CAPÍTULO TRES

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Nunca se tienen pesadillas, sino un vivo ejemplo a algo que temes o que posiblemente aún no sabes que es un miedo.

En ese momento en que cierras los ojos y te entretienes con una labor, con algo simple, no esperas que lo peor suceda, no esperas sentirte mal, no esperas ser luego quien maldice la vida por lo que te ha hecho, no esperas un futuro como el que lue...

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En ese momento en que cierras los ojos y te entretienes con una labor, con algo simple, no esperas que lo peor suceda, no esperas sentirte mal, no esperas ser luego quien maldice la vida por lo que te ha hecho, no esperas un futuro como el que luego vivirás. Mucho menos pensaba que esa mañana todo se saliera de mis manos.

—No. Solo me llegaron dos, no encontré el tercero, pero vale la pena... Por supuesto —respondí a la mujer por el teléfono.

Me encontraba en la cocina buscando el frasco de pastillas que supuestamente había dejado hace nada en la encimera.

Mi vecina Angelique había dejado a su madre sola en la casa, la señora tiende a que se le olviden algunas que otras cosas, incluyendo tomarse sus medicamentos para la presión arterial. Así que temprano en la mañana me había dejado un frasco de pastillas para que se las dé a la hora indicada. Y ya era la hora de que la señora Nielsen tomara sus medicamentos.

—Mami. —Lucy tira de la esquina de mi blusa y le hago señas para que haga silencio.

—Tiene mucho relleno, aunque un buen contexto...

—Quelo dulces —dice con un pequeño puchero.

Aparto el teléfono un poco de mi oreja.

—Cariño, no ahora, no puedes comer dulces —respondo, porque hace poco estaba comiendo unas que tenían formas de pastillas e incluso se había comido un chocolate.

Vuelvo a poner el teléfono en mi oreja, me disculpo y abro la alacena para seguir buscando las pastillas, mientras veo a Lucy salir con la cabeza gacha a la sala. Cuelgo la llamada y cierro las puertas de madera en las que no encontré lo que buscaba.

—Se supone que las dejé aquí, cómo pueden... —Un fuerte sonido me sobresalta y salgo disparada a la sala para encontrar a mi hija en el suelo convulsionando.

—¡Lucy! ¡Lucy! —Corro hacia ella y la tomo entre mis brazos, con el ruido que estoy haciendo Keegan sale de la habitación.

Lloro al ver que no reacciona y sus ojos se vuelven hacia atrás, mi esposo carga la niña entre sus brazos y salimos lo más rápido posible al hospital que por suerte está a unas pocas cuadras de la casa.

Veo todo borroso desde entonces, veo cómo se llevan a mi niña a un lugar donde no podemos pasar, veo como Keegan se mueve de un lugar a otro sin parar, siento mis ojos ya no poder más, oigo mi teléfono sonar y el número de Nia aparecer en pantalla.

Me veo contándole todo y ella decirme que vendrán, siento a Kee abrazarme y mientras tiemblo, siento que todo es una Mierda y que nada volverá a ser igual.

Un doctor se acerca y nos ponemos de pie.

—¿Los padres de Lucy Williams? —Asentimos.

—¿Cómo está? —se ajusta las gafas y mira los papeles que tiene en su mano.

—Lucy es alérgica al atenolol, al parecer ha consumido esta sustancia, y le imposibilitó la entrada de oxígeno al cerebro, ha sufrido un derrame cerebral —llevo mis manos a mi boca y doy un paso atrás mientras mis ojos se llenan de lágrimas otra vez y niego con la cabeza—. Además de que tuvo un comienzo de infarto, no es muy común en niños, pero el atenolol es utilizado para tratar problemas cardiológicos, y al consumir este fármaco junto a otros dos componentes más, le han acelerado las pulsaciones del corazón.

—Pe... Pero cómo está —dice Keegan entrecortadamente.

—Está respirando...

—¡Gracias a Dios! —declaro.

—Pero me temo que con un respirador artificial —Keegan me sujeta con fuerza junto a él—. Está en estado vegetal y me temo que no podemos hacer nada más por ella.

—¿Qué? ¡No! Ella... Ella tiene que estar bien ella... —comienzo a gritar.

Me acerco al doctor y le pego en el pecho, le empujo exigiendo que debe hacer algo, que Lucy debe estar bien, que mi hija no puede morir, que no la puedo perder.

—¡Lesley! —Me apartan, me gritan, me dicen que me calme, pero no puedo, es la vida de mi hija que está en riesgo, es una vida que no pienso ni quiero perder, es lo que más quiero en el mundo.

—¿Qué ha sucedido? ¿Qué sucede? —Escucho a Nia hablar.

Veo a mi madre, veo a mi padre, Shane está aquí con Eve en brazos, veo los papás de Keegan llegar y a sus hermanos, los veo todos reunidos, tristes, intentando abrazarme, intentando calmarme, pero no quiero, no quiero a nadie, quiero verla, la quiero a ella y la quiero bien junto a mí.

Nos dejan entrar a mí y a Keegan a la habitación y mi corazón se rompió, se quebró en pedazos al ver a mi bebé conectada a cables que no tenían ningún sentido para mí.

—Mi bebé —susurré mirando a Kee que lloraba en silencio al confirmar que era cierto—. Mi bebé.

Sollozo.

Su piel estaba pálida y algo fría su pelito rubio estaba a un lado aún en las dos trencitas que le había hecho el despertar, aparte los mechones rebelde de su rostro y pase la mano por su cabello de manera constante.

—Lucy... No te puedes ir cariño, tienes que quedarte con Mami, prometo darte todo los dulces que quieras... Siempre habrá pastel. —Intento quitar las lágrimas de mi rostro en vano—. Si ayer cumpliste cuatro. —Llevo mis manos a mi rostro sin poder contenerme más.

Y lloro a mares, hasta que no puedo más, hasta que tienen que ponerme un tranquilizante para calmarme, hasta que siento que todo se ha vuelto oscuro y sueño con ella, sueño que todo está bien, que solo ha sido una pesadilla, sueño que cuando despierto ella está conmigo y habla cosas sobre su cumpleaños, sueño que trenza su pelo y juego a las muñecas, sueño que me ha dado un garabato para pegarlo en la nevera, sueño cosas que no son ciertas y no tendré.

Pendiendo De Un Hilo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora