro de ti se luchaba una batalla, una que siempre espere terminará a mi favor, pero tu mente le ganó a la terquedad de tu corazón, y a la cobardía del mío.

Pensé sobre esa noche una y mil veces, hasta que me convencí que era lo mejor, que estuvo bien dejarte ir, me reproche no haber intentado retenerte, pero el tiempo me hizo entender, que detenerte aquel día hubiera significado más que nada, acelerar tu partida.

Al terminar aquella llamada no alcanzas a imaginar lo grande que aparecía el espacio frente a mi, lo llenabas tomo como un enorme globo de aire, que al soltar sin amarrar deja el espacio de nuevo vacío, con nada más que aire... uno que se siente falto de oxígeno. No sabía si otra llamada ocurriría, eras tú, y ya me había acostumbrado a no pensar a futuro, a abandonar la idea planear; yo que prefería vivir en el presente, contigo aprendí que el futuro no existía.

– No sabía si volver – dijiste cuando respondí a la puerta, y no pude más que preguntarme cuánto tiempo se puede vivir sin respirar, porque... segura estoy, que records batí.

EL PUENTEWhere stories live. Discover now