4. Upgrade U

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—¡No sé ni qué es Kiwi Seeds! Por el nombre esto debe ser de Alfred —exclamó Raoul, nervioso.

—Mira, Raoul. Si fuese por mí, no habría una revisión bisemanal de las taquillas del vestuario. Pero es lo que hay.

—¿Hay revisiones? —ante la falta de respuesta del profesor, el rubio intentó volver a defenderse— ¡Señor Ambrossi, le juro que no he visto esto antes en mi vida! Mearé en un bote si hace falta.

—Eso no cambiaría nada. En este centro no apoyamos ni el consumo ni el cultivo de drogas.

El profesor y el alumno se encontraban en el departamento de Historia, el cual era, en muchas ocasiones, usado por el primero a modo de despacho. Las paredes estaban cubiertas por mapas de distintos lugares y épocas, y las estanterías estaban repletas de enormes libros. La tarde anterior había escuchado cantar a ese chico y, para que entrase en el club, había tomado esta decisión que probablemente le perseguiría durante el resto de su vida. Lo había hecho porque, dejando a un lado la preocupación por ganar los campeonatos o no, sentía que había en él un talento desaprovechado. Así que, al llegar a casa, contactó con su camello de confianza, compró unas semillas de marihuana y las dejó en la taquilla del muchacho.

—¿Sabes, Raoul? Me recuerdas mucho a mí cuando tenía tu edad. Siempre preocupado por lo que familia y amigos van a pensar de ti, y por tomar la decisión correcta.

—¡Por favor, no se lo digas a mi madre!

—Tienes dos opciones. Actualmente yo llevo el tema de los castigos por la tarde. Ya que tienes entrenamiento lunes y miércoles, puedo rebajarte la sanción a martes, jueves y viernes. Esos días, durante seis semanas, deberás quedarte por las tardes ayudando al servicio de limpieza: fregando platos, lavando baños... —pensándolo bien, a Raoul no le parecía un castigo tan horrible—. Sin embargo, por mucha rebaja que haga, esto quedará señalado en tu expediente para siempre. Podrías perder futuras becas relacionadas incluso teniendo en cuenta tus calificaciones y tu recorrido deportivo —ante esta declaración, el catalán meditó su respuesta durante un rato.

—¿Y la segunda opción? —contestó finalmente, y Ambrossi intentó disimular una sonrisa.

Minutos después, Raoul estaba hablando con Aitana por teléfono mientras andaba hacia la parada del autobús.

—¿Estás loco? Si ni siquiera sabes cantar.

—Pero tú sí. Aitana, por favor —suplicó—, apúntate conmigo.

—¡Ni hablar! La obra de teatro me ocupa demasiado tiempo. Entrar en el coro sería tener ensayos extras, y encima con gente que me cae mal. Ya tengo suficiente con aguantar a Miriam dos veces por semana.

—En el coro está también Nerea.

—¿Y a mí que me importa? —gritó Aitana. Si Raoul hubiese estado junto a ella, habría visto cómo se le teñía la cara de rojo.

—En fin —suspiró—, luego no te pongas celosa cuando tenga que ir a su casa a ensayar una balada.

—¡Raoul! ¡Eres un tonto! —el rubio colgó, entre risas, mientras su novia le gritaba. Le encantaba picarla.

Se sentó en la marquesina. Ya había anochecido y, seguramente, el autobús tardaría más en venir debido al horario de invierno. Se dispuso a ponerse los auriculares para escuchar a Beyoncé, uno de sus placeres culpables, cuando notó un mordisco en la pierna.

—¡Joder! —a sus pies había un chihuahua con los ojos más grandes que una pelota de tenis. Raoul pensó que en cualquier momento iba a perder la estabilidad y a golpear su pequeña cabeza contra el suelo—. Qué cosa más fea —dijo, intentando apartarle haciendo el amago de dar una patada.

Y te estoy diciendo que no me voyWhere stories live. Discover now