Capítulo 4

1K 97 19
                                    

Horrorizado, a Aragorn se le encogió el corazón al escuchar el aterrorizado grito de su amigo. Solo pudo ver, impotente, cómo Legolas caía hacia atrás por el impacto. El nuevo rey de Gondor corrió hacia su amigo.

"¡Legolas!"

En estado de pánico, el elfo se frotaba el rostro frenéticamente, intentando deshacerse del ardor. Aragorn le sujetó las manos.

"¡Legolas! ¡Para! ¡Solo lo estás empeorando!"

"¡Pero me estoy quemando!" –gimió Legolas, con los ojos cerrados con fuerza.

"No hay llamas, Legolas. Confía en mí" –el hombre lo miró con atención y casi gimió con la vista.

La piel blanca de la parte superior del rostro del elfo estaba parcialmente quemada. Sus elegantes cejas también se habían visto afectadas, aunque no por completo. Fue un milagro que su cabello largo no fuera alcanzado por las llamas. Pero lo que preocupaba a Aragorn era la condición de los ojos de Legolas.

"¡Estel! ¿Cómo está?" –los gemelos se arrodillaron al lado de ambos amigos.

El hombre sacudió la cabeza y se colgó uno de los brazos del elfo alrededor de sus hombros.

"¡Llevémoslo a la retaguardia!"

"¡No! –Legolas plantó los pies en el suelo-. ¡No voy a retroceder! ¡La batalla no se ha acabado!"

"¡Pero estás herido!"

"¡Lo sé! ¡Pero puedo arreglármelas! Solo dame mi arco y alcánzame las flechas. ¡Puedo seguir disparando sin mis ojos!"

"Legolas..."

"¡Maldita sea, Estel! ¡Haz lo que digo!"

Era el miedo lo que hizo que gritara, pero se negaba a ser débil. Se negaba a huir de la lucha como un cobarde. El elfo sabía que uno de sus sentidos ya no funcionaba y también sabía que la herida tardaría en sanar... si es que sanaba. En lugar de asustarse y rendirse al dolor, Legolas se enfureció.

Aragorn y sus hermanos se miraron. Mientras Elladan y Elrohir mantenían a raya a los enemigos, Aragorn recogió el arco que había caído al suelo. La madera seguía intacta.

"Ten, Legolas."

Ignorando el dolor en los ojos, el elfo sujetó el arma familiar y sacó las flechas que le quedaban en el carcaj de un movimiento. Tras apoyar una rodilla en el suelo, clavó las flechas en la tierra y preparó una en el arco.

"Dirígeme hacia la parte superior del muro" –dijo, en calma.

Aragorn giró a su amigo en esa dirección y Legolas escuchó con atención. Ahora que su visión era inútil, su oído se afinó al máximo. Y por fin sonrió y disparó.

Aragorn se quedó boquiabierto al ver cómo flecha tras flecha abandonaba el arco de su amigo sin fallar el objetivo. Sabía que Legolas era un buen arquero, ¡pero era increíble!

Mientras Elladan y Elrohir se enfrentaban a los enemigos, Aragorn también usó su espada contra los orcos y goblins que se atrevían a acercarse al elfo del Bosque Negro. El hombre se las arregló para quitarle el carcaj a un troll y colocó las flechas en el suelo delante de su amigo. Legolas nunca dejó de disparar y los guardias de la puerta caían con cada una de sus flechas.

"¡Las Águilas vienen!" –gritó alguien.

Aragorn alzó la mirada y allí estaban. Gwaihir y su hermano Landroval acababan de llegar con sus vasallos de las Montañas del Norte. El hombre también vio a Hawkeye, la mascota de Legolas, entre las aves gigantescas. Todos cayeron en picado sobre los Nazgûl, atacando al enemigo con sus garras. Sabiendo que estaban en desventaja numérica, se dieron la vuelta y huyeron.

Oscuridad AterradoraWhere stories live. Discover now