Isabella

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—Espera aquí —dijo el agente Jovovich, parecía incómodo—. Volveré en unos minutos y te explicaré qué ha pasado, ¿vale? Por aquí andan un poco susceptibles con lo de los fantasmas y... puede que no sean muy comprensivos.

—Conozco el pasado de John —dijo Isabella con voz trémula—. Creo que podré soportar...

—No, no tienes ni idea, y no lo decía por eso —replicó el agente Jovovich—. Espera aquí, saldré enseguida.

Isabella no dijo nada más. Se quedó sentada en el coche, demasiado preocupada y nerviosa para pensar en nada útil. ¿Qué había pasado? Un día entero sin ver a John, ¿sabría él que no se había marchado? ¡Cielos! Le echaba tanto de menos. Tenía ganas de contarle todo lo que había encontrado. Aunque... seguro que ya lo sabía. Suspiró, y miró al reloj. ¿Ahora qué? Ya había encontrado a Marie, sabía dónde estaba y de dónde venía pero seguía sin tener una sola pista de lo que le sucedió.

Un pájaro negro se posó de repente sobre el capó del coche.

—¡M! —exclamó. El cuervo la miró a los ojos durante un par de segundos y alzó el vuelo. Isabella no lo dudó un instante y arrancó el motor dispuesta a seguirlo. Le había dicho al agente Jovovich que le esperaría, pero sintiéndolo mucho, John era prioritario.

M se entretuvo varias veces volando en círculos para asegurarse de que Isabella no se perdía. Le hizo meterse por una carretera secundaria que estaba sin asfaltar y conducir durante unos cuantos kilómetros en medio de la nada. Allí no había más que un coche de policía con el depósito acabado. Rebuscó en el interior del vehículo cualquier pista sobre el paradero de John. Recogió la jeringuilla del suelo con las manos temblorosas.

—No —murmuró, temiéndose lo peor. Cientos de preguntas la atacaron al momento, ¿de dónde la había sacado? ¿Qué contenía? ¿Estaría drogado?

El graznido del cuervo captó su atención de nuevo, su viaje no había terminado aún. Todavía no había encontrado a John. Cogió de nuevo su coche y siguió conduciendo por medio del desierto, sin seguir ninguna carretera o camino. El terreno se volvía cada vez más escarpado y su escarabajo no era precisamente un cuatro por cuatro, pero mereció la pena. Allí, a lo lejos, se veía una figura oscura que seguía caminando hasta el horizonte.

—¡John! —gritó, cuando estuvo a su altura—. ¡John! —gritó de nuevo. Pero él parecía poseído, avanzaba arrastrando los pies, con la vista perdida en el horizonte. El recuerdo de la jeringuilla le hizo temerse lo peor. Dejó el coche y corrió hacia él obligándole a girarse—. ¡John!

—¿Isabella? —preguntó él, parecía sorprendido y desorientado—. ¿Qué haces aquí? No eres real... tú no estás aquí —dijo, y siguió caminando.

—¡Mierda, John! ¿Qué te sucede? —exclamó al borde del llanto—. ¿Estás drogado?

—¿Drogas? —repitió sorprendido—. ¡No! No hay drogas. —John se detuvo y se sentó en el suelo mirándola como si estuviera medio dormido—. ¿Eres tú de verdad?

—Claro que soy yo, idiota —gruñó Isabella sentándose a su lado—. ¿Qué sucede?

—Anoche morí de nuevo —dijo John jugueteando con los agujeros de su camiseta. Isabella inspeccionó uno de ellos, parecía quemada en los bordes. Y... ¡cielos! Estaban por todas partes. Al principio no se había fijado pero ahora podía ver claramente como la camisa tenía docenas de agujeros—. Son de bala —dijo John—. Jacobs quiso matarme anoche. Él era otro de los asesinos.

—¿Quién es Jacobs? ¿Qué quieres decir con otro de los asesinos? —Isabella se había perdido en algún punto.

—Jacobs es un policía —se explicó John—, ayer creí que me llevaba a un motel, lo descubrí demasiado tarde. Me duele mucho la cabeza —dijo sujetándosela—, estoy muy, muy cansado. Menos mal que solo me quedan tres días —suspiró.

... O te sacarán los ojosWhere stories live. Discover now