Cerré la aplicación rápidamente y sentí como mis ojos se cristalizaban. Era un idiota. Puede que estemos peleados, pero no significa que termináramos.
—Tranquila, Val, puede que no sea él.
—Claramente se ve que es él, Hailee —mi voz era quebradiza, y las lágrimas ya habían comenzado a resbalar por mis mejillas.
—Vale tiene razón —Lele le mostró de nuevo la foto a la castaña.
El timbre sonó de repente, interrumpiendo nuestra conversación. Sentí los brazos de Hailee rodearme en el momento en que Lele abrió la puerta y Daniel quedó a nuestras vistas. El muchacho traía un gigantesco arreglo de globos y un peluche en sus manos, pero por más tierna que fuera esa imagen, no lograba que me olvidara de lo que había sucedido.
—Tenemos que hablar, amor. Ni siquiera sé que mierda está pasando con nosotros. Un día estamos bien, y al otro ya no hablamos más.
Alcé una de mis cejas —. ¿Quieres hablar? Bien, hablemos de esta foto —mostré el celular de Lele —. Mírame a los ojos y contéstame esto, ¿eres tú?
—Y... yo, Vale...
—¿Eres tú? —repetí.
—Yo, lo siento —desvió su mirada —. Soy yo, per...
—Vete, por favor —murmuré.
—Per...
—¡Largo!
El rubio se levantó molesto del sofá, pero antes de que se retirara por completo de la casa, lo llamé —. Si no te había quedado claro, terminamos.
