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  Marco estaba hasta la puta madre, considerando seriamente colgar la videollamada con su hermano. ¿La razón? El celular del Rivera más joven.

  Y es que lo revisara una vez estaba bien. Dos, okey, te lo paso. Tres ya caía en la categoría de "estoy a cinco minutos de agarrar un avión e ir a San Fransokyo a meterte el celular en un vaso de agua a ver si así ya me pelas, cabrón." ¿Pero diez veces seguidas? Que no mame, tantito respeto por tu hermano mayor, Miguel.

—¿Con quién te estás mensajeando tanto que se te olvida mi presencia?—preguntó, mordiéndose el interior de la mejilla. Y es que ya llevaba buen rato hablando con Miguel y constantemente se veía interrumpido porque al niño ese se le hacía fácil ponerse a mandar mensajes en vez de prestarle atención.

—Es con... no es nadie—mintió el mexicanito, escondiéndose detrás de su almohada. Tenía la computadora en la cama frente a él y estaba acostado boca abajo, con una almohada bajo el pecho y Pepita hecha un ovillo sobre su espalda. Echada en sus almohadas está Green, la gata de Pidge. Tiene los ojos verdes más intensos que Miguel jamás haya visto en un animal y su pelo gris y blanco se acomoda de tal manera que parece está usando una armadura. Singular, le dicen.

—Pues ve y dile a nadie que te espere tantito porque estás hablando con tu hermano, no mames—Marco estaba que echaba humo, y Miguel se preguntó qué tanto estaría saliendo de sus orejas de esto haber sido una caricatura.

—Es que si no le respondo rápido como está trabajando ni me va a pelar—el menor hizo un puchero, rogándole con ojos de cachorrito a su hermano que lo dejara seguir mensajeando. 

  Al parecer los ojos de cachorrito no funcionaban mediante llamadas de Skype, putas cámaras de computadora culeras.

—Pues entonces dile a la vieja esa que se ponga a trabajar y deje el celular—Marco miró el reloj de su computadora, bufando cuando se percató de la hora—. No mames, Miguel, me tengo que ir en diez minutos y no hemos pasado del clima.

  Al aludido se le oscurecieron las mejillas de vergüenza.

—Hiro no es una vieja—susurró, a modo de defensa, y los orbes oscuros de su hermano se expandieron.

—¿Hiro?—preguntó, las cejas levantadas y la boca abierta en una pequeña 'o' con la lengua contra los dientes superiores. La clásica expresión de "ah, ya te caché, cabrón" que estaba tan acostumbrado a ver.

  Sintió la sangre correr hasta la punta de sus orejas, e inmediatamente soltó una pequeña risa nerviosa, escondiéndose aún más contra la almohada.

—Hiro es un chico que conocí—explicó, evadiendo la mirada de su hermano—. Uh, me escuchó cantando en el Centro.

—¿No que tienes clases a diario? ¿Dónde chingados encontraste el tiempo para salir a cantar?—interrumpió su hermano, y Miguel se escondió más contra la almohada. No iba a decir que se saltó una clase la primera semana, lo habrían colgado por eso.

—Teníahoralibre—miente, casi atropellándose con las palabras y mirando a su hermano con cierto enojo por la interrupción—. En fin, estaba yo tocando el Querreque, todo tranquilo, viendo caer billetes a mi maletín.

—No puedo creer que no llevas ni una semana y ya empezaste a prostituir tu música—susurra su hermano, y Miguel rueda los ojos. Esa era la diferencia entre ambos, Marco amaba la música porque era su mundo, Miguel amaba la música porque le permitía sentirse más cerca a sí mismo y al mundo en general. Jamás pudieron entenderse.

—En fin, estaba tocando y llega este chico: pelo desaliñado, ojeras, como siete suéteres distintos encima, ojos como de que estaba considerando el suicidio—intenta no pensar mucho en la apariencia de Hiro la primera vez que se vieron, verlo tan vulnerable le había hecho cosas raras a su corazón—. En fin, llega y se queda escuchando como pendejo, empieza a apartar a la gente así como de "quítense nacos ahí les viene la realeza" y se para en primera fila, pero se queda parado ahí, como pendejo. Imagínate nomás, un morrito asiático como de veintipocos parado enfrente de toda una multitud de mexicanos gritando "Querreque" como si en eso se les fuera la vida. Osea, te juro que tenía cara de haber visto un fantasma o algo así. Todo desubicado el pobre wey, me dio rete harta lástima.

「cuerdas y metales」- grandes héroes × cocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora