Beaver

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Azucena era realmente molesta. La mujer le recriminaba todo lo que hacía, todo lo que pensaba y todo lo que pensaba hacer. No callaba, le pedía ayuda una vez y otra, y le echaba en cara lo que le había hecho a John y lo que se había hecho a sí mismo. Y los otros no eran mucho mejores. El mecánico se arrancaba los ojos y le gritaba ¡Por qué! Mientras buscaba a su mujer, que estaba a su lado, sin ser capaz de verla. Ella pedía ayuda, de rodillas, a un dios sordo que vivía por encima de todo. Y el médico, el médico también era un incordio.

Todos eran muy molestos.

—¡Callad! —gritó Beaver tapándose los oídos—. Habla cucurucho que no te escucho. Habla cucurucho que no te escucho. Habla cucurucho... ¡Callad! —gritó de nuevo pero no le hacían caso. A su lado, espíritus sin ojos le atormentaban acusándole de cosas horribles que no había cometido. Él solo quería recuperar su vida, su mundo de colores, cuando todos le querían y podía llevar vestidos con plumas. Claro que siempre querían más a John. Incluso esa mierda de cretinos, que habían muerto por su culpa, le seguían queriendo más a él. ¡No era justo!

Incluso Ray le prefería a él.

Al principio, Ray se había puesto muy contento de poder encontrar a John, pero estaba demasiado lejos para hacerse con él. Ahora, Beaver pagaba su impaciencia. No era culpa suya, no señor, no lo era, pero Ray estaba enfadado porque ahora el cuervo no quería hablar con él y no podía encontrarle de nuevo. El cuervo hacía bien su trabajo, sí señor, tapaba la luz de John y ninguna de las polillas se podía acercar. Pero ahora se acercarían, sí, porque tenía a la chica de John.

Llevaba plumas en el pelo. A él también le gustaban las plumas en el pelo, y las trenzas de colores. Podía hablar con esa chica sobre trenzas de colores, le gustaban tantos los colores... Pero estaba asustada, eso era evidente. Mantenía los ojos cerrados, quizá para no verle, para no ver a Ray, para no ver al montón de pesados que pululaban a su alrededor... aunque puede que fuera para que no vieran sus ojos. ¡Qué inútil!

Pero pronto llegaría el momento. Pronto John volvería a casa y volverían a ser una gran familia feliz. Y no le importaría ese montón de ruidosos espíritus porque sería como estar en casa. Allí también había gritos y lloros, pero nunca le habían importado. A él no. Él podía escapar.

—Vendrá pronto —dijo a la mujer que lloraba amordazada—. Ya verás, John vendrá pronto y todo será mucho mejor. Pío-pío. Muchísimo mejor.

Los perros guardianes del amigo de Ray empezaron a ladrar locos de rabia cuando el pequeño coche  verde entró en el hangar. Parecían como animales coléricos cuando el joven bajó del coche. Beaver se alzó sorprendido al reconocerle; era John.

... O te sacarán los ojosWhere stories live. Discover now