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Qué bonito eso de no tener nada que hacer por una tarde.

En verdad tenía que estar estudiando, pero ya sabéis. Si os tumbáis en la cama y os ponéis a mirar al techo, lo más seguro es que os replanteéis vuestra vida... u os durmáis. Pero todos tranquilos. No me dormí. O, al menos, no demasiado tiempo. Quizá un par de horas.

No me juzguéis. Había estado toda la noche en el hospital acompañando a mi hermano y a mi madre. Mi padre no se había presentado por un viaje tremendamente importante, según dijo él textualmente, y nos había mandado abrazos desde Brasil.

Pero vamos, que yo no quería ningún abrazo suyo. Creo. Uhm.

Cuando ya tuve la tranquilidad de que mi hermano estuviera en planta sano y salvo y tras intercambiar algunas palabras con él, me decidí por hacerle una visita a Riccardo. Tenía entendido que estaba en la planta de abajo, así que bajar y subir escaleras se convirtió esa noche en algo constante. Acabé con las piernas reventadas.

Sobre las cuatro de la mañana, volví a bajar a la habitación de di Rigo y, para sorpresa mía, estaba despierto. Me sonrió, pero ¿a que no adivináis quién más?

Su madre.

Y llamadme tonta o algo, pero casi hubiera preferido correr fuera de la estancia y no aparecer hasta el siguiente año bisiesto.

—Uy, vaya —había dicho, alargando un poco el sonido de la a—, creo que me he equivocado.

Les cerré la puerta en las narices como buena adolescente.

Ahora, tumbada en la cama y rememorando todos esos buenos momentos en el hospital, me estaba entrando el hambre. Nadie sabía lo bien que me sentaría una buena merienda... pero decidí ser súper responsable e irme a entrenar. ¿Qué, pensaba alguien que iba a ponerme a estudiar? Si así es, volved al capítulo uno, porque significa que no habéis aprendido absolutamente nada de mí. Los exámenes están para estudiárselos en la clase de antes maldiciendo tu pereza del día anterior.

Ya estaba bajando las escaleras con el balón en la mano cuando Silvia se asomó por la puerta de la sala de estar con el teléfono en la mano.

—¡Ah, Katsue, estás ahí! Ahora mismo iba a subir a buscarte —hizo una pausa, como escuchando a la otra voz—. Sí, ya te la paso. Toma.

Me tendió el teléfono, el cuál cogí con desconfianza. Se me daba fatal hablar cuando no era cara a cara. Además, ¿quién sería, que no me llamaba a mí directamente?

¡Hola, pequeña guerrera!

Se me cayó el balón y di un pequeño salto, siéndome imposible ocultar mi felicidad repentina.

—¡Tío Erik!

En vivo y en estéreo, sí —se oyó una risa al otro lado de la línea—. ¿Cómo te va por Japón?

—Bien, bien. No estoy mal —dije. Mis palabras se atropellaban las unas a las otras—. Mamá me dijo que me llamarías, pero creía que iba a ser a mi teléfono.

Y tenías razón, pero estaba hablando con Silvia y me contó que estabas en casa —me informó. El tío Erik hablaba siempre con tanta emoción que parecía que siempre sonreía—. Por cierto, ¡enhorabuena por el pase a la final! Jude es todo un entrenador.

—Sí, lo es. Pero el entrenador Evans también nos ayudó bastante. Espero que vuelva pronto —me pegué mas el teléfono a la oreja—. ¿Los conoces?

Claro que los conozco. Yo también quedé impregnado por el espíritu del Raimon en su día —rió—. Y Bobby también, claro.

—¿Bobby? ¿Está también contigo?

CCC Tokio [Inazuma Eleven Go]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora