XVII

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Antonia

Cuando mi celular marca las 21:06, llegan las chicas del grupo de armamento, completamente exhaustas. Se dejan caer en el suelo, derrotadas, mientras voy por sus raciones de comida y se las entrego.

—M es un muy buen entrenador, pero demasiado exigente —se queja Isi.

—Fue brutal, es lo único que voy a decir al respecto —se limita a decir Niji.

—¿Bromean? Fue lo mejor que me ha pasado en la puta vida —dice Júpiter muy animada.

Sonrío ante su comentario. Al menos alguna de ellas muestra entusiasmo, pero comprendo que estén tan cansadas.

—Cuéntenme, ¿Qué aprendieron hoy? —les pregunto, intentando generar algo de conversación.

—Nada muy interesante —comenta Dani tratando de hacerse la interesante—, nos enseñaron a usar una semiautomática calibre 9 milímetros, creo que así se llamaba. Dice M que es una de las más básicas en este tipo de operaciones.

Contengo una sonrisa con su comentario, estoy segura de que un mundo completamente nuevo se abrió ante ellas y no quiere demostrar lo emocionada que está.

—Por cierto —dice Feffa mientras muerde su sándwich—, M quiere verte en su despacho ahora.

—¿Ahora? —frunzo el ceño con extrañeza— ¿Dijo para qué era?

—No, solo dijo que era urgente —dice Júpiter.

—Supongo que tengo que ir —digo mientras me levanto.

Entro al túnel y llego a su despacho. Deslizo el panel del techo con cuidado, veo si hay alguien y me deslizo por el agujero, quedando sobre el escritorio de M. Me bajo y lo veo en una esquina, con dos pistolas en la mano y la mirada imperturbable.

—Ahora tienes que entrenar tú —me dice, como si no me hubiera dado cuenta por la expresión de su mirada.

—Ajá —murmuro intrigada e incrédula.

—¿Y el resto de tu uniforme? —me pregunta de una forma nada amable, mientras observa que solo estoy vestida con los pantalones, los bototos y la camiseta.

—Pues... Si me hubieras dicho que era para entrenar, me ponía el resto.

—Debiste haber sabido que ibas a entrenar y traer tu uniforme, Antonia, ¿Por qué otra razón te llamaría? —me regaña M.

—¿Acaso crees que soy adivina o algo? —le rebato, intentando que recuerde la conversación que tuvimos antes.

—Olvídalo, ponte mi uniforme —me dice sin ganas de pelear.

—¿El tuyo? —murmuro sorprendida.

—¿Acaso quieres que vean tu cara de mocosa? Allá tú si quieres mandar al traste la operación —dice M en tono sarcástico.

Ahora empiezo a entender a las chicas que se quejaron de lo exigente que es. Pongo los ojos en blanco y me pongo el chaleco antibalas, la chaqueta y el casco de M. Increíblemente, huele a él, específicamente el perfume que usa, lo que me distrae.

—¿Quieres ir a entrenar o qué? No tengo todo el día, Antonia —refunfuña malhumorado.

Asiento y, sin rechistar, lo sigo. Me lleva por varios pasillos, que parecen laberintos, hasta llegar a una recámara donde creo que se supone que practican los cadetes. Entramos, le pone pestillo a la puerta y baja las persianas de la ventana, quedando todo en aparente silencio y a oscuras. Enciende una luz y, por fin, logro ver bien de qué se trata la recámara. Veo maniquíes con una diana en el tronco a una distancia considerable.

—Puedes quitarte el casco. No te verá nadie estando aquí —dice M.

Me quito el casco y me entrega una pistola. Es más pesada de lo que creía. La tomo con ambas manos y la examino, mirándola por todos lados.

—Cuidado, que está cargada, Antonia. No seas imbécil. —me regaña.

Ante su advertencia, dejo de moverla de forma tan brusca.

—Apunta —dice sin más.

—¿Qué dices? —le pregunto sorprendida.

—Apunta al maniquí, como si fueras a matar a alguien —dice sin más.

Pongo la pistola en ambas manos a la altura del pecho, un dedo en el gatillo, brazos en un ángulo de 120º. Miro a M sin saber qué hacer, y él se ríe. Lisa y llanamente se ríe, como si tuviera un pene dibujado en la frente. Frunzo el ceño y, en cuanto se da cuenta que para mí no es gracioso, intenta contener su risa y se acerca a mí, con algo más de amabilidad.

—A ver... Primero que todo, los brazos van estirados —toma mis codos y los estira— así, eso es. Ahora, quita el dedo del gatillo, y no lo pongas ahí hasta que ya estés segura de que apuntaste bien.

Miro nuevamente hacia el maniquí, y apunto hacia allí.

—¿Crees que puedas dar dentro de la diana en alguno de los primeros tres tiros? —me pregunta con sarcasmo.

—Puedo hacerlo a ojos cerrados, imbécil —frunzo el ceño mientras me preparo para disparar.

—Cuidado con la soberbia, mocosa. Que tu postura sea firme, dispara con seguridad, pero jamás caigas en la soberbia, porque nunca se sabe ante quién te enfrentas —no necesito mirarlo para darme cuenta de que tiene los ojos fijos en mí.

—De acuerdo —miro bien la diana y pongo el dedo en el gatillo.

Disparo tres veces seguidas, y M se parte de la risa al darse cuenta de que ninguno de mis tiros dio en la diana, sino que en la pared.

—Para la próxima vez, cuidado con ser soberbia, mocosa, que no te va a llevar a ningún lado, ¿De acuerdo?

Pongo los ojos en blanco, y nos pasamos las siguientes horas practicando la postura, la forma de apuntar, cómo se carga, cómo se manipula, entre otras cosas. Me encuentro tan entretenida aprendiendo que ni siquiera tengo sueño y, para cuando vemos la hora, falta poco para las seis de la mañana.

—Bien, creo que, con lo que te he enseñado, podrías dispararle a Echeverría a una distancia de 4 metros, y darle en el blanco —comenta mientras guarda las pistolas.

—¿Eso crees? —sonrío.

—Por supuesto. Una cosa más antes de irte.

—Sí, dime.

—Ponte el casco de nuevo.

Me pongo el casco, y lo sigo a través de los pasillos de la cárcel, hasta hallar unas escaleras.

—¿Puedes subir unos cuantos pisos? —me pregunta.

—¿Unos cuantos?

Sin responder, se dispone a subir los escalones de dos en dos. Intento subir tan rápido como él, pero la verdad es que no estoy entrenada para ese esfuerzo físico, y para cuando voy por el quinto piso, todo lo que quiero es sentarme. Los pies me palpitan, la garganta me arde y mis pulsaciones están frenéticas.

—Sólo un piso más, mocosa —dice M mientras sigue subiendo.

Subo entre jadeos. Cuando llego arriba, me quedo anonadada al ver a donde me ha traído M. Maldita sea, aire puro, un cielo casi sin nubes y un sol majestuoso a punto de aparecer me hacen querer explotar de felicidad, y un par de lágrimas escapan de mis mejillas, pues pensé que pasaría mucho tiempo antes de volver a ver la luz del sol, si es que la veía. Me quito el casco para admirar mejor semejante maravilla de la naturaleza.

—Te traje aquí, porque sé que no pasará mucho tiempo antes de poder ver el cielo otra vez, Antonia. Te prometo a ti y a todas ustedes, que no va a pasar mucho tiempo para que salgan de aquí. Solo les pido que pongan todo de ustedes, para llevar adelante lo que queremos hacer.

Asiento con la cabeza, y mi corazón se llena de esperanza por un instante. Con cada mañana, nace una nueva oportunidad para cambiar el mundo y hacer de este país de mierda un lugar en el que podamos vivir en libertad.

[Libro 1]: RadicalWhere stories live. Discover now