2. El Palacio

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La vista era increíble, aunque bastante triste

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La vista era increíble, aunque bastante triste. Un largo camino llevaba a una enorme edificación subterránea. La única luz provenía de antorchas, un mero adorno, pues su vista estaba adaptada a la oscuridad.

Kein miraba asombrado sus alrededores al andar. La gran construcción antigua, de hace más de dos mil años, se mantenía en casi perfecto estado. Esto era mucho más impresionante —y muy diferente— a lo que había visto en sus libros de texto. Muchos creían que estos jardines fueron obra de Nabucodonosor, pero la realidad era otra. Senaquerib, hijo de Sargón II, emperador asirio, lo construyó para Kalro el Supremo. La antigua Nínive era su verdadera localización y pertenecía a los asirios, no a los babilonios. Como sea, eso era algo que al mundo humano no le concernía.

Una entrada de roca corrediza sirvió para brindar acceso al interior de ese sitio. Kein y su madre se unieron a un gran número de invitados que llegaban desde distintos accesos. La sala de bienvenida era grande, con las paredes plagadas de perchas. No era difícil deducir por qué, especialmente al ver colgando decenas de prendas árabes. Kein se quitó la suya y la colgó, su madre hizo lo mismo. Tras hacerlo, ambos atravesaron las puertas que llevaban a los salones interiores.

Hombres y mujeres trajeados, de muy buen porte y esbeltas figuras, desfilaban a su alrededor dirigiéndose al salón principal. Su madre lucía deslumbrante, vistiendo un traje color caqui confeccionado a su medida. Y él tampoco era la excepción, llevando su camisa arremangada y un elegante chaleco color vino que hacía juego con el resto de su conjunto.

Los pasillos eran espaciosos y estaban repletos de adornos de oro, había oro por todas partes, desde los retratos y los muebles, hasta en el suelo, techo y paredes. No quedaba duda de que este era el hogar de un Rey.

Las conversaciones no se hicieron esperar al andar. Voces de todo tipo, dialectos e idiomas diversos se apoderaban del espacio sonoro. Kein no comprendía la mayoría, pues él hablaba español, pero la expresión en los rostros de estas personas le permitía ver a través de ellas. Esa sed, la misma que veía en su madre y que le causaba terror pensar que también llegaría a sentir, estaba marcada en todos.

—Compórtate, Kein —dijo su madre, dando un codazo discreto.

El joven dejó de mirar a su alrededor y puso la vista al frente. No podía evitar sentirse curioso, quitarse las malas ideas sobre esta gente era una de las razones por las que había aceptado venir a este sitio. Quería comprobar por sí mismo lo que su padre decía, dar una oportunidad a la otra parte de su vida. Hasta ahora, todo parecía mejor de lo que había pensado.

 Hasta ahora, todo parecía mejor de lo que había pensado

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