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A simple vista, no parecía gran cosa.

Si le mirabas con atención, sus ojos transmitían paz.

Cuando veías los rulos de su cabello, necesitabas jugar con ellos.

Al hablarle, su melodiosa voz te respondía.

Si buscabas apoyo, te tendía sus manos para levantarte.

Cuando mal te sentías, tenía las palabras correctas para hacerte reír.

Y su sonrisa, por favor, su sonrisa era lo que más me enloquecía; hermosa, dulce, sutil y reconfortante.

Arte, sencillamente.

Lo era. Él lo era. Y ahora puedo decir que lo somos.

Me pertenece. Le pertenezco. Nos pertenecemos.

El hogar de las metáforasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora