Capítulo XXIV

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George

Estaba en mi habitación, pasando mis dedos por las cuerdas de la guitarra, haciéndolas emitir un sonido débil, aunque bastante lastimero. Sin duda alguna, la música siempre me había ayudado a canalizar cualquier tipo de emoción o sentimiento. La música era lo único en lo que podía encontrar un consuelo puro.

No era justo. ¿Por qué Paul siempre tenía que quedarse con todas las chicas lindas y dejarme a mí como segunda opción para ellas? Él no debía estar junto a Pattie, ni siquiera le gustaba. Además, él ya tenía a John y a Jane, ¿qué más deseaba?

Salí de mi cuarto y fui a la cocina, ahí siempre había cosas para levantarme el ánimo. Abrí la nevera y me encontré con uno de los grandes amores de mi vida: helado. Me serví una cantidad suficiente y comencé a sentirme mejor con el primer bocado.

En cuanto me senté para degustar mi helado, unos pasos apresurados bajaron la escalera y se escucharon cada vez más cerca de donde yo me encontraba.

— ¡¿George?!—era Ringo, totalmente pálido.

— ¿Qué pasa, Rings?—le mostré mis colmillos—. Pareciera que viste a un fantasma o a John teniendo sexo con Paul.

—Fue algo peor... ¡una rata!

— ¿Una rata?—pregunté incrédulo—. Aquí no hay ratas, lo sabes bien.

—Te juro que había una, entró al cuarto de James—explicó, prácticamente temblando—.Tienes que ayudarme a matarla, George. Pensaba traer a Maureen a pasar la noche conmigo, pero así no puedo estar tranquilo. ¿No había veneno por aquí? Ese feo animal debe desaparecer...

Pensé las cosas por un momento y recordé al ratón árabe de James que yo había confundido con una rata. Fruncí el ceño, la parte engreída de McCartney le tenía mucho aprecio a esa cosa. Sonreí con malicia.

—Te ayudaré a matar esa cosa, Rings.

Buscamos el veneno para ratas que teníamos en uno de los cuartos de la casa, pero no encontramos nada, era como si hubiera desaparecido o alguien lo hubiera tomado. No obstante, en la misma habitación encontramos una escoba. Tendríamos que acabar con esa cosa al estilo antiguo.

Subimos a la habitación de James y dudé un poco al colocar la mano sobre el picaporte. Para mi sorpresa, giró. Ringo entró detrás de mí sin decir nada.

La última vez que había estado ahí, era como si un tornado hubiera pasado por ahí; pero ahora estaba limpio y ordenado. Lo único que no quedaba con ese perfecto orden era la cama donde James había dormido por la noche. De repente, se escuchó un pequeño chillido.

—Es la rata...—Ringo estaba temblando e intentando esconderse detrás de la escoba.

Cerré la puerta de la habitación y encendí la luz para poder ver mejor. Sabía que no era una rata, sino algo más pequeño. Quería creer que era algo más pequeño. Me acerqué al ropero y lo abrí: la ropa de McCartney no estaba ahí, sólo un par de camisas arrugadas.

— ¿Y la ropa de Paul?

—No lo sé—contesté—, pero todo es muy extraño, Ringo. Y...

Me agaché rápidamente y tomé al ratón de la cola, misma que había quedado al descubierto mientras el pequeño animal hacía su mejor esfuerzo por esconderse debajo del armario. Ringo se puso pálido al ver lo que había encontrado. El roedor comenzó a retorcerse, pero no tenía la fuerza necesaria para alcanzar mi mano y morderme.

—Tendrás que lavarte las manos después de esto, George.

—Revisa en los cajones, Ringo—le pedí—, quizá encuentres algo en donde podamos meterlo. No creo que sea peligroso, no lo mataremos, pero lo liberaré en las afueras de la ciudad.

Ringo asintió y fue a hacer lo que yo le había indicado. Sacó una caja de uno de los cajones y luego vació el contenido de la misma para que yo pudiera meter al animalito ahí. Una vez que cerramos la caja, el baterista suspiró.

—Gracias por ayudarme con esa cosa, George—sonrió—. ¿Te lo llevarás ahora mismo?

—Sí, no te preocupes, yo me encargo de este roedor.

—Muy bien, yo iré a buscar a Mo.

—Claro.

La mostré mis colmillos para tranquilizarlo y no tardó en salir de la habitación. Tomé la caja, que contenía al ratón, y también todo lo que Ringo había sacado de la misma.

Cerré la puerta de la habitación antes de salir de ahí y dirigirme a la salida de la casa: tenía que investigar más de lo que James estaba haciendo.

John

Paul me miró expectante cuando cerré la puerta de la habitación con seguro. Sabía que los únicos que podrían escuchar el espectáculo serían los chicos, pero de cualquier manera no quería que lo vieran. Si no lo veían, podríamos afirmar que estábamos viendo una película para adultos. Aunque realmente no estaba tan seguro hasta qué punto llegar con mi galletita; él era demasiado inocente, y lo último que yo quería era lastimarlo.

—Ven, Paulie—tomé su mano y caminamos hacia la cama, no sabía cómo formular mis oraciones, tampoco cómo debía proceder—. Ehe, primero que nada, ¿quieres que te muestre en mi cuerpo o en el tuyo?

—No entiendo—ladeó un poco su cabeza.

—De acuerdo, te muestro en el mío, pero con una condición.

— ¿Cuál?—frunció el ceño, haciendo esa carita de confusión que me volvía loco.

—No vayas a hacer ruido—le pedí—. No me gustaría que George y Ringo nos escucharan porque...bueno, porque lo que haremos son cosas de pareja y ellos no tienen por qué saberlo, ¿de acuerdo?

Paul asintió lentamente, momento que yo aproveché para sujetarlo del cuello y besarlo como tanto me gustaba: con desesperación y algo de fuerza. Él pasó sus brazos por detrás de mi cabeza y correspondió el beso.

Nos separamos un poco para recuperar el aliento y decidí repartir besos por todo su rostro mientras trazaba círculos en su espalda. Cuando terminé con su rostro, bajé hasta su cuello, ocasionando que empezara a reír y a retorcerse un poco.

—Me dan cosquillitas, Johnny—dijo Paul entre risas.

Bajé la vista discretamente a su entrepierna: tenía un bulto, aunque no muy marcado. Busqué su mirada y, cuando mis ojos se cruzaron con los suyos, me abalancé sobre él para que quedara debajo de mí sobre la cama. Le di un beso corto, pero él lo profundizó.

Con una de mis rodillas, lo obligué a separar sus piernas y comencé a frotarme contra su entrepierna de forma delicada. Él dio un respingo al mismo tiempo que yo sentí su miembro endurecerse. La fricción estaba dando resultados.

—Jo-Johnny...—se separó un poco de mí.

—Shh—le pedí que callara antes de volver a besarlo.

Duramos así por varios minutos.

The Other Me [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora