Cap 15

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Mis temores se materializan cuando diviso un cuerpecito enfundado en satén azul, sobre el cual se cierne una enorme bola sebácea rubia. El bodrio ese, le susurra algo, ella echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada, tiene una Erdinger en la mano, y se la lleva a los labios. Tenso la mandíbula. Olvidando todo decoro, olvidando que soy un hombre civilizado, me abro paso a empujones a través de la pista y llego hasta ella. De inmediato reconozco al zopenco que tengo frente a mí. Es el amigo de su hermano, ese que la miró en la cafetería del campus como si fuera un delicioso bocado de tiramisú al cual quisiera devorar. Enojado, furioso, con ella por ser tan frustrante y conmigo por últimamente haber perdido mi esencia por tratar ser lo que ella necesita y espera de mí, la tomo del brazo con fuerza, lastimándola. Ella suelta un jadeo y me mira confundida.
-Vamos a bailar-le digo entre dientes, mirándola con el fuego del infierno en los ojos.
Oriana me mira como si quisiera golpearme, y una batalla de voluntades se desata-.
-No-tenso aún más la mandíbula-Estoy hablando con...
-No me importa. Vámonos.
-Oye, amigo...-comienza el grandulón, y yo le corto con una mirada-.
-Oriana-advierto, ella desvía la mirada. Aflojo el agarre de su brazo-¿bailamos?-digo, ahora con voz más suave-.
Ella suspira y asiente. Mi mano baja hasta la suya y enredo nuestros dedos. Es tan pequeña, delicada, suave. Está temblando ligeramente, y yo me siento de vuelta, yo mismo.

Mick Jagger canta Wild Horses, una perfecta composición, triste, lenta.

-¿Estás seguro de que quieres bailar conmigo esta canción?-pregunta, sarcástica-.
-Estoy seguro-le contesto, acercándola a mi cuerpo. Enredo mis brazos a su alrededor, la mano derecha la dejo en la parte baja de su espalda y la izquierda en medio de los omóplatos-.
Nos balanceamos al ritmo. Siento su pecho contra el mío, su calor y su agitada respiración en mi cuello.
-A tu chica podría, no lo sé, inquietarle-dice, y yo suelto una risotada-.
-Sí, respecto a eso. Oriana, creo que no entendiste lo que te quise decir...
-No, no te preocupes, entendí perfectamente-interrumpe, y trata de alejarse, pero se lo impido.
-No, no te irás-no iré corriendo a contárselo a V, aunque le sorprenderá...
-Cállate, sólo, cállate, Oriana. Estaba hablando de ti. Tú me gustas, ya te lo había dicho, ¿recuerdas?-ella se queda quieta, bajo mis labios a su garganta y deposito un beso húmedo donde el pulso late frenético-.
Sonrío perversamente cuando suelta un gemido.
Así me gusta, ríndete.
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, ladea la cabeza y me da un mejor acceso a ese delicioso pedazo de piel desnuda. Inspiro su aroma a flores de naranja y canela. Paso la lengua desde el hueso del collar hasta el nacimiento del cabello en la nuca. Oriana tiembla y se aferra a mis hombros.
Con la mano derecha presiono su cadera contra la mía. Un suspiro se le escapa. Levanto la cabeza.
-¿Sientes eso, Oriana? ¿Sientes mi erección?-ella asiente, con los ojos cerrados y con la excitación plasmada en el rostro
-Contesta-exijo-.
-Sí-dice agitada, traga saliva violentamente-.
-Eso es lo que me provocas. Mírame.
Ella abre los ojos, que parecen negros. Dos rendijas oscuras que me incitan. Mi mano izquierda se desliza hasta su nuca, tomo su coleta en un puño y tiro de su cabello. Ella suelta un jadeo, y finalmente, me apodero de sus labios entreabiertos. Y expreso en este beso más de treinta días de frustración, hambre salvaje y simple y básico placer.
Su lengua tímida se une a la mía. Sabe a whisky, cola y cerveza negra, y su brillo labial a chicle. Decadente. Acaricio su paladar y ella gime sin contenerse. Se siente tan bien. Mi mano derecha baja y masajea ese maravilloso trasero. Oriana se arquea y jadea. Estoy duro como una piedra.
Suficiente.
La suelto y me quedo parado frente a una confundida, excitada y agitada Oriana, con las mejillas sonrosadas.
-Vámonos-ordeno, ella me mira frunciendo el ceño-.
-¿A dónde?-inquiere con voz ahogada, yo tenso la mandíbula. Déjate de tonterías, querida, estoy con los pantalones a punto de explotar por tu causa-.
-Te voy a llevar a casa-y te voy a follar como Dios manda-.
-¿Qué?-sacudo la cabeza y vuelvo a tomarla del brazo-.
La arrastro por la pista, hasta llegar a nuestra mesa. V y sus amigos están comiendo unas picadas. La rubia nos mira con una expresión interrogante, mientras yo recojo el abrigo de Oriana y se lo pongo. También me coloco el mío.
-¿Qué ocurre?-pregunta Verónica-.
-Nos vamos-digo, seco. V enarca ambas cejas-.
-No...-Oriana comienza a negar, cuando le dirijo una mirada de advertencia. Se calla y baja la mirada. Definitivamente ser sumisa no será complicado para ella-.
-Bien, pasen buena noche-musita, V, encogiéndose de hombros, le doy una tensa sonrisa-.
Cuando salimos del bar, con las manos entrelazadas, en busca del auto, siento la imperiosa necesidad de volver a besarla, y abrazarla con mi calor, puesto que está temblando. No resisto y el animal en mí, la empuja contra el capó de un automóvil. El temor cruza por su mirada.
-¿Sabes que no te lastimaré, verdad?-ella vacila. Y es un como una patada en el estómago para mí-.
No confía plenamente en mí, todavía no está segura.
-Confío en que no lo harás-contesta susurrando-.
Pero no confías en mí.
Cierro los ojos y junto nuestras frentes. Deposito un beso en su nariz. Bueno, dejemos lo de follarte como Dios manda, en stand by. De nuevo. Te llevaré a casa y te besaré. Y cuando me gane tu confianza, tú vendrás a mí.
Suelto un suspiro.
-Quiero que sepas que nunca te dañaré-le aseguro, mirando a esos ojos que tanto me gustan. Confundida, asiente.
-Voy a llevarte a casa, y voy a besarte-Oriana se pone roja, y sonríe dulcemente, haciendo que me sienta como un canalla manipulador y mentiroso-.
-Bueno-.
Ella se estira y junta nuestros labios en un delicado beso.
Sip, soy un canalla mentiroso.

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