El sabueso

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Él nunca había fallado un tiro. Sus flechas, las reales y las ficticias daban siempre al blanco a cualquier distancia. Y se clavaban lento, hacían sufrir... quemaban. Él, no tiraba para matar, sino para hacer sufrir, porque le gustaba jugar.

Eso le había dado su armadura. Y justo ahora, todo eso se le iba en su contra. Su flecha se clavaba sin compasión en su cuerpo y el gemía por el dulce dolor que le provocaba su lenta y ardiente muerte.

- ¡Eres un exagerado, Tremy!

Como respuesta, Sagita volvió a gemir por el firme embiste de Asterión. Por su puesto que era dramático y exagerado. Su pensamiento hizo que su amante sobre él, rodara los ojos y sonriera, ajustándose en una nueva posición placentera. Le daba risa que Tremy se refiriera a su pene como si fuera una flecha, aunque no lo decía, lo pensaba, lo imaginaba y creía sentirlo de esa manera.

Sus largas piernas al aire se enredaron en la cintura del danés, empujando su cadera hacía él, gozándolo. Realmente sintiéndose morir ante los ya, erráticos y cada vez más furiosas estocadas en su interior. Asterión siempre parecía saber qué es lo que él iba a pedir, adelantándose, complaciendo y sobre todo sorprendiendo. ¡Misty tenía razón sobre el!. Era un extraordinario amante.

También parecía saber qué era lo que él quería cuando fue a buscarle ese día. Como si lo esperara o estuviera demasiado acostumbrado a ello. Al principio, nunca supo cómo alguien tan "rupestre" como Asterión había conquistado por completo a Misty, "el inalcanzable".

Lacerta, quien no permitía que ningún sucio hombre se le acercara,para quien ningún vulgar humano parecía estar en lo alto de sus expectativas, nadie podía superar el amor que sentía por sí mismo.

Excepto aquel hombre, mucho más delgado que cualquiera de ellos. Con aquellos ojos de zorro astuto autosuficiente. El caballero de los Perros de Caza no era un hombre atractivo, era común y corriente. Rupestre lo había llamado. Era intratable en alguna ocasiones.

Y sin embargo ahora lo tenía entre sus piernas. Sin embargo ahora le taladraba el culo, haciéndole gemir como la más depravada de las putas. Lo hacía gritar su nombre y pedir más de él.

Por su parte. El chico entró en la mente de Sagita momentos antes de que llegara al orgasmo. Amaba eso, quizá más que el placer genital de tenerle sometido. Sí, a Asterion le gustaba entrar en su mente al momento clímax, ese mágico instante, en que una descarga eléctrica fulminaba la mente, apagando el cerebro. Un segundo. Amaba el silencio que compartía con ellos, sus amantes.

"La petite morte" le llamaban. Al orgasmo. Morir, así era, uno moría. El corazón se detenía, el cerebro se apagaba. Él moría con ellos placenteramente.

- Entonces, no olvides que...
- No faltaría por nada del mundo mi audiencia, Tremy ¿Esa era la razón por la que me visitaste verdad?.

Por supuesto que no. Pero Tremy, aquel mocoso, nunca aceptaría que había sido de "los otros" quienes había caído en la "trampa" del "perro". Así que solo sonríe nerviosamente mientras lucha por colocarse su ropa antes de que alguien lo descubra. Tan obvio el pequeño Sagita.
-Si, así es, a eso vine, solo a eso, lo demás se dio casualmente.
- Por supuesto, por supuesto.

Casualmente mis bolas, pensó el mayor con una risa burlona.

En el fondo, todo eran seres predecibles. Todos eran bastantes obvios y buscaban lo mismo. No necesitaba leer sus mentes para saberlo y tenerlo claro. Después de todo eran guerreros, todos ellos lo eran. ¿Qué buscaban?, ¿qué buscaba él?. Ese precioso instante.

Porque podría ser el último.

Amaba a sus hermanos de plata. Después de 5 años de duro entrenamiento en diferentes partes del mundo, los sobrevivientes regresaron al santuario a recibir órdenes del gran patriarca.

Asterión llevaba tres meses en el santuario, y aún no recibía órdenes ni misiones. No como Albiore, o como Cristal, a quienes los designaron como tutores de otros caballeros. Mosca estaba con Argetti en una misión en América. Mientras, él y otros caballeros esperaban el llamado del patriarca para las asignaciones.

Por eso mismo, su emoción fue mayúscula al saberse llamado. No solo por el hecho de que haría más que acostarse con sus compañeros de plata, sino que le emocionaba estar frente al sumo pontífice. La emoción de no saber qué pensaba ese hombre, de no saber qué le esperaba le hacía sentir....normal. Le hacía temer y, era el temor, la incertidumbre, lo que le hacía sentir vivo.

Asterión rogaba que no le asignaran alumnos. No tenía paciencia para ellos, ni para nadie. Aquel pensamiento le hizo sonreír. La armadura respondió a su llamado después de asearse. "Primero me quejo de la falta de misiones... pero de inmediato pongo objeciones... mi maestro ha de estar decepcionado".

No dudar ante las órdenes, menos del mayor de los ochenta y ocho caballeros. Esa era la lección que aún le costaba trabajo. Mientras pensaba en ello, fue encaminándose rumbo a su audiencia, cada vez más nervioso, pero claro, con su sonrisa ocultando todo rastro de nervios.

***

Tras colocarse tras aquella enorme puerta, Asterión esperó y tuvo todo el tiempo del mundo para contemplar a detalle cada uno de los pasajes históricos que fueron labrados en aquella puerta. La batalla de la diosa contra los Olímpicos; el símbolo solar con las constelaciones de los caballeros, símbolos griegos con relación a su diosa patrona Pallas Athenea. Asterión esperaba sin desesperarse, sin dejar que los nervios consumieran sus energías.

Entonces pasó. Un chirrido y, como si de cámara lenta se tratase, la pesada puerta empezó a abrirse frente a él como si hubiese sido jalada desde adentro.

Más no había nadie. ¡Cuánta teatralidad! pensó. Para una persona normal, la pesada puerta no se movería ni aún estando sin seguro, ni un milímetro. Nada. Estaba seguro que ni aún con la fuerza de varios aprendices a caballero podrían abrir aquella monstruosa puerta de acero y madera. De mármol... y muchos materiales que no fue capaz de identificar.

Mientras él accedía al recinto papal, se preguntó distraídamente si aquella puerta había sido mandada hacer por Arles en su excentricidad o en realidad era una puerta antigua. No podría saberlo... quizá Sirius. Sirius siempre sabía esa cosas inútiles sobre arte y el no-arte.

Un largo pasillo alfombrado le seguía en dirección al trono del patriarca y al final estaba aquel hombre, imponente. Quien con la espalda recta sentado en su trono, con aquel yelmo y máscara lo recibía fríamente.

Asterión, al llegar se hincó solemnemente.

- Asterión, Canis Venatici. ¿Sabes por qué has sido convocado ante mí? - su voz le hizo temblar, profunda y metálica detrás de esa máscara. Y Asterión por pura costumbre estuvo apunto de cometer la peor imprudencia de su vida.

Pero se contuvo. Con toda la fuerza de su voluntad no accedió a la mente del hombre frente a él. Sabía que si lo intentaba no hallaría más que un terrible dolor de cabeza. También se contuvo porque tuvo miedo. Un terror cerval de encontrarse con lo que no debía en la mente de aquel hombre inmenso. Eso era el patriarca, un ser gigantesco cuyo cosmos, por lo que percibía, cubría todo el mundo entero.

- Su servidor lo ignora, su santidad - cuando finalmente habló fue lo que dijo, tratando de no subir mucho el tono de voz y no mostrarse en exceso arrogante.

- Te he mandado llamar para encomendarte una misión que solo tú, estoy seguro, llevarás a cabo satisfactoriamente - al caballero de plata bajó aún más la cabeza, humildemente en agradecimiento por la confianza dada por aquel hombre - Quiero que investigues la desaparición de un caballero. Quiero que encuentres a Perseo y lo traigas al santuario.

Silencio.

- Señor....?

- A Perseo le fue encomendada una misión secreta en Arabia Saudita, él fue uno de los primeros en volver de su lugar de entrenamiento con la armadura, y sin embargo, hemos perdido comunicación con él. No toleramos la deserción en el Santuario. Tu misión será traerlo para rendir cuentas y si se niega, tienes permiso para ejecutarlo. ¿Esta clara tu misión, Asterión?

En respuesta, el joven sonrió y asintió firme.

- ¿Cual es el nombre de Perseo, mi señor? Sea como sea, puede confiar en mi.

- Su nombre es Algol... Y te advierto, Canis, Perseo no es un caballero de plata corriente. Es astuto y sobre todo, no es fácil leerle la mente. No falles, Asterión. Ahora puedes retirarte.

Pero Asterión quedó prendado del nombre : Algol. Y con el nombre, vino a él el rostro de aquel niño de mirada dura. Aquel niño que rezaba 5 veces al día, dejando todo lo que hacía para ello. Se burlaban de él a escondidas, pero nunca nadie lo atacó frontalmente. El chico simplemente se plantaba frente a uno con su dura y fría mirada.

Al retirarse, sintió como el corazón se le aceleraba y como corría la adrenalina por sus venas. Así que iría tras Perseo. El hombre que representaba a aquel heroe mitologico era en realidad aquel niño... Aquel niño quien volvía a su mente de vez en cuando, cuando dormía.

- Voy por ti... los perros de caza, irán por ti...

***

Ras Al Ghul (Cabeza de Demonio)Where stories live. Discover now