Perder al amor de tu vida es perderte a ti.
Es perder toda fe en el mundo.
Perder al amor de tu vida es perder la capacidad de sentir, de soñar y ser feliz.
Me habían arrebatado a Leah de la peor manera, y es que no sólo se habían llevado lo que más amaba en el mundo, también se habían llevado mis ganas mi fortaleza, mi corazón y felicidad. La rendición parecía la mejor opción cada que me despertaba sin ella a mi lado, me encontraba sumido en un agujero de constante desesperación, tristeza, furia y sed de venganza.
A veces, cuando la debilidad me ganaba e imaginaba que ella ya no volvería, el deseo morir llegaba a mí. Lo único que me mantenía con un poco de lucidez en esos dolorosos momentos era la esperanza de que Leah volviera. Rezaba cada día a la vida para que me la regresara, le rogaba que me perdonara por todo lo que había hecho mal, pero que me permitiera tener en mis brazos otra vez.
— No era ella.
México había sido mi hogar durante estos últimos seis meses. Pasaba las veinticuatro horas del día buscando a Leah, esperando llamadas que dijeran donde estaba o si la habían visto. Mucha gente nos engañó al principio cuando pedimos su ayuda, intentaron mentirnos para recibir algún beneficio monetario y se aprovecharon de nuestra desesperación. Había perdido ya la cuenta de cuantas veces hablaron asegurando que habían visto a Leah, a Daniel o que juraban tener su paradero. La decepción de la mentira era siempre tan devastadora como la primera vez.
— Debemos ir con él.
Fernando Gandhia deja el celular sobre su escritorio y lleva sus manos a su cara para después restregarlas con cansancio y desaprobación. Suspiro ante un veredicto que esperaba francamente y miro al techo.
El señor Gandhia llevaba una barba de tres días, su camisa de vestir blanca estaba arrugada y los primeros botones no estaban abotonados como debían. No tenía la corbata puesta, ésta se encontraba sobre su escritorio junto a mi teléfono.
— Federicco Alcántara no dirá nada —contesta con pesadez—. Hemos ido ya tres veces y no ha soltado ni una palabra.
Me enfurecía su negatividad. Últimamente parecía haberse dado por vencido, a todo le ponía pretexto y se quejaba. Era el padre de Leah, pero no lo parecía.
— ¡Pues vayamos una cuarta! —me paro de la silla desesperado con su actitud—. Debemos amenazarlo. Ya no es presidente, no saldrá afectado.
Alzo las manos, exasperado, para enfatizar mis palabras.
— No voy a mandar a golpearlo, entiéndelo —resopla—. La violencia no es siempre la mejor opción.
Observo en silencio como lleva una de sus manos hasta sus ojos y tras cerrarlos comienza a masajearlos.
— ¿Entonces qué más hacemos con él? —pregunto desesperado—. El hijo de puta no le manda cartas a su padre, no le llama y mucho menos va a visitarlo. Sabe que está vigilado y le advirtió, no es tonto, pero sé que él sabrá donde encontrarlos y si lo presionamos nos lo dirá.
Tras el secuestro de Leah, viajé a México y llegué a casa de los Gandhia para instalarme. En ese entonces esperaba y creía que sería por pocos meses. Esa noche encontré al padre de Leah destrozado tras la noticia y encerrado en el Palacio. Todos los de su consejo estaban sorprendidos y horas después se dio a conocer la noticia en los noticieros de todo el mundo, el jefe de prensa lo hizo debido a que el señor Fernando no estaba dispuesto. La prensa se volvió loca. En Estados Unidos, mi familia se la pasaba en casa debido a que si salían los paparazis los acosaban sin importar a donde fueran y México no fue menos, era imposible ir a algún lugar porque nos seguían y atacaban con sus preguntas.
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Dulce tentación
RomanceSEGUNDA PARTE DE MALDITA TENTACIÓN Aunque muchos creían que todo había acabado, no es así. La tormenta continua, y es que, la mafia jamás olvida. Política, traiciones y asesinatos. Así son los días en México para aquellos que ansían el poder, aque...