IV

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Cenan tranquilos, la emoción de la mujer por el curry había pasado y ahora se limita a preguntar sobre la escuela y alguna que otra cosa trivial. De vez en cuando, ella y Bakugo comparten miradas cómplices de las que Eijiro no se percata o no entiende, estando más concentrado en acabar el segundo tazón de curry, el rubio también se sirvió un poco más después; Meiko, en cambio, apenas comió uno, se le ha cerrado el estómago y tamborilea la mesa con los dedos en un intento de calmarse, aunque ha decidido que era tiempo de contarle la verdad a Eijiro, la sola idea de destapar el pasado la pone muy nerviosa. Cuando acaban de cenar su hijo se ofrece a lavar los platos, la pelinegra le sonríe agradecida, todavía necesita pensar cómo hablar con Eijiro. Bakugo sólo la mira sospechando que su conversación la ha hecho considerar mejor las cosas, tiene un buen presentimiento.


—Kirishima, dame un trapo—dice entrando a la cocina para que la mujer pueda pensar en soledad.

El pelirrojo le pasa algo para secar y comienzan la labor de lavar la losa. El silencio es cómodo, Kirishima canturrea algo, una canción con ritmo extraño que el rubio jamás ha escuchado antes.

Pronto, muy pronto crecerás

Valiente serás, con coraje andarás

Fuerte serás y con amor ayudarás

Pronto, muy pronto mi niño

Un gran hombre serás

Eso es todo, una estrofa simple que el pelirrojo canta en un susurro, Bakugo le pregunta qué es aquello y Kirishima hace una mueca pensativa.

—Imagino que una canción infantil, ni siquiera sé de dónde la conozco, creo que mamá me la cantaba de niño.

—Es muy...

— ¿Tonta?—rió él—. Quizá, pero por alguna razón me ayuda cuando me siento inseguro.

Un pequeño golpe en la sala interrumpe pero no le toman importancia.

—Iba a decir que es muy Kirishima—aclara Bakugo—, ¿estás inseguro ahora?

—No, sólo se me antojó cantarla.

El rubio se pregunta si será cierto.

—Nunca te escuché antes.

El pelirrojo se encoge de hombros.

—Trato de no mostrarte ese lado de mí, no es muy varonil.

—Como si eso me importara—la vajilla está casi terminada y el celular del rubio vibra repentinamente—. Mi batería se muere.

—El cargador está en el cuarto, ya sabes donde es—responde Kirishima.

Katsuki sale, dejando que Eijiro lave los últimos cubiertos, cuando acaba se seca las manos para volver a la sala la cual está vacía. La recorre sin querer y sus ojos se posan inmediatamente en los libros que descansan en la mesa ratona, uno es de cuero blanco, el otro de tela celeste, son los álbumes. Se frota los ojos, creyendo que es una alucinación de su conciencia curiosa, pero siguen ahí. Se cuestiona entonces que quizá nunca los guardó pero es imposible porque su madre dejó el bolso allí al llegar y los habría notado. En ese caso la única explicación es...

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