Capítulo 2

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La suave balada resonaba en los altavoces de las esquinas con dulzura y parcimonía. El susurro de cubiertos se elevaba aún por encima de las casuales conversaciones que mantenían los comensales.

Deposité los platos en la mesa cuatro escuchando un par de "Gracias" de voces muy distintas la una de la otra. Los clientes son una rubia y un chico moreno que no cesan de reír desde su llegada.

No pude evitar desviar mi mirada a sus manos tomadas por sobre el mantel y pensar en lo adorables que se veían. —¿Desean algo más?

El chico había comenzado a formular una oración justo antes de que una voz lo interrumpiera.

—¡Hey, hey, tu! – Espetó algún idiota a mi espalda.

Me giré en su dirección haciendo una cuenta mental hasta el diez. Mi expresión tan serena e inexpresiva como siempre, o eso esperaba.

—¡Camarera! ¡Quiero ordenar hoy, no para dentro de tres meses! –Bramó un hombre canoso y de expresión enfadada en la mesa ocho; le hice un gesto para indicarle que ya iría.

Regresé mi atención a los tórtolos. La rubia había comenzado a devorar sin pronunciar palabra, el chico sentado frente a ella la admiraba riendo por lo bajo con cariño, mucho cariño. ¡Aw! ¡Doblemente adorable! —No, gracias. -Respondió al fin, dedicándome un gesto de comprensión.

Sonreí ante el apetito de la chica. —¡Que lo disfruten entonces!

Me aproximé rápidamente a la mesa de al lado, a la del cliente acelerado. Saqué la libreta del bolsillo de mi delantal blanco. Estiré las esquinas de mi boca forzosamente y coloqué mi pluma sobre la hoja preparada para escribir.

Observé mejor al comensal, el sujeto vestía muy bien, de hecho, me arriesgaría a decir que demasiado como para venir a un lugar tan de clase media como éste. Lucía un traje con corbata que aparentaba ser costoso y tecleaba con tal destreza en la pantalla de su móvil que por un momento me quedé hipnotizada con el ritmo de sus dedos.

Agité la cabeza. —Lamento la demora, hoy estamos algo cortos de personal.

Levantó las cejas cuestionante, sin dignarse a apartar la vista del aparato tecnológico. —Claro que sí. -Espetó con sarcasmo obvio.

Suspiré y me encogí en mi misma. Éste sería uno de esos clientes, y con "esos clientes", me refiero a aquellos imbéciles que son tan molestos como un grano en el jodido trasero. De esos en los que me veo tentada a escupir su comida.

Realmente no era una excusa, me enteré al llegar que mi otra compañera estará de reposo un par de días, por lo que me tocaría estar al pendiente de diez mesas a mí sola hasta que consiguieran solucionar. Pero bueno, ni al caso, no debo discutir nunca con un cliente. —¿Decidió qué desea pedir? -Continué.

—-Sí, dame una número dos, sin mostaza y coca cola de bebida.

Anoté con prisa y tomé el menú que reposaba a un lado suyo; di vuelta para irme puesto que no decía nada más.

—Y una ración de aros de cebolla. -Pidió por último aún ocupado con el celular. Le encaré de nuevo, reajusté su pedido según las indicaciones añadidas. —¡Ah! Y procura no tardarte otra eternidad.

Revoleé los ojos. Eso no fue necesario. Asentí, aunque sé que el tipo no está mirándome a mí precisamente. Que idiota. —En diez minutos vuelvo con su orden.

Me fui sin recibir siquiera un simple agradecimiento, pues lo normal, debido a este trabajo descubrí que mientras más adineradas, más mezquinas son las personas.

Reaper -La Muerte del ringDonde viven las historias. Descúbrelo ahora