Epílogo

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Toda la sala quedó en absoluto silencio luego de que Reed terminó de leer. Se podría cortar la tensión con un cuchillo, para la ironía.

—Los oficiales encontraron a la señorita Clare cuando entraron en su habitación. Estaba sentada tranquilamente en su cama, con este diario sobre su regazo, y el arma homicida sobre las pastas. Queda de ustedes señores —dijo, dirigiéndose al jurado— la última palabra.

Cuando el fiscal se retiró fue el turno de la defensa, que en definitiva no tenía mucho que hacer.

Su último recurso era la misma Scarlett.

Su abogado le dijo que fingiera demencia. Pero ella no haría eso. Sus padres le enseñaron a asumir las consecuencias de sus actos, y, además, ella no sentía culpa alguna. Y ya lo habían escuchado todos.

Se sentó elegantemente donde le indicaron y miró a la audiencia con indiferencia.

Le preguntaron qué tenía que decir a su favor. No podía, ni quería, decir nada a su favor.

—Yo lo hice —fueron sus simples palabras. Un murmullo recorrió la sala— Y no siento culpa alguna. ¿Por qué no? Porque, por una maldita vez, ella supo todo lo que yo tenía que decir. Por una vez no cambió la conversación para que fuera sólo ella. Por fin ella me escuchó a mí, y mantuvo la boca cerrada.

Scarlett bajó del estrado hasta su lugar y tomó asiento sin importar la pasma general.

Sus palabras la condenaron. De eso no hubo duda.

Una hora después la declaración de «Culpable» cayó sobre ella junto con una sentencia de 25 años.

Pero no sintió miedo, ni arrepentimiento.

Porque, como dijo a la defensa, a la fiscalía y a todo el mundo en general, por una maldita vez, Eleny White la había escuchado. 




 

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