𝑛𝑢𝑒𝑣𝑒

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Max se levantó antes que Eleven, y se vio en la desagradable situación de tener que estar sola al estar recién levantada y no poder hablar con nadie.

Pensó varias veces en levantarla, pero se quedó con la idea de que a ella no le gustaría que la levantasen, así que decidió no hacerlo.

Miró alrededor en busca de alguna distracción a a vista. Se encontró con la librería de Eleven y se quedó pasmada: Eleven tenía muchos libros.

Corrió a la librería con la esperanza de encontrar alguno que le gustase, después de todo, había sido Max quien había hecho a Eleven introducirse en el mundo de la lectura, y esta última lo había amado totalmente.

Max amaba la lectura, encontraba en los libros un refugio total y no quería salir de él jamás. Constantemente estaba leyendo un libro y siempre conocía a nuevos autores maravillosos como Charles Dickens, pero su favorito entre todos, era Shakespeare.

Max amaba la manera de narrar del hombre, era tan maravillosa que podía elegirla una y mil veces como elixir y jamás cansarse de ello. Había leído varios libros del autor, pero tenía unas ganas tremendas de leer todas sus obras.

Desde navidades del año pasado, anhelada poder tener en sus manos Hamlet, pero su mamá no había podido conseguir el ejemplar por ningún lado, por más librerías que recorrieron.

Max empezó a revisar la biblioteca de su amiga y ahogó un grito en el momento en el que vio el ejemplar de Hamlet en medio de una sección llena de libros de Shakespeare. Esto debe ser el paraíso pensó Max mientras veía todos los ejemplares que deseaba leer del autor allí.

Sin dudarlo, tomó el libro entre sus manos y le dio la admiración con la mirada que ella pensaba que merecía una joya como esa. Observó el lomo, la portada, la contraportada, las hojas... Todo le parecía perfecto, cuando, para otras personas, sería simplemente un libro.

Se le fueron los minutos revisando minuciosamente cada libro de la estantería. Se fascinaba al encontrarse con cosas como Orgullo y Prejuicio, La Dama de las Camelias o Jane Eyre.

Se dignó a tomar Hamlet entre sus manos y abrió el libro encantada. Leía y leía y se le pasaba el tiempo allí. Pasaba cada página con suma delicadeza, casi como con miedo de romper las hojas que contenían arte en su mayor representación. Miraba embelesada la escritura en tinta negra y se admiraba con cada narración hermosa y romántica del autor.

Escuchó que la perilla de la puerta empezaba a girar, e intentó en vano guardar el libro y acostarse de nuevo. No porque estuviese avergonzada de leer encantada a un genio como Shakespeare, sino porque no quería demostrarse como alguien que abusa de confianza que se le ha proporcionado.

Jim abrió la puerta y pasó.

—¿Qué haces despierta?

—Yo... Discúlpeme, me siento una abusiva por tomar el libro sin permiso. Desperté y no pude conciliar el sueño de ninguna manera, así que...

—Cálmate. Está bien, siéntete como en casa, solo te pido que la dejes dormir —señaló a Eleven —. No la despiertes, por favor.

—Está bien —Max asintió y volvió a concentrarse en su lectura. Jim sonrió, sabía que el libro que la chica tenía en la mano era Hamlet de Shakespeare, justo el libro que Eleven le había rogado que le comprara para poder regalárselo a Max, ya que pronto cumpliría años.

—Nos vemos, Joy —Jim salió de la casa y se montó en su camioneta, se volteó a ver y pudo observar todo lo que él y Joyce habían construido.

Después del Snowball, Jim se mostró como un gran apoyo para ella para poder superar todo el dolor del pasado. Pocos meses después, Jim y Joyce decidieron empezar una relación formal, de la cual no dijeron nada públicamente.

𝐆𝐢𝐫𝐚𝐬𝐨𝐥𝐞𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora