Capítulo 3.

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Los días pasan y con ellos el plazo que le di a Alcántara. Su hija seguía encerrada, Ricardo se había encargado de ella y aunque ya le habíamos preguntado si no sabía nada sobre su hermano, la chica estaba pedida.

Llegamos al reclusorio y antes de entrar le entrego un fajo de billetes a Benavidez. Pasamos como la otra vez, sin problemas y sin dejar rastro. Ricardo llevaba una computadora por si Federicco decidía no cooperar.

Pasamos a la habitación y Alcántara voltea rápidamente a vernos con las manos entrelazadas.

— Hola, Federicco —le dice Ricardo mientras camina hasta la mesa.

— ¿Dónde está mi hija? —le dice a modo de respuesta con desesperación.

Camino con serenidad hasta el hijo de puta, mis manos están dentro de los bolsillos y cuando me posiciono frente a él, arrastro la silla hacia atrás para sentarme.

— Federicco, que gusto verte —sonrío.

— ¿Dónde está Claudia? —me pregunta con cara de súplica.

Debía aceptar que esto me gustaba. No el poder, era el sentimiento de respeto. Meses atrás yo era el que le rogaba porque me dijera algo y ahora, como habían cambiado las cosas.

— Ella está por ahí —le digo tras un suspiro—. Nuestra gente la tienen como toda una reina, no te preocupes por ella.

— Por favor, te lo suplico, O'Donoghue, deja a mi hija fuera de esto. Ella no tiene nada que ver aquí.

— ¿Y Leah sí tenía? —cuestiono borrando la sonrisa.

— Ella estuvo dentro desde que era una adolescente, ella estaba destinada a esto.

— Eso no es cierto —le contesta Ricardo acercándose a él—. Leah nunca se metió a esto. Ella siempre trató de mantenerse fuera.

— Es una Gandhia —Federicco replica—. Con eso basta para saber que es parte de este mundo. Desde que nació su destino estaba escrito, ¿O ya te olvidaste? Ustedes dos tenían una relación, y aunque yo la quería para mi hijo, acepté el hecho de que tu padre y el suyo ya tenían dicho que se casarían y fusionarían a las grandes familias. Un Lazcano y una Gandhia, ambos de familias de grandes políticos —voltea a verme y me prosigue—: ¿Por qué crees que nadie te aceptaba como su novio? ¡Todos querían que ella se casara con él, no contigo! No eres hijo de ningún político, es como escupirle en la cara al papa ¡Hay linajes que se deben preservar, y mucho más el de los grandes Gandhia! Además, el culpable de todo esto es Fernando. Si hubiera aceptado...

— ¡El culpable de todo es tu puto hijo chiflado! —corta Ricardo a Alcántara dando un golpe en la mesa—. Así que es mejor que mantengas esa boca cerrada si no quieres que Claudia sea la que pague tus sucias palabras.

El hombre se queda callado y nos mira con odio.

Sabía que él me quería hacer perder los estribos recordándome todo lo pasado, pero no iba a ceder.

— Ya pasaron los cinco días —comento mirándolo fijamente—. Espero que hayas conseguido lo que te pedimos.

Alcántara me mira serio y luego bajando su mirada a sus manos me dice:

— Creí que no iba a poder localizarlo —sube su mirada y suspira—. Me costó mucho ponerme en contacto con él.

— Vayamos al grano —le pido puesto que no deseo oír la historia de cómo localizo a su mal nacido hijo.

— Me dijo que no están en el país. Están en Bangkok.

— ¿Bangkok? —le pregunto sorprendido.

Dulce tentaciónWhere stories live. Discover now