II

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Bajo del auto tras haber entrado en el estacionamiento de la clínica Saint Antoine de Padue, saludo al chico de seguridad y me prometo a mí misma poder aprenderme su nombre, me da pena tan solo decirle "Hola" cuando él hasta se sabe mi apellido. Y han pasado siete meses desde que entré a trabajar aquí y nunca se lo he preguntado.

Camino al ascensor y aprovecho de arreglar mi traje de color verde petróleo que me identifica como la fisioterapeuta del lugar. Antes de llegar al cuarto piso ya estoy arreglada y un moño alto adorna mi cabeza, cuando salgo, uno de los pacientes de Piere —mi compañero—, me saluda. Le pregunto cómo está y me dice que cada día mejor. Eso me alegra.

Loana, una enfermera, se acerca a mí y me tiende las fichas de los pacientes, siempre son los mismos cuatro los días miércoles por la mañana: Una anciana con artrosis de cadera, un pequeño niño con esclerosis, una mujer con lumbalgia y un hombre con el síndrome del manguito rotador.

Pero esta vez me sorprendo al encontrar una ficha clínica más que antes. Paso del nombre y leo la información que me entregan del paciente.

«Fractura de ambos fémures, golpe en la columna lo ha dejado temporalmente parapléjico. Movilización en silla de ruedas, problemas en la musculatura dorsal. Derivado a fisioterapia por el doctor DuPonte

El doctor ha puesto que el paciente está negación con el tratamiento.

Suspiro y guardo la ficha con las otras.

—¿Llegó Dean? —Le pregunto a Loana por el más pequeño de mis pacientes, ella niega.

—Su madre llamó esta mañana, así que corrió la hora hasta el próximo viernes. Arreglamos las horas ayer —Dice y luego me apunta al box cuatro. El mío—. Allí está el señor Abel, luego de él vendrá el nuevo paciente... Su familia vino ayer con él, resbaló de una montaña, era un chico de deportes extremos.

Niego con desaprobación.

Loana es la persona más cercana a mí desde que comencé a trabajar en esta clínica y sabe a la perfección lo que opino de los deportes extremos. Son una pérdida de tiempo además de ser estúpidamente peligrosos.

—Sé que está mal hablar así de mis pacientes, pero él tal vez se lo merecía por hacer cosas tan estúpidas...

Loana suelta una risita mientras me mira con una sonrisa de diversión y a la vez, algo de reproche.

—No seas mala y entra allí, los practicantes ya tienen sus signos vitales tomados. Nos vemos en el almuerzo, 12 pm.

Me despido de ella con un saludo de mi mano y una sonrisa, y me encamino luego hasta el box. El señor Abel Fleury está sentado en la camilla y charla animadamente con uno de los dos chicos practicantes, cuando me ve esboza una sonrisa enseñándome sus dientes amarillos por el tabaco.

—Buenos días —Saludo a todos con una sonrisa y luego me pongo en marcha con mi trabajo, los practicantes me miran desde la distancia y toman algunas notas. Cuchichean entre ellos y asienten cuando les explico lo que hago.

Recuerdo mis días en la universidad, no fue hace demasiado tiempo pero parece casi una eternidad.

Rememorar el pasado me gusta, las charlas hasta madrugada que tenía con Alessia cuando compartíamos cuarto en la universidad o cuando nos escapábamos de algunas clases porque a ella le hacían descuentos en Starbucks.

Me encanta llenarme de recuerdos, de vivencias y cosas del pasado que me marcaron para bien y para mal. Siempre lo he dicho, en mi vida han pasado tanto cosas buenas como malas, pero todo esto solo suma experiencias.

—Entonces eso ha sido todo el día de hoy, señor Fleury. Recuerde que su próxima sesión es el lunes —Me despido y abro la puerta para él, debo alzar un poco mi voz para que pueda oírme.

—Si recuerdo, mi oído está mal no mi memoria, además me gusta apreciar a las personas bellas como usted, doctora —Sonríe y luego se despide con la mano de mis alumnos.

Niego sonriendo y luego me vuelvo hacia los chicos hacia los practicantes.

—Chicos, el próximo paciente que viene es nuevo así que tal vez deberían tomarse un descanso, solo hablaremos de su tratamiento. Si llego a necesitarlos les hablare —Digo y veo como ambos jóvenes suspiran con alivio. Comentan algo sobre ir a comer a la cafetería y se pierden por el pasillo.

Me quedo fuera de mi box esperando al joven de 23 años —mi misma edad—, pero no llega, así que avanzo hasta las sillas y me siento un momento a esperar allí. Estando en pleno verano las salas donde trabajamos suelen ser bastante calurosas.

Cuando alzo mi mirada comienzo a arrepentirme de mi decisión. Veo a Piere acercarse a mí con una gran sonrisa en el rostro, quiero correr y encerrarme en mi box hasta que el otro paciente llegué.

—Colette —Dice mi nombre alargando demasiado las vocales, se sienta a mi lado y yo fuerzo una sonrisa con incomodidad—, ¿qué tal estás el día de hoy?

Piere es otro fisioterapeuta, que desde que llegué no ha sabido otra cosa más que hacer que volverme loca con sus intentos de coqueteo. Pero siempre ha fallado. Desde la preparatoria no he dejado que otro chico entre a mi vida pues temo a salir herida de alguna manera.

—Bien... —Digo reacia y veo una silla de ruedas acercarse. Loana me hace señas desde lejos diciendo que es mi paciente así que sin despedirme de Piere voy hasta mi box—. Pasen, buenos días —Digo mientras me dirijo a lavar mis manos, la respuesta a mi saludo viene de una voz femenina así que deduzco que mi paciente no viene solo. Cuando me giro veo que la chica se me hace conocida; cuando veo quién está en la silla de ruedas mi mundo se detiene un instante—. Oh, Dios Major...

—¿Se conocen? —Pregunta ella.

—Fuimos compañeros en preparatoria —Asiento. Ellos comparten una mirada.

Pero... Yo no recuerdo haberte visto antes.

Conóceme, MajorWhere stories live. Discover now