Capítulo 31: Solo un trato.

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Como el había dicho, la pista de hielo estaba libre, pero estaba cerrada con candado. Antes de que pudiera decir que debíamos de volver, Iwan ya estaba escalando la verja de hierro.

Cayo elegantemente en el otro lado y de inmediato se dirigió a la caseta donde se guardaban los patines que se arrendaban a los visitantes.

Me horroricé cuando le vi romper la cerradura de la puerta de la caseta y mire hacia todos lados creyendo que saldría alguien para regañarnos o llamar a la policía. Pero seguíamos solos y a regañadientes tuve que seguirle.

Le enumere al menos veinte razones distintas por las que se iría al infierno. Entre ellas estaba que era un maldito bastardo egoísta y unas cuantas más parecidas a esa, pero mientras yo le soltaba mi discurso moralista él se dedico a buscar dos pares de patines; uno para mí y otro para él.

Mi conciencia me obligo a dejar una nota pidiendo disculpas junto a un pequeño montón de billetes como disculpa.

Iwan rodo los ojos cuando me vio, pero le obligue a que el también dejara algo de dinero.

Con mi consciencia mucho más limpia, acepte el par de patines que Iwan había robado.

Hace demasiado tiempo que no iba a una pista de hielo y me sorprendió ver lo oxidada que estaba. Iwan por otro lado, se movía como un pez en el agua y no tenía reparos en señalar que era mejor que yo. Se adaptaba con rapidez en cada giro y se deslizaba como si flotara.

Sentí envidia e inspirada por ese sentimiento agite una mano para enviar una brisa de aire que termino desequilibrándolo. Cayo cómicamente de espaldas mientras yo me doblaba de la risa.

Cuando se levantó trato de tirarme al suelo como venganza, pero yo había recuperado el ritmo y pude escaparme fácilmente mientras reía.

No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, pero fue como respirar aire fresco después de estar encerrada mucho tiempo. No pensé en nada más que el frio besando mis mejillas o el hielo bajo mis pies.

Mientras nos deslizábamos por la pista Iwan me conto más de su poder.

A veces eran en los reflejos. Cualquier superficie que se reflejara le servía. El cristal de las ventanas, el agua de una fuente o incluso el café.

No lo llamaba. Simplemente venia cuando el menos lo esperaba. Había aprendido a no mostrar sorpresa porque siempre había alguien viéndolo. No podía salir gritando de una sala donde estaba en una reunión con los hijos de embajadores, así que estaba obligado a mirar hasta que este desapareciera.

Si los evitaba, solo era peor. Aparecían en todas partes, y a veces lo arrastraban en sueños.

También podía oír voces, como si se alguien estuviera a su lado, pero no había nadie. Por un tiempo creyó sufrir esquizofrenia, pero se fue dando cuenta que las voces eran conversaciones reales de otras personas.

Su padre tenía el mismo poder, aunque su abuelo no. Era algo que se pasaba por línea paterna y podía saltarse generaciones o desaparecer por años.

Quise indagar más, pero Iwan se mostró esquivo y tenía una facilidad alarmante para cambiar el tema de conversación o desviar la atención a otras cosas. Si yo insistía en su poder, el sacaba el nombre de Axel a colación.

Así que ambos dejamos cualquier tema pasado.

Pero mi curiosidad estaba creciendo mientras el tiempo pasaba. El chico que tenía frente a mí no lo reconocía. Lo recordaba arrogante, capaz de pisotear a cualquiera con tal de conseguir lo que quisiera. No le importaba nadie más que él, creyéndose el dueño del mundo, como si todo le perteneciera.

El torneo (Inazuma Eleven-Axel Blaze)Where stories live. Discover now