CAPÍTULO 1

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"Señoras y señores, bienvenidos a La isla Jeju. Por favor, mantengan el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión se detenga por completo".

Sungmin mantuvo la vista fija en el libro. No estaba listo para mirar por la ventanilla. Aún no. Demasiados recuerdos esperaban, recuerdos que llevaba dos años intentando borrar.

El niño pequeño que había en el asiento de detrás de él gritó y pateó el respaldo de su asiento con fuerza, pero Sungmin solo era consciente de la bola de ansiedad que le atenazaba el estómago. Normalmente leer lo tranquilizaba, pero sus ojos reconocían letras que su cerebro se negaba a procesar. Aunque una parte de él deseaba haber elegido otro libro, otra parte sabía que habría dado igual.

–Ya puede soltar el asiento. Hemos aterrizado –la mujer que tenía al lado le tocó la mano–. Mi hermana también tiene miedo a volar.

–¿Miedo a volar? –repitió Sungmin, volviendo la cabeza lentamente.

–No hay por qué avergonzarse. Una vez mi hermana tuvo un ataque de pánico en un vuelo, tuvieron que sedarla. Usted lleva aferrando el asiento desde que salimos. Le dije a mi esposo: "Ese chico ni siquiera sabe que estamos sentados a su lado. Y no ha pasado una sola página del libro". Pero ya hemos aterrizado. Se acabó.

Sungmin, absorbiendo el dato de que no había leído ni una página en todo el vuelo, miró a la mujer. Se encontró con unos cálidos ojos marrones y una expresión preocupada y maternal.

"¿Maternal?". A Sungmin le sorprendió haber reconocido la expresión, dado que no la había visto nunca, y menos dirigida a él. No recordaba haber sido abandonado en un frío parque, envuelto en bolsas de la compra, por una madre que no le quería, pero el recuerdo de los años que siguieron estaban grabados en su cerebro a fuego.

Sin saber por qué, sintió la tentación de confesarle a la desconocida que su miedo no tenía que ver con volar, sino con aterrizar en la isla.

–Ya estamos en tierra. Puede dejar de preocuparse –dijo la mujer. Se inclinó por encima de Sungmin para mirar por la ventanilla–. Mire ese cielo azul. Nunca he estado en Jeju. ¿Y usted?

–Yo sí –como la amabilidad de la mujer merecía una recompensa, sonrió–. Vine por negocios hace unos años –pensó que ese había sido su primer error.

–¿Y esta vez? –la mujer miró los ajustados pantalones vaqueros de Sungmin.

–Vengo a la boda de mi mejor amigo –los labios de Sungmin respondieron automáticamente, aunque su mente estaba en otro sitio.

–¿Una boda ? Oh, eso es muy romántico.

–Ha sido muy amable. Si me disculpa, tengo que salir –Sungmin guardó el libro y se desabrochó el cinturón de seguridad, anhelando huir de ese tema.

–Ah, no, no puede dejar el asiento aún. ¿No ha oído el anuncio? Hay alguien importante en el avión. Por lo visto tiene que bajar antes que el resto de nosotros –se asomó por la ventanilla y soltó un gritito excitado–. Mire, acaban de llegar tres coches con cristales opacos. Y esos hombres parecen guardaespaldas. Oh, tiene que mirar, parece una escena de una película. Juraría que llevan pistola. Y el hombre más guapo del mundo está en la pista. ¡Mide más de un metro ochenta y es espectacular!

Sungmin sintió una opresión en el pecho y deseó haber sacado el inhalador para el asma, que estaba en el compartimento del equipaje de mano. Para evitar un indeseado comité de bienvenida, no le había dicho a nadie en qué vuelo llegaría. Pero una fuerza invisible lo llevó a mirar por la ventanilla.

Él estaba en la pista, con los ojos ocultos tras unas gafas de sol estilo aviador, mirando el avión. El que tuviera acceso a la pista de aterrizaje decía mucho sobre su poder. Ningún otro civil habría tenido ese privilegio, pero ese hombre no era cualquiera. Era un Cho. Miembro de una de las familias más antiguas y poderosas de Jeju.

"Típico", pensó Sungmin. "Cuando lo necesitas, no aparece. Y cuando no es el caso…".

–¿Quién cree que es? –la amable compañera de vuelo estiró el cuello para ver mejor–. Aquí no tienen familia real, ¿verdad? Tiene que ser alguien importante si le dejan entrar en la pista de aterrizaje. ¿Qué clase de hombre necesita tanta seguridad? ¿A quién habrá venido a recibir?

–A mí –Sungmin se levantó con el entusiasmo de un condenado camino a la horca–. Se llama Cho Kyuhyun y es mi esposo –pensó que ese había sido su segundo error. Pero pronto él sería su ex-esposo. Una boda y un divorcio en el mismo viaje.

Eso sí que era matar dos pájaros de un tiro, aunque nunca había entendido qué tenía de bueno matar dos pájaros.

–Espero que tengan unas buenas vacaciones en la isla Jeju. –ignorando la mirada de preocupación de la mujer, Sungmin sacó el bolso de viaje del compartimento superior y caminó por el pasillo. Los pasajeros cuchicheaban y lo miraban, pero Sungmin no se daba cuenta; estaba demasiado preocupado preguntándose cómo sobreviviría a los siguientes días.

"Testarudo, arrogante, controlador", ¿por qué había ido allí? ¿Para castigarse o para castigarlo?

– Señor Cho, no sabíamos que contábamos con el placer de su presencia a bordo… –dijo el piloto, que lo esperaba junto a la escalerilla de metal. Su frente estaba perlada de sudor–. Tendría que haberse presentado.

–No quería presentarme.

–Espero que haya disfrutado del vuelo –el piloto miraba la pista con nerviosismo.

El vuelo no podría haber sido más doloroso, porque volvía a Jeju. Había sido un estúpido al pensar que podía llegar sin que nadie lo supiera. O Kyuhyun tenía los aeropuertos vigilados, o tenía acceso a las listas de pasajeros.

Cuando habían estado juntos, su influencia lo había dejado boquiabierto. En su trabajo estaba acostumbrado a lidiar con celebridades y millonarios, pero el mundo de los Cho era extraordinario en todos los sentidos.

Durante un breve lapso de tiempo había compartido con él esa vida dorada y deslumbrante de los inmensamente ricos y privilegiados. Había sido como caer en un colchón de plumas tras pasar la vida durmiendo sobre hormigón.

Al verlo a los pies de la escalerilla, Sungmin casi tropezó. No lo veía desde aquel día horrible cuyo recuerdo aún le daba náuseas.

Cuando Donghae había insistido en que cumpliera la promesa de ser su padrino de bodas, Sungmin tendría que haberse negado porque suponía demasiado impacto para todos. Había creído que su amistad no tenía límite, pero se había equivocado. Por desgracia, era demasiado tarde.

Sungmin sacó las gafas de sol del bolso y se las puso. Si Kyuhyun iba a jugara a eso, él también jugaría. Alzó la barbilla y salió del avión.

REGRESANDO A TU CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora